miércoles, 18 de mayo de 2022

LOS HIJOS DEL COVID, LA GENERACIÓN FRANKENSTEIN



Tres investigadores analizan cómo el manejo del SARS-CoV-2 dejó lisiados a nuestros hijos. Problemas ya existentes como la depresión, la ansiedad, la obesidad y el deterioro del nivel intelectual se profundizaron en los últimos dos años. Pero aún más inquietante son las “enseñanzas” que les dejó la pandemia y cómo actuarán en la adultez cuando las cosas se pongan difíciles.

Mientras algunos países que se caracterizan por los altos índices de bienestar de su población, como Suecia o Dinamarca, adoptaron una línea de acción independiente frente al covid-19, la casi totalidad del resto de Occidente se empecinó en disponer largos confinamientos, uso obligatorio de mascarillas y cierre de escuelas y de comercios, dejando a toda una generación lisiada y abocada a temibles efectos a largo plazo, según vaticinan los profesores Paul Frijters y Gigi Foster junto al asesor financiero y periodista Michael Baker en un reciente artículo titulado: “Lo que la contención del covid le ha hecho a nuestros hijos”.

“En los últimos dos años, lo que los gobiernos occidentales han hecho a la próxima generación -todo en nombre de su seguridad, por supuesto- ha sido calamitoso. En lugar de intentar mejorar los problemas de nuestros hijos, que ya estaban claros, bien documentados y que empeoraban constantemente con el tiempo, en marzo de 2020 las autoridades empezaron a realizar experimentos sociales especialmente dañinos con ellos. ¿Qué tipo de generación resultará?”, se preguntan Baker, Frijters – profesor de Economía del Bienestar en la London School of Economics y mágister en Econometría-, y Foster – investigadora principal del Instituto Brownstone y profesora de la Escuela de Economía de la Universidad de Nueva Gales del Sur-.

El análisis de la evolución que muestran indicadores tales como la prevalencia de obesidad, depresión y ansiedad, los niveles de coeficiente intelectual y el consumo de drogas les permite concluir que Occidente está criando una generación lisiada. “Una generación monstruosa, asediada ideológicamente por lo que los observadores externos que buscan nuestras debilidades llaman una ‘extraña horda de salvajes’, está siendo formada actualmente por nuestras escuelas, medios de comunicación y propagandistas”, aseguran los también autores del libro “The Great Covid Panic”.

“Los nacidos en los últimos 5 a 25 años son más obesos, menos inteligentes, más deprimidos, menos felices, más conflictivos, más propensos al consumo de drogas, menos orgullosos de su país y menos alentados por las autoridades que los nacidos incluso 10 años antes”, remarcan para luego añadir: “A nuestros jóvenes se les ha enseñado a odiarse a sí mismos, a su propia cultura y a su propia historia. Su escasa capacidad intelectual significa que les costará descifrar lo que les ha sucedido o quiénes son. En comparación con generaciones tan recientes como la Generación X, nuestros jóvenes son poco saludables, ansiosos, socialmente tímidos, propensos a huir hacia los juegos online y las drogas offline, atrapados en narrativas de victimismo, enfadados con el mundo y solitarios”.

En ese sentido, explican que antes de 2020, la ansiedad y la depresión en los jóvenes ya estaban en aumento: un estudio de 2018 encontró un incremento del 15% en las medidas de infelicidad desde 2015 para los jóvenes de 15 años en el Reino Unido, del 10% en los Estados Unidos y del 5% en el conjunto de los países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, por sus siglas en inglés). “El abuso de sustancias entre los adolescentes, la adicción a los juegos y otros signos preocupantes también titilaban en rojo en la década anterior a 2020. Luego, en 2020, llegaron los encierros, el distanciamiento social, el cierre de escuelas, el uso forzado de barbijos, la vacunación forzada y la propaganda implacable”, recuerdan.

Y los resultados no se hicieron esperar. Frijters, Foster y Baker citan un artículo de la revista Lancet de 2021 que ofrece un panorama sombrío de las consecuencias, basado en datos de 204 países. “El hallazgo clave fue un aumento espectacular de más del 25% en los trastornos de ansiedad y depresión. Las personas que acaban de entrar en la edad adulta (entre 15 y 25 años) y las mujeres fueron las más afectadas”, detallan.

