domingo, 12 de junio de 2022

CONFUSIONES, DESCUIDOS E INCOMPRENSIONES ‎EN TORNO A LA CUESTIÓN DE UCRANIA‎



La guerra en Ucrania se debe, únicamente, a la ignorancia de Occidente sobre ‎lo que allí ha venido sucediendo, así como a una serie de malentendidos y descuidos. ‎Los occidentales, creyendo siempre que todo tiene que ser como ellos creen, son ‎incapaces de ponerse en el lugar de sus interlocutores y se han equivocado ‎constantemente. Al final, cuando las operaciones militares lleguen a su fin, una vez ‎que los rusos hayan alcanzado los objetivos que habían anunciado desde el primer día, ‎los occidentales se las arreglarán incluso para convencerse de que son ellos quienes ‎han ganado la guerra. En definitiva, para las potencias occidentales lo único que cuenta no es ‎salvar vidas humanas sino creerse que están “del lado correcto de la historia”. ‎



Occidentales y rusos ven la guerra en Ucrania de manera diferente. La experiencia histórica de ‎unos y otros les hace interpretar de manera diferente tanto las palabras como los ‎acontecimientos. De hecho, ni siquiera buscan las mismas informaciones. Los dos bandos ya ‎no tienen la misma percepción de la realidad. Esta sucesión de malos entendidos, e incluso de ‎descuidos, es causa de una incomprensión que puede favorecer el estallido de un conflicto todavía ‎mayor.‎

LOS BANDERISTAS

Los rusos y los occidentales lucharon juntos contra el fascismo. Pero no vivieron lo mismo y, ‎debido a ello, no tienen el mismo recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. ‎

La prensa rusa no ve diferencias entre los banderistas y los nazis. Por eso recurre a la memoria ‎colectiva sobre la «Gran Guerra Patria», el conflicto que Occidente denomina como la ‎‎«Segunda Guerra Mundial». ‎

Cuando Alemania invadió la Unión Soviética, en junio de 1941, esta última no estaba lista para ‎la guerra. El choque fue desastroso. Stalin logró unir a su pueblo aliándose a la iglesia ortodoxa ‎‎–a la que había combatido hasta entonces– y liberando a los opositores políticos que había ‎encarcelado. La evocación actual de aquel momento histórico equivale a un compromiso de ‎reconocer un lugar a todo aquel que se implica en la defensa de la Nación. ‎

Los rusos ven a los banderistas/nazis contemporáneos como un peligro existencial contra ‎su pueblo. Y tienen razón porque esos elementos, que se presentan como «nacionalistas ‎ucranianos», consideran que «han nacido para erradicar a los “moscovitas”». ‎

Eso convierte en inútiles todos los ataques occidentales contra la persona de Vladimir Putin. Para ‎los opositores rusos, Putin ya no es el problema. Independientemente de que lo aprecien o ‎lo detesten, el presidente Putin es ahora el jefe de la Nación, como lo fue Stalin a partir de ‎junio de 1941.‎


Para la propaganda pro-OTAN, estos muchachotes se tatúan
toda esta parafernalia por razones estéticas, no ideológicas.
Vamos, que decoran más que llevar tatuado al pato Lucas.
Mientras tanto, la prensa occidental reconoce a los banderistas como nazis, pero lo hace para ‎relativizar más fácilmente la importancia de esos elementos. En la memoria colectiva de ‎los pueblos de Europa occidental, los nazis eran una amenaza … pero “sólo” para ciertas ‎minorías. En un primer momento, los enfermos mentales, los viejos y los enfermos incurables y ‎posteriormente los judíos y los romaníes (gitanos) se vieron marginados y ‎condenados a “desaparecer” en los campos de concentración. ‎

Pero en la memoria colectiva de los eslavos está fresco aún el recuerdo de los ejércitos ‎hitlerianos que avanzaban arrasando uno a uno los poblados y aldeas que hallaban a su paso … ‎sin dejar sobrevivientes. ‎

Por esas razones, los europeos occidentales ven el nazismo con menos temor… aunque los ‎anglosajones prefieren eliminar discretamente los símbolos que pueden traer a la actualidad los ‎recuerdos sobre el nazismo. ‎

