lunes, 23 de octubre de 2023

ALGO QUE FRECUENTEMENTE SE NOS ESCAPA



Las situaciones que nos empujan a tomar partido por un extremo u otro, sin matices, hacen que, sea cual sea la elección, resulte forzoso cerrar los ojos a algo que amenaza nuestra decisión. Toda dicotomía funciona sobre la simplificación de la realidad, como si a partir de un punto la adhesión emocional despertada exigiera cancelar el informarse y contrastar. Tomar partido se convierte entonces en un ejercicio de sectarismo, y en el contrario exacto del enfoque racional y cualificado. Lo vi(vi)mos con la pandemia de diseño que nos vendieron los medios, cuando o suscribías acríticamente el discurso oficialista o eras un negacionista bebelejías antivacunas. Yendo al extremo de la caricatura, o te alineabas con Belén Esteban o con Miguel Bosé.

Quien, desde la postura analítica e informada que esta bitácora intentó mantener, puntualizara cualquier matiz -que el Covid existía, pero era un síndrome y no una enfermedad infectiva, que la existencia o inexistencia del virus resultase irrelevante, pues no es necesario para provocar la enfermedad, etc.- era sospechoso para ambos extremos, convirtiéndose en una suerte de hereje inclasificable.

Particularmente acre fue el debate acerca de lo que entonces y ahora sigue siendo una hipótesis indemostrada, la del grafeno presuntamente introducido en las "vacunas". Para sus acérrimos partidarios explicaría "todo, todo y todo" (y, además, en ese orden), lo que excluye toda relevancia de la proteína spike, el polisorbato 80, el estrés oxidativo celular o el -también aún indemostrado- virus, que no serían más que elementos distractivos fomentados por la mano negra que tira de los hilos en la sombra y de los que hacerse eco convierten al investigador en -música tétrica, maestro, "si vous plait"- "disidencia controlada", un sambenito tan terrible de llevar como en otros ámbitos el de "machista" o "fascista".

Por supuesto, suponer que uno presta atención a todas las posibilidades explicativas que se despliegan ante su mirada de forma honesta y ecuánime ni se contempla. Los radicales pretenden hacer del "hooliganismo" virtud y de la prudencia pusilanimidad. Y a fe mía que, en el surrealista reino de las apariencias en que vivimos, lo están consiguiendo. Rebusque el lector atento entre los comentarios que se cruzaron en numerosas entradas del blog y disfrutará con las regocijantes imprecaciones, descalificaciones y anatemas proferidos, que me llevaron en su día a deducir la existencia de un culto grafenista de simple y rotundo contenido -como toda secta que se precie ha de establecer- y cuya máxima operativa es "el que no suscribe mi creencia al 100% es mi enemigo", dejando a paladines del totalitarismo como Calvino en meros aprendices.

Para ser considerada aparte queda la cuestión de que maximalismos como el aludido funcionan en base a la simplificación más extrema que cabe: la negación de todo aquello que exige un mínimo esfuerzo de entendimiento. A lo largo de la histérica Plandemia que aún colea este humilde comentarista de la actualidad ha leído y escuchado tal cantidad de vergonzantes simplezas que su mero recuerdo produce bochorno: los virus no existen, no existe el contagio (la Peste Negra, de infausto recuerdo, debió ser un caso de sugestión colectiva de todo un continente), ojalá no existieran los virus porque sin vacunas ya nos habrían exterminado (el emisor de esta irreflesiva opinión no reparó en que vacunas tenemos desde 1796, mientras que la humanidad convive con los virus desde su origen, obviamente muy anterior, y que solo en nuestro tracto intestinal habitan más de 70.000 tipos diferentes de virus) y un ruborizante etcétera que pone los postulados de los cómodos negadores al mismo nivel de insustancialidad de las afirmaciones sin sustrato de los tragacionistas: las terapias génicas improvisadas "salvan vidas", son vacunas porque las venden con esa etiqueta, son seguras, pero se aplican sin garantías para el receptor porque esto es una emergencia (la emergencia como excusa para la irresponsabilidad, otro tema digno de análisis), "nadie ha muerto por causa de las vacunas Covid", si renunciamos a nuestros derechos ya nos los devolverán más adelante, etc.

Raciocinio, ¿por qué nos has abandonado?

Similar polarización se dio con el conflicto de Ucrania. Pareciera que solo se puede estar con Putin o con Zelenski, dos sujetos destestables entre los cuales, no obstante, hay diferencias matizables, empezando porque uno de ellos es un nostálgico de un poder que ya pasó mientras que el otro es un títere de intereses ajenos dispuesto a sacrificar a su pueblo y el futuro de su país para prolongar la agotada hegemonía yanqui un par de telediarios más.


