lunes, 4 de septiembre de 2023

BORREGOCRACIA



Lo mencionaba Esparza en su columna: en España, son ya décadas de embrutecimiento constante por tierra (tele basura), mar (educación cateta e ideológica) y aire (teléfonos hipnóticos y redes asociales) que han asolado cerebros y colonizado consciencias. Un descenso a los infiernos de la mediocridad y de la ignorancia que hoy, después de unas elecciones cuyo resultado escapa a cualquier explicación racional, alcanza una nueva cumbre: un estado de atontamiento generalizado, narcótico, en el que unos cuantos flautistas de Hamelín indican cuándo, cómo y sobre qué indignarse a una opinión pública sedienta de carnaza sensacionalista y que ya sólo entiende la cosa pública como un culebrón más.

Cada vez con más frecuencia, asistimos al lamentable bochorno de una ciudadanía aturdida, hueca, adiestrada, histerizada, capaz de lanzarse en tromba, escupir, mofarse, negar la realidad y cavar su propia tumba (y la de sus hijos) sin despeinarse. Una opinión pública perfectamente manipulable a la que los amos del relato teledirigen desde una pantalla de cuarenta o de dos pulgadas. En suma, una sociedad de borregos que después de décadas de lobotomización deliberada está igual de condicionada que el perro de Pavlov, y babea al compás de cualquier eslogan ideológico (en España, especialmente si contiene la palabra feminismo).

Dos aclaraciones. De cualquier compás no, sólo de uno, la ideología liberticida, totalitaria y adanista woke que la nueva izquierda pretende imponer siguiendo viejas técnicas maoístas (acoso de masas, juicios públicos, muerte social y excusas forzadas por pequeños guardas rojos de nuevo cuño, influencers o social justice warriors). ¿Con el apoyo de «las masas»? No, todo lo contrario (segunda aclaración) con el de las élites urbanas, prósperas y globalizadas: grandes corporaciones, medios de comunicación, la inmensa mayoría de los partidos políticos, organizaciones internacionales o grupos de interés multinacionales de la «sociedad civil».

Después de apuntarse éxitos de propaganda como el de una sola manada que ayudó a silenciar tantas otras, de patologizar cualquier opinión disidente con todo tipo de fobias, de amordazar la diversidad intelectual ladrando «¡fascistas!», el último ejemplo de manual de esta apisonadora es el caso Rubiales. Podría haber sido una crónica cutre y grotesca de una izquierda caviar palurda y decadente pero no, nos guste o no, es mucho peor: es un episodio clave del rodillo ideológico que sibilinamente secuestra a la sociedad española.

Jauría perfectamente orquestada entre el gobierno, medios y «sindicatos» de fútbol en cuestión de horas, puritanismo feminista delirante, infiltración ideológica de un espacio neutro (el deporte) susceptible de unir en vez de dividir; amenaza fantasma de un machismo sistémico y omnipresente; seguidismo virtuoso de teles, periódicos, patrocinadores e instancias deportivas; victimismo narcisista equiparando un «pico» a una agresión sexual; inversión de valores y de discernimiento que permite a los responsables de la ley del «sólo sí es sí» pedir dimisiones por un micro beso; y, una magnífica cortina de humo que obnubila a los borregos mientras se negocia el desguace programado de España con Puigdemont y Otegui.

Un todos contra uno obsceno, cobarde e hipócrita jaleado por un una jauría de cretinos oportunistas y aplaudida por un inmenso rebaño de borregos instintivamente estimulados por un par de eslóganes facilones. Un cambio de paradigma con consecuencias democráticas devastadoras. Primero, porque poco a poco, la lluvia fina va calando y millones de ciudadanos se acostumbran sin rechistar a sacrificar sus libertades públicas y la propia ley en el altar de un tótem ideológico cuya mera invocación basta para anestesiar el poco raciocinio que les quedaba. Segundo, porque entregarse a un relato es negar la realidad y enterrar el pluralismo. Y sobre todo porque el fanatismo lleva a la autodestrucción y al totalitarismo.

Este bochornoso espectáculo de un equipo haciéndose el harakiri horas después de ganar un mundial es sólo un ejemplo más del impulso destructor de un Occidente podrido de autoodio e ideología que se suicida a fuego lento tocando la lira woke. Y lo hace, con una patética sonrisa de borrego virtuoso que colgará en Instagram mientras su propio hogar se consume en llamas. Desgraciadamente, desde el 23 de julio, no se me ocurre mejor ejemplo de comportamiento borreguil que España, probablemente la más avanzada borregocracia en el mar de decadencia del mundo occidental.

Rodrigo Ballester
(Visto en https://gaceta.es/)

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