domingo, 26 de junio de 2022

EL DOCTOR VOLODIMIR Y MÍSTER ZELENSKY, ‎LA CARA OCULTA DEL PRESIDENTE UCRANIANO (1ª PARTE)



El diputado suizo y ex jefe de redacción del diario La Tribune de Genève, Guy ‎Mettan, retrata al saltimbanqui que hoy hace el papel de presidente en Ucrania. Y ‎nos cuenta cómo este payaso se convirtió en aliado de los banderistas y está ‎instaurando una dictadura a la medida de esos admiradores de los nazis.‎


«Héroe de la libertad», «Hero of Our Time», «Der Unbeugsame», «The ‎Unlikely Ukrainian Hero Who Defied Putin and United the World», «Zelensky, l’Ukraine dans le ‎sang» [en español, “Zelenski, Ucrania en la sangre”]. Fascinados por la «sorprendente ‎resiliencia» del comediante milagrosamente convertido en «líder de guerra» y en «salvador de ‎la democracia», los medios y los dirigentes de Occidente ya no saben a qué superlativo recurrir ‎para cantar loas al presidente ucraniano. ‎

Desde hace tres meses, el jefe del Estado ucraniano aparece diariamente en las primeras planas de ‎periódicos y revistas, al principio de los noticieros de televisión, inaugura por videoconferencia el ‎Festival de Cannes, arenga a los parlamentos, felicita o amonesta a jefes de Estado y/o de ‎gobierno diez veces más poderosos que él con un éxito y un sentido táctico que ningún actor de ‎cine o dirigente político había mostrado nunca antes. ‎

‎¿Cómo no quedar subyugado por el encanto de este Mr. Bean ucraniano que, después de haber ‎conquistado al público con muecas y extravagancias –como pasearse desnudo por una tienda o ‎imitar a un pianista haciendo música con su sexo– ha sabido cambiar en una noche sus payasadas ‎y sus juegos de palabras escabrosos por una camiseta verde, barba de una semana y palabras ‎graves para alentar a sus tropas ante la embestida del infame oso ruso?‎

Desde el 24 de febrero, Volodimir Zelenski ha demostrado ser, incuestionablemente, un artista de ‎la política internacional, dotado de un talento excepcional. Quienes habían seguido su carrera de ‎cómico no se sorprendieron porque ya conocían su innato sentido de la improvisación, sus dotes ‎miméticas y su audacia a la hora de representar un papel. La manera como hizo su campaña ‎electoral, derrotando en pocas semanas –entre el 31 de diciembre de 2018 y el 21 de abril ‎de 2019– a adversarios tan difíciles como el ex presidente Porochenko, movilizando su equipo de ‎producción y sus generosos donantes oligarcas, ya era prueba de la magnitud de su talento. Pero ‎todavía le quedaba un as en la manga y está utilizándolo. ‎

TALENTO PARA EL DOBLE JUEGO


Sin embargo, como a menudo sucede, la fachada raramente se parece a lo que hay detrás ‎de ella. La luz de los reflectores suele esconder más de lo que muestra. Y, cuando se comprueba ‎que la realidad es menos positiva, se ve que tanto sus realizaciones como jefe de Estado como ‎su actuación en el papel de defensor de la democracia dejan mucho que desear.‎

Ese talento para el doble juego, Zelenski viene a demostrarlo desde el momento mismo de su ‎elección. Basta recordar que resultó electo con un impactante 73,2% de los votos, habiendo ‎prometido que acabaría con la corrupción, que conduciría a Ucrania por el camino del progreso y ‎de la civilización y, sobre todo, que restauraría la paz con los rusoparlantes del Donbass. ‎

Pero, en cuanto fue electo, Zelenski traicionó todas sus promesas tan descaradamente que su ‎índice de popularidad era un magro 23% en enero de 2022, quedando incluso lejos de sus dos ‎principales adversarios. ‎

Ya en mayo de 2019, para contentar a los oligarcas que lo financiaron, el recién electo Zelenski ‎emprendió un gran programa de privatización de la tierra que abarcó 40 millones de hectáreas de ‎excelentes tierras agrícolas, afirmando que la moratoria sobre la venta de tierras haría perder ‎miles de millones al PIB de Ucrania. ‎

En la estela de los programas de «descomunización» y «desrusificación» iniciados después del ‎golpe de Estado proestadounidense de febrero de 2014, Zelenski emprendió una vasta operación ‎de privatización de los bienes del Estado, de austeridad presupuestaria, de abrogación de leyes ‎sobre el trabajo y de desmantelamiento de los sindicatos, lo cual molestó a la mayoría de ‎los ucranianos, que no habían comprendido lo que el candidato Zelenski consideraba ‎‎«progreso», «occidentalización» y «normalización» de la economía ucraniana. En un país que ‎en 2020 registraba un ingreso por habitante de 3 726 dólares frente a los 10 126 dólares del ‎adversario ruso –y teniendo en cuenta que en 1991 el ingreso medio en Ucrania era superior al de Rusia– la ‎comparación no es precisamente favorable. Es por ende comprensible que los ucranianos ‎no aplaudieran esa enésima reforma neoliberal. ‎

