lunes, 25 de noviembre de 2024
NOS ENCAMINAMOS IRREMISIBLEMENTE HACIA UNA PRISIÓN BIOMÉTRICO-TECNOLÓGICA-DIGITAL
En el transcurso de mi vida, he tenido el privilegio -o la desgracia, según se mire- de ser testigo de la evolución tecnológica más brutal llevada a cabo en la historia de la humanidad. Paulatinamente, he visto cómo hemos ido pasando de la regla de cálculo a las primeras calculadoras programables, los ordenadores personales, Internet, los teléfonos móviles, el 3G, 4G, 5G, hasta llegar a la inteligencia artificial (IA).
Sin embargo, lo que nunca hubiera imaginado es ver en pleno siglo XXI a toda una generación de “millennials” (conocidos como “nativos digitales”) volverse inútiles y totalmente dependientes de la tecnología digital para todo, incluso para el desarrollo de las relaciones humanas, por cierto, ya no tan humanas para ellos.
Siento decirlo, pero de seguir las cosas por el cauce que van, no tardando mucho el ser humano vivirá permanentemente esclavizado a la tecnología, si es que no lo está ya.
Que la tecnología e Internet han cambiado el mundo es un hecho. Hoy en día con un teléfono móvil conectado a Internet se puede hacer casi de todo. Y aunque bien es verdad que esta tecnología ha contribuido a mejorar la vida de la gente, sin embargo, tiene su lado oscuro.
Según los estudios realizados, la capacidad de atención, a raíz del uso de teléfonos móviles e Internet, se ha reducido en los países occidentales de una manera alarmante. Las investigaciones apuntan que la persona promedio ahora pasa entre 2 y 4 horas al día mirando su teléfono móvil. Si a eso le sumamos las horas de trabajo delante de un ordenador y las que pasamos ante el televisor, la cosa se puede poner en 10 ó 12 horas diarias mirando pantallas, lo que supone, nos guste o no, que estamos viviendo la vida a través de una pantalla.
Pero lo peor de todo, es que las personas que tienen acceso instantáneo a estas tecnologías están siendo zombificadas y no parecen darse cuenta. Esto no es ninguna exageración, ya que para estas personas interactuar con otros seres humanos sin Internet, teléfonos móviles, redes sociales, etc. se ha vuelto impensable.
Aunque hoy en día la vida de todos nosotros ya está controlada por una pléyade de instituciones nacionales y supranacionales, sin embargo, en un futuro no muy lejano todo, absolutamente todo, será controlado exhaustivamente por la IA.
La humanidad está siendo conducida gradualmente hacia el control total en todos los ámbitos. Si seguimos consintiendo el uso creciente de los datos biométricos, la tecnificación de las cosas más simples y la digitalización de todo nuestro entorno, llegaremos a vivir en una prisión biométrico-tecnológica-digital.
Esto, que a priori parece una secuencia sacada de una mala película de ciencia ficción, cada día está más cerca. Sin ir más lejos, el banco JP Morgan Chase planea introducir en 2025 un sistema de pago biométrico que permita hacer compras sin efectivo ni tarjetas de crédito. Todo lo que se tiene que hacer es aceptar que la palma de la mano o la cara sean escaneadas al entrar en la tienda, y listo. ¡Increíble! ¿Verdad? Bueno pues seguro que a algunos les parecerá estupendo.
La tecnología biométrico-tecnológica-digital, que combina datos biométricos, herramientas tecnológicas avanzadas y almacenamiento digital, no representa tanto una oportunidad como un riesgo significativo para la humanidad.
El primer gran riesgo es la vulneración de privacidad. La recolección de datos biométricos implica el acceso a información sumamente personal y difícil de cambiar como el rostro, la huella digital o el iris, los cuales pueden ser almacenados en bases de datos masivas. Esto hace que sea casi imposible preservar la privacidad total de un individuo.
Evidentemente, los gobiernos podrían utilizar estos datos -sin nuestro consentimiento- con fines de vigilancia, discriminación o incluso manipulación, desapareciendo para siempre el anonimato y el derecho a la privacidad.
Por otra parte, los datos biométricos, a diferencia de las contraseñas, no se pueden cambiar. Por lo tanto, si un sistema de almacenamiento es hackeado, no existe forma de revertir o asegurar la identidad de esa persona sin sustituir el dato biométrico comprometido.
Está claro que este tipo de tecnología es la herramienta que el poder estaba esperando como agua de mayo: permite un nivel de monitoreo sin precedentes, limita las libertades individuales y reprime la disidencia.
La recopilación y el análisis masivo de datos biométricos proporcionará a los gobiernos un control absoluto de la sociedad, además de la capacidad de manipular pensamientos y comportamientos. Esto podría usarse para orientar campañas políticas, influir en procesos electorales o tomar decisiones encaminadas a mantener en la ignorancia al “populacho”. Por cierto, ¿esto no está ocurriendo ya?
Una vez que la tecnología biométrica se generalice, la sociedad aceptará como “normal” un nivel de vigilancia y control cada vez mayor, llegando a desaparecer la conciencia sobre los derechos, la privacidad y la autonomía personal que el ser humano tuvo en el pasado.
Resumiendo. La tecnología puede facilitar enormemente la vida de las personas en términos de comodidad, pero los riesgos de abuso y de violación de derechos fundamentales son excesivamente altos. De hecho, la implementación de esta tecnología exigiría un marco regulatorio tan robusto, transparente y ético, que es prácticamente imposible equilibrar sus beneficios con la protección de los derechos y libertades individuales. Por consiguiente, si esta tecnología sigue extendiendo su poder por el mundo, convertirá el planeta en una prisión biométrico-tecnológica-digital: una cárcel sin rejas de la que nadie, nunca jamás, podrá escapar.
¿Verdaderamente queremos esto?
(Visto en https://pepeluengo2.blogspot.com/)
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