Por ejemplo, a finales de mayo los consejeros británicos en propaganda y ‎comunicación modificaron el emblema del regimiento ucraniano Azov, sustituyendo el ‎‎Wolfsangel que enarbolaba esa formación ucraniana, calcado del emblema de la división ‎‎Das Reich de las Waffen SS, por tres espadas dispuestas en forma de tridente, símbolo de la ‎República ‎ Popular Ucraniana ‎(1917-1921). De esa manera, eliminaron un emblema nazi sustituyéndolo por un ‎emblema antibolchevique. ¿Por qué? Porque los europeos occidentales confunden la Unión Soviética ‎con Rusia… olvidando que la mayoría de los dirigentes soviéticos no eran rusos. ‎

Los consejeros británicos en relaciones públicas y propaganda aseguran que los banderistas/nazis ‎ucranianos son comparables a los nazis occidentales de hoy, o sea que no pasan de ser ‎grupúsculos de fanáticos. No niegan su existencia … pero tratan de hacernos creer que son poco ‎numerosos y que carecen de influencia. Incluso maquillan las huellas de la actividad parlamentaria ‎y gubernamental de esos elementos, visibles desde que Ucrania se convirtió en un nuevo Estado, ‎en 1991. También se esmeran en esconder los monumentos erigidos en todo el país en ‎homenaje a los colaboradores ucranianos de la ocupación nazi, los banderistas originales hoy ‎presentados como “nacionalistas”. ‎

Desde 1991 y hasta inicios de 2014, los medios de prensa del mundo entero ignoraron el lento ‎avance de los banderistas en Ucrania. Pero en febrero de 2014, durante el derrocamiento del ‎presidente electo Viktor Yanukovich, los periodistas extranjeros que cubrían aquel hecho ‎se asustaron ante el papel protagónico de las milicias de extrema derecha en las ‎manifestaciones contra Yanukovich. Los medios del mundo entero divulgaron entonces imágenes ‎sobre aquellos extraños “nacionalistas”… que enarbolaban cruces gamadas y otros símbolos nazis. ‎

Pero la prensa occidental cesó bruscamente sus investigaciones un mes después, cuando la ‎población de Crimea rechazó la llegada de aquellos extremistas al poder en Kiev y proclamó su ‎independencia. ¿Por qué cesaron las investigaciones? Porque seguir hablando de la deriva ucraniana habría sido dar la razón ‎a Rusia. A partir de entonces, y durante ocho años, ningún medio de prensa occidental investigó ‎sobre, por ejemplo, las denuncias de secuestros y torturas a gran escala que se han producido en ‎Ucrania. Los medios de prensa occidentales optaron deliberadamente por ignorar la verdadera ‎calaña de los banderistas, así que ahora no pueden reconocer el papel político y militar de esos ‎admiradores de los nazis en la Ucrania actual. ‎

A estos criminales es a los que Zelensky sacó de prisión
para enviar al frente, y a los que la U.E. está enviando ar- 
mas que revenderán a grupos terroristas. Un plan sin fisu-
ras. Y todos a apoyar a Ucrania, que no me entere yo ...
Esa ceguera se prolonga con la evolución del poder ucraniano durante la guerra. La prensa ‎occidental opta por ignorar totalmente la dictadura instaurada en Ucrania, la confiscación de todos los ‎medios de prensa por parte del Estado ucraniano, las detenciones de personalidades opositoras, ‎la confiscación de los bienes de cualquier persona que se atreva a mencionar los crímenes ‎históricos de los banderistas y los nazis, etc. Mientras tanto, la prensa rusa denuncia esa ‎evolución y se lamenta de haber cerrado los ojos durante años. ‎

Nosotros, en Red Voltaire, documentamos la historia de los ‎banderistas, tema al que no se ha dedicado ningún libro, lo cual demuestra que nadie quiere ver ‎esa evolución de Ucrania. Nuestro trabajo, publicado en una decena de idiomas, ha llegado finalmente a ser ‎de conocimiento de numerosos responsables militares y diplomáticos occidentales, quienes ahora ‎están presionando a sus gobiernos para que no sigan respaldando a esos enemigos de la ‎humanidad. ‎

Estados Unidos mintió descaradamente al Consejo de Seguridad de ‎la ONU para justificar la invasión de Irak. Y nunca ha reconocido que mintió.