“Los niveles de satisfacción vital se desplomaron en casi 10 puntos porcentuales entre 2019 y 2021. Esto equivale a una casi duplicación de las tasas de depresión grave, lo que es coherente con lo que vemos en el Reino Unido y los Estados Unidos, donde alrededor de un tercio de los adolescentes encuestados durante los confinamientos informaron que se sentían infelices o ‘deprimidos’ (utilizando la definición cotidiana y no la clínica de ese término)”, indican los autores del artículo. En esa línea apuntan que un número alarmante de nuestros niños sufre ahora ansiedad y depresión, y las cosas empeoran a medida que continúan los encierros. Y a quienes suponen que los daños serán efímeros, estos investigadores les responden que por desgracia no será así.

Las irracionales medidas para “controlar” el covid han tenido no sólo un impacto sobre la salud psíquica sino también física. “Según un estudio de Lancet de finales de 2021, la obesidad infantil había aumentado un 50% en el Reino Unido con respecto a las cifras del año anterior. La obesidad severa en el Reino Unido casi se duplicó durante los años de confinamiento, y todas las categorías de sobrepeso aumentaron de forma alarmante”, subrayan Frijters, Foster y Baker.

Otro estudio reciente de los CDC muestra que entre los niños de 2 a 19 años la tasa de aumento del índice de masa corporal (IMC) casi se duplicó durante la pandemia. “Los malos consejos sanitarios institucionalizados de nuestros ‘expertos’ en salud pública -“quedate en casa, no socialices”- convirtieron a nuestros niños en fofos”, lamentan.

Y aún peor es lo que sucedió con sus cerebros, dicen estos especialistas, que recuerdan que el coeficiente intelectual y el funcionamiento cognitivo se desarrollan en función de las inversiones realizadas en los primeros años de vida y, por lo general, se cree que retroceden más allá de la edad adulta.

“¿Cuál es la cosecha de la manía covid de nuestros hijos en este ámbito? Los investigadores ya sabían que Occidente tenía grandes problemas en este sentido antes de la pandemia. Existe un continuo empeoramiento de la capacidad de pensar científicamente, afectando a la parte superior del rango de capacidad, lo que demuestra que el descenso no es ‘sólo’ un fenómeno entre los inicialmente desfavorecidos”, resaltan.

En ese sentido, mencionan los datos reportados por Nature de Rhode Island -un estado profundamente enamorado de los confinamientos- para mostrar lo que ha sucedido con la capacidad mental de los niños muy pequeños (de 3 meses a 3 años) entre 2011 y 2021: un descenso de casi 20 puntos en lo que se considera el equivalente al coeficiente intelectual, lo que representa una vuelta a los niveles de hace un siglo, “y se consigue en sólo dos años de infligir el uso de barbijo y el distanciamiento social a nuestros hijos, dejándoles sólo la compañía de Internet”, explican los investigadores, quienes hacen hincapié en que los niños de esta tierna edad aprenden cosas que no pueden aprender más tarde, como el reconocimiento temprano del lenguaje, ayudado por la observación e interacción con personas enteras que muestran su cara completa.

“Datos como este sugieren que dos años de locura covídica han infligido un daño grave y a largo plazo a nuestros hijos”, insisten. Los datos son consistentes con el aumento de una generación de niños con daños cognitivos permanentes.

Como si todo esto fuera poco, las medidas pandémicas agudizaron aún más un flagelo de larga data en Occidente: el declive cultural, acompañado por una pérdida de confianza y autoestima de los jóvenes, y el consumo de drogas. “Los países sanos y seguros de sí mismos no sucumben a la salida fácil que ofrecen las drogas. Los países que pierden el rumbo buscan consuelo en ellas”, apuntan Frijters, Foster y Baker.

Respecto de lo que ha sucedido en el último tiempo en torno a esta problemática, citan los datos la Asociación Médica Americana de febrero de 2022: “La epidemia de sobredosis de drogas del país sigue cambiando y empeorando. Un tema predominante es el hecho de que la epidemia ahora está impulsada por el fentanilo ilícito, los análogos del fentanilo, la metanfetamina y la cocaína, a menudo en combinación o en formas adulteradas… Las muertes de adolescentes por fentanilo se disparan y los adolescentes negros son los más afectados”.

Según estos tres investigadores, las noticias no son mejores en otros países que se encerraron. En Reino Unido, por ejemplo, se observa un aumento de alrededor del 60% en las muertes por intoxicación por drogas desde 2012 y el aumento continúa en 2020.