En cuanta a la «marcha hacia la civilización», esta tomó la forma de otro decreto que –el 19 de ‎mayo de 2021– garantiza el predominio de la lengua ucraniana y prohíbe el idioma ruso en todas ‎las esferas de la vida pública, administraciones, escuelas y comercios, para gran satisfacción de los ‎nacionalistas y estupefacción de los rusoparlantes del sudeste del país. ‎

UN PATROCINADOR EN FUGA


En el frente de la corrupción, el balance no es mejor. En 2015, el diario británico The Guardian ‎estimaba que Ucrania era el país más corrupto de toda Europa. En 2021, Transparency ‎International, una ONG occidental con sede en Berlín, clasificaba a Ucrania en el lugar 122 del ‎ranking mundial de la corrupción –la odiada Rusia estaba en el lugar 136. Nada brillante para un ‎país que dice ser un ejemplo de virtud frente a los bárbaros rusos. En Ucrania, la corrupción está ‎en todas partes, en los ministerios, las administraciones, las empresas públicas, el parlamento, la ‎policía y hasta en la Alta Corte de Justicia Anticorrupción, ¡según el Kyiv Post! Los diarios ‎observan que en Ucrania no es raro ver a los jueces en Porsche. ‎

El principal patrocinador de Zelenski, el oligarca Ihor Kolomoiski, residente en Ginebra donde ‎posee lujosas oficinas con vista al lago, está lejos de ser el menos importante de los personajes ‎que se benefician con la corrupción reinante en Ucrania. El 5 de marzo de 2021, [el secretario ‎de Estado estadounidense] Antony Blinken –quien seguramente no podía hacer otra cosa– ‎anunció que el Departamento de Estado de Estados Unidos había bloqueado los fondos de ‎Kolomoiski y le prohibía pisar suelo estadounidense debido a «una implicación en un significativo ‎acto de corrupción». Lo cierto es que se acusaba a Kolomoiski de haber malversado ‎‎5 500 millones de dólares del banco público Privatbank. Pero casualmente el buen Ihor es el ‎principal accionista de la empresa petrolera Burisma… que daba empleo a Hunter Biden, hijo del ‎hoy presidente de Estados Unidos Joe Biden. Hunter Biden cobraba en Burisma la “módica” suma ‎de 50 000 dólares mensuales y hoy está sometido a investigación por el fiscal del Estado ‎estadounidense de Delaware. Sabia precaución: la medida del Departamento de Estado impide ‎que Kolomoiski, hoy convertido en persona no grata en Israel y al parecer refugiado en Georgia, ‎pueda entrar en Estados Unidos para comparecer como testigo ante la justicia. ‎

Este mismo Kolomoiski, individuo decididamente inevitable en esta Ucrania que marcha hacia ‎‎«el progreso», es quien financió toda la carrera de Zelenski como actor y además está implicado ‎en el escándalo de los Pandora Papers, revelado en la prensa en 2021. En los Pandora Papers ‎nos enteramos de que desde 2012 la televisora ucraniana 1+1, propiedad del sulfuroso oligarca ‎Kolomoiski, entregó a su vedette Zelenski no menos de 40 millones de dólares y de que –poco ‎antes de ser electo presidente y con ayuda de sus más cercanos colaboradores, los dos hermanos ‎Shefir, uno de los cuales es el autor de los guiones de Zelenski mientras que el otro es el jefe de la ‎inteligencia ucraniana (SBU), y del productor y propietario de Kvartal 95, la empresa de ‎producción de esos personajes– Zelenski transfirió prudentemente sumas considerables a varias ‎cuentas offshore abiertas a nombre de su esposa mientras adquiría 3 apartamentos ‎no declarados en Londres que le costaron 7,5 millones de dólares. ‎

Este gusto del «servidor del pueblo» -así se llaman la serie de televisión que lo dio a conocer y ‎su partido político– por el confort no proletario se ve confirmado por una foto que apareció ‎brevemente en las redes sociales, antes de ser rápidamente eliminada por los fact-checkers ‎anticomplotistas. Aquella foto mostraba a Zelenski disfrutando en un palace tropical a varias ‎decenas de miles de dólares la noche, cuando supuestamente estaba pasando sus vacaciones de ‎invierno en una modesta estación de ski de los Cárpatos. ‎

Ese arte de la optimización fiscal y los asiduos encuentros con oligarcas no precisamente ‎recomendables no parecen ser muestra de un compromiso incondicional del presidente Zelenski ‎en contra de la corrupción. Como tampoco lo es el hecho de haber tratado de liquidar al ‎presidente del Tribunal Constitucional Oleksandr Tupytskyi, quien evidentemente se había ‎convertido en un estorbo para él, y haber nombrado primer ministro, luego del escándalo que ‎forzó la salida de su predecesor Oleksyi Hontcharuk, de un tal Denys Chmynal, un desconocido cuyo mérito era dirigir una de las fábricas del hombre más rico ‎del país, Rinat Ajmetov, dueño del famoso complejo siderúrgico Azovstal, último refugio de los ‎heroicos combatientes de la libertad del regimiento Azov.

No está de más recordar que los elementos del regimiento Azov suelen llevar en el pecho, la ‎espalda, el cuello y los brazos tatuajes como el Wolfsangel, emblema de la división SS ‎‎Das Reich, frases de Hitler y cruces gamadas, como pudo comprobarse en los innumerables ‎videos de esos elementos grabados cuando se rindieron en Azovstal. ‎


(Fuente: https://www.voltairenet.org/)

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