LA CREDIBILIDAD DE LOS DIRIGENTES OCCIDENTALES Y LA DE LOS RESPONSABLES RUSOS

Hay dos maneras de evaluar la credibilidad de un dirigente: analizando sus buenas intenciones o ‎los resultados que obtiene. ‎

Los europeos occidentales, que se han puesto bajo la protección de Estados Unidos, están ‎convencidos de que ya no son ellos quienes hacen la historia, sólo la sufren. Así que ya no necesitan dirigentes ‎políticos como los del siglo pasado. De hecho, ya sólo eligen “gestores” o “administradores” que ‎dicen estar llenos de buenas intenciones. ‎

Los rusos, por el contrario, después de haber sufrido el derrumbe de su país durante la era de ‎Boris Yeltsin, se han empeñado en restaurar su independencia y han acabado renunciando al ‎liberalismo estadounidense, después de haber creído en él durante una década. Y para eso ‎eligieron y reeligieron a Vladimir Putin, cuya eficacia han verificado. Rusia se abrió al extranjero ‎a la vez que se hacía autosuficiente en numerosos sectores, incluyendo el de la producción de ‎alimentos. Los rusos no ven las “sanciones” occidentales como “castigos”. Conscientes de que ‎los países de la OTAN representan sólo un 12% de la humanidad, los rusos ven las “sanciones” como un ‎acto con el cual Occidente se aísla del resto del mundo. ‎

Independientemente de los regímenes políticos, los dirigentes civiles interesados en unir a ‎su pueblo lo más ampliamente posible no recurren a la mentira para conservar la confianza de ‎sus conciudadanos. Pero los dirigentes civiles que están al servicio de una minoría están ‎obligados a mentir para no ser derrocados. Por su parte, los jefes militares –aunque tienen ‎tendencia a confundir sus deseos con la realidad y, por consiguiente, a mentir en tiempos ‎de paz– en tiempos de guerra se ven obligados a reconocer la realidad para poder ganar. ‎

Los occidentales quedaron traumatizados por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y ‎también por la presentación del entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el general ‎Colin Powell, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el 5 de febrero de 2003. ‎


Estados Unidos mintió descaradamente al Consejo de Seguri-
dad de la ONU para justificar la invasión de Irak. Y jamás
ha reconocido que mintió.

Primero temblaron, el 11 de septiembre de 2001, viendo las personas que saltaban desde el ‎World Trade Center en llamas y el derrumbe de las dos torres, antes de darse cuenta de que las explicaciones que les daban no eran creíbles. Se instaló entonces la desconfianza entre los ‎ciudadanos y los dirigentes que fingían creer la increíble versión oficial. ‎

Después, el 5 de febrero de 2003, creyeron lo que les decía un general porque partían del ‎principio que un militar no podía mentir sobre un problema de seguridad de tanta gravedad como la ‎cuestión de las «armas de destrucción masiva» de Saddam Hussein. Pero acabaron ‎deprimiéndose cuando entendieron que aquel discurso del secretario de Estado Colin Powell era ‎sólo una justificación inventada para derrocar un gobierno que se resistía a Estados Unidos y ‎para apoderarse del petróleo y de los cuantiosos fondos de Irak. Es que aquel discurso del ‎general-secretario de Estado había sido redactado por ‎políticos civiles, los straussianos [discípulos del filósofo Leo Strauss] del Office of Strategic ‎Influence (OSI), algo que el propio Colin Powell confesó avergonzado mucho después. Aquella ‎confianza injustificada costó más de un millón de vidas. Resultado: desde 2003, ‎los pueblos de Occidente ya no confían en la palabra de sus dirigentes, fenómeno algo menos ‎marcado en Francia, el único país occidental que contradijo públicamente al general Powell. ‎

Los rusos, por el contrario, ven la diferencia entre los dirigentes políticos que sólo siguen el ‎discurso general y los responsables que defienden el interés colectivo. En los años 2000, los rusos creyeron ‎en el discurso occidental, pensando que les traería libertad y prosperidad. Pero aquella esperanza ‎se derrumbó cuando vieron como un grupo de renegados se apoderaba de la riqueza colectiva. ‎Los rusos se volvieron entonces hacia los valores seguros: conciudadanos formados por el KGB … y ‎preocupados por el interés general. Hoy viven con la esperanza de verse al fin liberados de ‎lo que queda de aquel periodo de confusión, de los oligarcas que viven en el extranjero y de la ‎burguesía globalista aún incrustada en Moscú y en San Petersburgo. Ven a los oligarcas como ‎ladrones y se alegran de que sus bienes, ya perdidos para Rusia, les sean arrebatados por ‎los occidentales. En cuanto a la burguesía globalista, los rusos no se apenan de ver huir a ‎algunos de sus miembros.

Lo que perciben los rusos es que el presidente Putin y su equipo han logrado resolver ‎el problema de la alimentación y volver a darles trabajo, que han reconstruido su ejército y que ‎los protegen del resurgimiento del nazismo. Por supuesto, no todo es color de rosa … pero las cosas ‎van mucho mejor desde que el presidente Putin y su equipo están al mando. ‎

¿ES LA OTAN LA MAYOR ALIANZA MILITAR DEL MUNDO O UNA AMENAZA CONTRA RUSIA?