El pastelero israelí Avi Melamedson hizo este
 pastel para Zelensky: "Gracias, bastardo, por
suministrar armas a nuestros enemigos.
¡Traicionaste nuestra confianza!"
En estos momentos el falso dilema se plantea entre la adhesión a Israel y su política de genocidio o a Hamás y el terrorismo-espectáculo que practican desde sus orígenes (aunque cada vez con mayor eficacia). Negar la propaganda de cualquiera de ellos hace suponer al 95 % de la masa irreflexiva que uno se alinea con su contrario, cuando lo que exige hacer equilibrismo sin red -y con caída casi segura- es matizar cómo podría uno justificar una forma de terrorismo y condenar otra. Y, por supuesto, no falta el aditamento del calificativo simplista que no resiste el mínimo análisis, pero que se aplica alegremente al dictado del discurso dominante, llevándose el oro en el podio del reduccionismo mental: el de "antisemita", con el que se dispara -por ahora solo dialécticamente- a los contrarios a la política de Israel, obviando que el pueblo palestino también es semita.

El falso dilema Israel-Hamás encubre además un trasfondo perverso, puesto que invita a alinearse con la estrategia de la aniquilación del enemigo que ambos comparten, lo que haría que una victoria de cualquiera de ellos supusiera una catástrofe humana de proporciones inimaginables. Ni el estado de Israel ni los grupos terroristas que lo combaten -Hamas, Hezbollah, Kata'ib Sayyid al-Shuhada, Al-Hashd al-Shaabi, el Movimiento Al-Nujaba, la milicia del Partido Social Nacionalista Sirio, los infaltables talibanes que andan solicitando un pasillo por los países árabes para unirse a la "fiesta" y tal vez el Isis (y digo "tal vez" porque pese a las insistentes comparaciones retóricas que hace Netanyahu entre Hamas y el Isis ... no puede cambiar el hecho de que Israel ha colaborado con este grupo en la guerra siria)- apuestan por formas de totalitarismo que cualquiera con dos dedos de frente no puede sino rechazar.

Tomar partido es legítimo y a veces hasta necesario. Pero hacerlo de acuerdo con la dicotomía que plantean interesadamente los que atizan el avispero es un error y una irresponsabilidad. Porque solo cabe estar con los civiles, con las víctimas, nunca con los verdugos, ya luzcan kufiya o estrella de David. Ni los ciudadanos de Israel son el estado que soportan ni la población de Gaza es un apéndice de Hamás.

Y como la denuncia del terrorismo de Estado que practica Israel viene siendo una constante de este blog desde su primera encarnación, hace ocho años, quiero mirar al otro bando y detenerme en una anécdota mínima, pero muy reveladora, de las intenciones ocultas que amparan los autoerigidos en defensores del pueblo palestino -en realidad, explotadores de su desvalimiento- ocurrida en las protestas pro-palestinas de Londres, donde algunos manifestantes árabes arrebataron por la fuerza todas las banderas LGBT que portaban miembros de colectivos como "Queers for Palestine".



Cuando en nombre de una moral excluyente, como es la islamista, se decide qué apoyos y qué símbolos son aceptables y cuáles son boicoteados se está manifestando una agenda no por disimulada menos real ni preocupante. Si los partidarios de Hamas se convirtieran en fuerza hegemónica en un estado estable (valga la redundancia), ¿cuál sería el equivalente de este rechazo a las minorías no normativas? Es fácil de imaginar a poco que uno tenga noticia de cómo funcionan la "sharia", las zonas "no go" que se multiplican en suelo europeo y las políticas oficiales de países como Irán o Arabia Saudita.

Defender la convivencia, la pacificación de Palestina y la coexistencia de dos pueblos que hasta ahora parecen irreconciliables no exige apostar por ninguno de los "atroces redentores" emanados de ellos (gracias, Borges, por la eficaz conjunción de sustantivo y adjetivo).

Termino esta reflexión, más prolija de lo habitual, con una mención a un hombre que tomó partido en este conflicto, y no del modo en que se esperaría de él, lo que le convierte en héroe para unos y traidor para otros. Se trata de Mosab Hassan Yousef, hijo del líder co-fundador de Hamás, Hassan Yousef, quien asqueado de la violencia del grupo huyó de Palestina y denunció el terrorismo de su clan:



“No les importa el pueblo palestino. No les importa la vida humana. He visto su brutalidad de primera mano ... Si consiguen destruir Israel y construir su Estado ... estarían utilizando la causa palestina solo para lograr sus fines, porque el objetivo a largo plazo es transformar Oriente Medio y el mundo en un Estado islámico”.

Son estas intenciones ocultas las que conviene integrar en nuestros planteamientos sobre el conflicto, porque no hacerlo significa transigir con ser manipulados. Y eso es algo inaceptable para quien quiera ejercer su libertad de criterio.

(posesodegerasa)

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