¿Qué va a hacer esta generación lisiada una vez que alcance la edad adulta y el poder? “Sabemos que tendrán una baja productividad, escasas habilidades sociales y una escasa comprensión del mundo. Sin embargo, ¿qué pasa con sus corazones? ¿Tendrán al menos humanidad y compasión por sus semejantes? Lamentablemente, lo que les hemos enseñado en este ámbito nos lleva a predecir que, cuando las cosas se pongan difíciles, no van a pestañear dos veces antes de enviar a millones de personas a campos de exterminio si sus débiles mentes pueden ser manipuladas para que piensen que hacerlo les salvará. Estamos produciendo una generación Frankenstein”, reflexionan Frijters, Foster y Baker.

El temible pronóstico que hacen es que “los niños de hoy serán los monstruos de mañana porque nuestras sociedades los están criando, ahora mismo, para ser monstruos. Una generación a la que se le ha enseñado a complacerse con normas draconianas y burocráticas orientadas a salvar la cara, sin tener en cuenta a las víctimas. Una generación acostumbrada a la propaganda y a la certeza ficticia. Una generación ciega a los millones de muertos, ya sea en casa o en el extranjero. Una generación verdaderamente aterradora, no sólo lisiada ella misma, sino dispuesta a lisiar a los demás”, escriben.

Sin embargo, sostienen que hay esperanzas. Todavía podemos torcer el rumbo. Por ejemplo, eligiendo el lugar donde vivimos. Aconsejan a sus propios hijos adolescentes que tengan las valijas preparadas y estén dispuestos a trasladarse a otro país o región en poco tiempo. “A los de nuestra familia que viven en Estados Unidos les aconsejamos que no formen una familia en lugares todavía desquiciados como Nueva York y California, sino que se muden a Florida o a otro de los estados comparativamente más sanos. A los que están en Europa les recomendamos Suiza, Dinamarca y partes de Europa del Este en lugar del Reino Unido o de los países del centro de la UE que se están deteriorando rápidamente (Francia, Italia, Alemania, Países Bajos o Austria)”, relatan, para luego añadir: “Si estuviéramos criando familias jóvenes hoy en día, basaríamos nuestra elección sobre dónde vivir en la necesidad de proteger a nuestros hijos de este daño”.

“Uno puede crear sus propias escuelas, grupos de juego, clubes, medios de comunicación e iglesias para tratar de luchar contra los impulsos frankenstenianos en el propio patio trasero”, sugieren.

Podrían los gobiernos comprometidos y los padres arrepentidos evitar el desastre que están cocinando ahora? “Sí, en gran medida. La receta ni siquiera es tan difícil. El problema es que vemos pocas posibilidades de que el ingrediente clave -el reconocimiento de lo que han hecho y están haciendo- llegue, porque es demasiado doloroso”, dicen estos investigadores.

“Mientras esperamos que las poblaciones y las autoridades sigan adelante, enfrentándose a medias con algunos de los peores problemas a medida que se manifiestan, recordemos que existen buenas recetas para la crianza de los niños. Se puede proteger a los niños de los teléfonos móviles y las redes sociales hasta que tengan la edad suficiente para manejarlos con plena conciencia, digamos que alrededor de los 15 años. Se puede suprimir la mayoría de las formas de aprendizaje en línea y mejorar la calidad de los profesores”, proponen.

“Se pueden organizar en masa actividades positivas, como los abrazos frecuentes, el ejercicio, el entrenamiento de habilidades empáticas y el juego no estructurado, al tiempo que se imparten a los niños lecciones positivas de historia, una actitud afirmativa hacia las culturas locales, una aversión a aplicar soluciones médicas a los problemas sociales y la importancia de la responsabilidad personal. Se puede animar a las comunidades locales, a través de las normas sociales, a que asuman la función de proporcionar atención pastoral y una amplia educación cívica”, continúan.

Y para concluir resumen: “Todo esto y mucho más podría hacerse. El conocimiento sobre cómo criar una generación próspera, capaz de navegar por la vida moderna, está disponible para ser tomado, ya sea ahora, en lugares seleccionados por comunidades comprometidas, o en el futuro. No todos los niños de Occidente serán inevitablemente lisiados, y la sociedad tiende a largo plazo a seguir los buenos ejemplos, por lo que este horror no puede durar para siempre. Tenemos una profunda esperanza”.

Agustina Sucri
(Fuente: https://www.laprensa.com.ar/; visto en https://tierrapura.org/)

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