Para los europeos de Occidente, nacidos y criados en una región que vive como un protectorado ‎estadounidense, la organización unipolar del mundo parecía algo natural. En 60 años nunca han ‎vivido la guerra en su propio suelo y no entienden por qué el resto del mundo no quiere la ‎‎Pax Americana. ‎

Los rusos, por el contrario, sufrieron una caída brutal de su esperanza de vida, que disminuyó ‎‎20 años, cuando eligieron a Boris Yeltsin y sus consejeros estadounidenses. Además, vivieron ‎dos guerras en la región rusa de Chechenia y los atentados islamistas que las acompañaron, ‎en Beslan y en Moscú. Los banderistas ucranianos lucharon entonces junto a los yihadistas del ‎Emirato Islámico de Ichkeria. ‎

A los europeos occidentales no les importa que la OTAN haya tratado de eliminar físicamente al ‎presidente Charles de Gaulle en Francia, ni que haya asesinado a Aldo Moro en Italia y ‎organizado el golpe de Estado de los coroneles en Grecia. Esos hechos los conocen sólo los ‎especialistas y no aparecen en los manuales escolares. La OTAN es la mayor alianza militar de la ‎historia y sus dimensiones teóricamente le garantizan la victoria. ‎

Sin embargo, en los años 1990, la OTAN rechazó la eventual admisión de Rusia. La alianza ‎atlántica se redefinió entonces no como una fuerza garante de estabilidad para el continente ‎sino como un bloque antirruso, lo cual puede llegar a provocar una guerra en Europa. ‎

Los occidentales reescriben la historia cuando afirman que nunca prometieron abstenerse de ‎ampliar la OTAN hacia el este. Sin embargo, durante la reunificación alemana, el presidente ‎francés Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl hicieron estipular en el Tratado ‎Relativo al Arreglo Definitivo Sobre Alemania –firmado el 13 de octubre de 1990– que las cuatro ‎potencias vencedoras del nazismo establecerían medidas de confianza en materia de armamento ‎y de desarme para garantizar la paz en el continente de conformidad con los principios del Acta ‎Final de Helsinki, firmada el 1º de agosto de 1975. Esos principios quedaron reafirmados en la ‎‎Declaración de Estambul –la Carta Europea de Seguridad, firmada el 19 de noviembre de 1990– ‎y en la Declaración de Astaná, firmada el 2 de diciembre de 2010. Esos documentos establecen:‎ el derecho de cada Estado a establecer las alianzas militares de su preferencia, así como el deber de cada Estado de no adoptar medidas de seguridad que amenacen a sus vecinos. ‎

Es por eso que Rusia nunca cuestionó la incorporación de los Estados del centro y del este de ‎Europa al Tratado del Atlántico Norte. Y es también por eso que siempre denunció la instalación ‎de fuerzas estadounidenses en esos países. ‎

En otras palabras, Rusia no cuestiona la existencia de la OTAN sino su funcionamiento. Más claro ‎aún, Rusia no se opone a que Ucrania, Finlandia o Suecia entren en esa alianza militar con ‎Estados Unidos ni a que estén bajo la protección del Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte ‎pero rechaza que eso se traduzca en el despliegue de armamento estadounidense y de tropas de ‎Estados Unidos en suelo de esos países.‎

Ni siquiera se trata de prevenir el lanzamiento de misiles desde su frontera terrestre: los ‎submarinos siempre tendrían la posibilidad de acercarse a sus fronteras marítimas.

Lo que ‎preocupa a Moscú es otra cosa. Al contrario de la mayoría de los Estados, la población de la ‎Federación Rusa es relativamente escasa en relación con la gran extensión de su territorio, lo cual ‎hace más difícil la defensa de sus fronteras. Desde la invasión napoleónica, en 1812, Rusia ‎aprendió a defenderse utilizando precisamente su gran extensión territorial, dejando avanzar al ‎invasor en suelo ruso, cortando después sus líneas de abastecimiento para que muriera de frío con ‎la llegada del invierno. Esa estrategia llegó incluso a traducirse en el abandono de Moscú y el ‎desplazamiento de la población rusa hacia el este. Pero esa estrategia deja de ser eficaz ‎si el invasor dispone de bases de retaguardia en un país limítrofe con Rusia. ‎


