viernes, 20 de mayo de 2022

POR QUÉ ES BOZAL Y NO MASCARILLA



Por la sencilla razón de que su imposición careció de justificación sanitaria, siendo una medida de talante meramente político encaminada a someter a la masa y a la vez enfermarla por un exceso de CO2 y un déficit de oxígeno. Inspiramos un 21% de oxígeno y un 0.04% de dióxido de carbono y expiramos un 16% de oxígeno y 3.5% de dióxido de carbono. Con un bozal (fuera de quirófano deja de ser una mascarilla), respiramos una atmósfera cada vez más enrarecida, con menos oxigeno, con más dióxido y si mantenemos el bozal durante algún tiempo, generamos un hábital ideal para la proliferación de hongos y bacterias que también respiramos.


Muchas veces nos han comunicado de manera furibunda la imposición de ponerse la mascarilla facial al entrar en un quirófano por parte de algún cirujano, preocupado por la posible tasa de infección que tiene en sus pacientes.

Sin entrar en discusiones bizantinas, es bueno pararse a pensar en la evidencia encontrada para dicha afirmación. Aparte de encontrar múltiples recomendaciones y protocolos que obligan a ponerse la mascarilla facial al entrar en quirófano, convirtiéndose en un ritual asimilado por todos, sorprendentemente no existen suficientes estudios con un nivel adecuado que sostengan tal afirmación.

Debemos pensar que las barreras de protección son un método sencillo y barato de disminuir al máximo la tasa de infección postoperatoria y, por tal motivo, los autores no van a ser unos reaccionarios en este tema. Sin embargo, no está de más hacer una revisión crítica sobre la cuestión a través del método empírico y los niveles de evidencia que tan buenos resultados ha dado a nuestra profesión.

La red Cochrane se hizo eco de tal asunto con un metaanálisis, publicado en 2.002, sobre la implicación de la mascarilla facial en la infección postquirúrgica durante la llamada cirugí­a limpia. Exponemos aquí­ alguna de sus conclusiones:

-No existen pruebas suficientes que apoyen el uso de las mascarillas desechables para prevenir el uso de la mascarilla facial en la cirugía limpia.

- El diseño de las mascarillas actuales puede, según autores, incrementar la contaminación postquirúrgica, ya sea por el efecto de“ escape lateral“, por efecto“ mecha“ o capilaridad, (wicking) o por efecto serpenteo (wiggling), al descamar la mascarilla la cara del usuario por fricción y dispersar dichas escamas por el quirófano.

- Sólo se encontraron 2 estudios aleatorizados controlados para la revisión de los 13 estudiados. De ellos, 1 fue abandonado por la aparición de infecciones postquirúrgicas que no podí­an deberse al personal presente en la intervención.

- Existen sesgos potenciales y limitaciones de diseño en todos los estudios recogidos.

Por ello, la conclusión de los autores es que, por resultados limitados, no pueden afirmar que el uso de mascarillas faciales causa daño o beneficio al paciente sometido a cirugía limpia.

Aparte de este metaanálisis, existen bastantes evidencias que van en contra de este ritual tan familiar consistente en colocarse la mascarilla facial para entrar en un quirófano. Ya en el siglo pasado, editoriales como el de The Journal of Bone and Joint Surgery por S.P.F Hughes afirmaban contundentemente que no existían evidencias que sugiriesen que colocarse la mascarilla facial fuera del área de operación supusiera un beneficio. En la revista Journal Hospital Infections de 1.991, Mitchell N.J y col. lo afirmaron con más vehemencia.

Pero, por más actual, nos llama la atención un artículo de 2010 aleatorizado que sostiene la misma opinión, realizado por compañeros no médicos (enfermeros) con una calidad de diseño que muchas veces echamos en falta en los estudios diseñados por colegas médicos, un estudio de un nivel más que aceptable, con una puntuación de 3 en la escala Jadad, con una aleatorización, descripción de seguimientos y pérdidas a nuestro entender correcto. Prospectivamente siguieron a 827 pacientes destinados a operarse distribuidos aleatoriamente en 2 quirófanos. Uno, donde todo el personal llevaba puesta la mascarilla facial, y otro en la que sólo la llevaba el personal "estéril". Se controlaron y anotaron múltiples factores que pudiesen interferir en la aparición de la infección: estado físico del paciente, tiempo de cirugía, clasificación de la herida, índice de masa corporal, historia de infección previa, profilaxis antibiótica, tipo de cirugía, número de personas en quirófano, presencia de hábitos tóxicos, etc. Siguieron a los pacientes aproximadamente un mes para confirmar la presencia o no de infección en la herida quirúrgica.

El tipo de cirugí­a fue variado, aunque el 81% fue de tipo CMA.

Datos obtenidos

El 10,2% de los pacientes tuvieron infección. El 11,5% en el grupo con mascarilla facial y 9,5% en el grupo sin mascarilla. Una diferencia no estadí­sticamente significativa con un OR de 0,77 (CI 95% 0,49-1,21 con p=0,15). Sólo en el 31% de las infecciones fue identificado el agente patógeno (principalmente stafilococo aureus).

Con una regresión logística concluyeron que los factores implicados en la infección de la herida quirúrgica fueron:

1.- La presencia de hospitalización.

2.- Un alto í­ndice de masa corporal (IMC)

3.- Tener antecedentes de infección de la herida quirúrgica.

Conclusión

Este y otros artí­culos al respecto nos llevan a ser cautos al respecto. A nuestro entender los datos sugieren que el uso de la mascarilla es mucho menos importante de lo que la gente cree a simple vista … pudiendo ser innecesario su uso fuera del campo quirúrgico.

Pero eso no quita para usarla siempre en contextos de alta probabilidad de infección o en situaciones en las que el sentido común pueda primar por encima de estos datos estadí­sticos.

Una cosa es la verdad estadí­stica y otra la verdad clí­nica, si bien, la primera es una buena manera de encontrar la segunda.

Owen James Mattern, Eugene T H Ek
(Fuente: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/; visto en https://puertoparanoia.blogspot.com/)

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