Esa estrategia es también fuente de malentendidos. Rusia no trata de tener una zona de ‎influencia en Europa, como tuvo la Unión Soviética liderada por el ucraniano Leonid Brezhnev. ‎Tampoco tiene aspiraciones imperialistas, como sucedía con la Rusia zarista. Sólo trata de ‎evitar que algún ejército de grandes proporciones pueda instalarse cerca de su territorio. Muchos ‎‎“conocedores” de la política rusa califican erróneamente esa actitud de “paranoica”, aunque ‎en realidad es resultado de una cuidadosa reflexión. ‎

EL ARTE «OPERACIONAL»

La cinematografía bélica de Hollywood suele presentarnos iniciativas heroicas de individuos que ‎logran cambiar el curso de una batalla. Pero los filmes de guerra rusos nos muestran héroes que ‎se sacrifican para retrasar el avance del enemigo y dar tiempo a que la población se retire. Para ‎los rusos la retirada no es vergonzosa si evita un baño de sangre.

Debido a esa visión propia, los militares eslavos han concebido lo que llaman el «arte operativo» ‎o «arte operacional», a medio camino entre la estrategia y la táctica. No consiste en planear el ‎despliegue de los ejércitos ni la dirección de una batalla sino en prever qué puede hacerse para entorpecer los movimientos del ejército enemigo y evitar la batalla. Los ejércitos occidentales ‎también han tratado de desarrollar ese concepto pero sin lograrlo, porque no lo necesitan. ‎

En el plano militar, la guerra en Ucrania puede resumirse de la siguiente manera. El objetivo –‎definido públicamente por el presidente Vladimir Putin– era «desarmar y desnazificar» Ucrania. ‎En función de eso, el estado mayor ruso comenzó sembrando la confusión en el bando contrario para ‎dedicarse a alcanzar su objetivo después de haber desorganizado el ejército ucraniano. ‎

El estado mayor ruso atacó inicialmente a través de todas las fronteras posibles: desde Crimea, ‎desde Rostov, desde Belgorod, desde Kursk y desde Bielorrusia. De esa manera, las fuerzas ‎armadas ucranianas no sabían dónde concentrarse. En medio de ese aparente desorden ‎ofensivo, las fuerzas rusas destruyeron las defensas antiaéreas ucranianas y avanzaron ‎rápidamente sobre la central nuclear de Zaporijia –la más grande de Europa–, donde ocuparon las ‎reservas ilegales de uranio y de plutonio allí almacenadas, y sobre varios biolaboratorios militares, ‎donde destruyeron contenedores de agentes patógenos y otros tipos de armas biológicas. También destruyeron las vías férreas cuando las potencias ‎occidentales comenzaron los envíos de armamento a Ucrania. Luego iniciaron los combates ‎contra el regimiento banderista Azov, acantonado en Mariupol. Finalmente comenzaron a barrer ‎las zonas ocupadas por las tropas ucranianas en los oblast de Donetsk y Lugansk. ‎


Pero en Occidente creyeron que los rusos querían tomar Kiev y‎ arrestar al presidente ‎Volodimir Zelenski –dos cosas que nunca estuvieron entre los objetivos de Rusia– y que iban a ‎ocupar toda Ucrania –algo que los rusos no tienen ninguna intención de hacer. Así que ‎los occidentales se equivocaron creyendo que los rusos habían emprendido una “guerra ‎relámpago”. ‎

Estados Unidos creyó que tenía que evitar una rápida caída del régimen de Kiev, cuando ‎en realidad habría tenido que defender el material nuclear ilegalmente almacenado en Zaporijia. ‎Luego creyó que tenía que defender Odesa y Lviv … mientras que los rusos tomaban Mariupol. ‎Los rusos ejercieron su «arte operacional» alcanzando en tiempo record los objetivos que ‎habían anunciado … mientras que los occidentales se vanaglorian de haberles impedido tomar ‎objetivos imaginarios. ‎

Los occidentales en general están tan erróneamente convencidos de su propia sapiencia que ‎han sido incapaces de pensar como sus adversarios. ‎

El Pentágono se equivocó tanto porque la mayoría de sus oficiales simplemente desconocen ‎el trabajo de los straussianos incrustados en Washington: cómo estructuraron a los banderistas, ‎los vínculos que mantienen con elementos de extrema derecha en numerosos ejércitos ‎occidentales a través de la orden secreta conocida como Centuria y sus programas secretos de armamento.

Thierry Meyssan
(Fuente: https://www.voltairenet.org/)

No hay comentarios:

Publicar un comentario