lunes, 30 de septiembre de 2024

"MEGALÓPOLIS", LA IDA DE OLLA FINAL DE FRANCIS FORD COPPOLA




Salgo de ver el que se nos presenta como el proyecto que uno de los gigantes del séptimo arte ha acariciado durante cuatro décadas hasta verlo materializado, e, intentando poner en orden mis ideas respecto al aluvión de imágenes poderosas, surrealistas, dislocadas y excesivas al que he asistido, no dejo de pensar que estamos ante una obra que solo puede pensarse como el testamento fílmico de un autor que, por edad y por haber gastado una vez más su crédito -en sentido literal, la financiación de un film tan faraónico (120 millones de dólares) la ha asumido vendiendo sus viñedos y propiedades- es absolutamente consciente de que será difícil que vuelva a ponerse tras las cámaras (ésta es la primera vez que lo hace en los últimos 13 años). Y si bien, hiciera lo que hiciera, nadie va a discutir al director de "El Padrino", "Apocalypse Now" o "La ley de la calle" su lugar en el Parnaso fílmico, su carta de despedida resulta absolutamente desconcertante: una especie de revisión en clave de musical -sin apenas canciones- de aquel "El manantial" de King Vidor con el que muchos conocimos el pensamiento individualista y ultra-libertario de Ayn Rand, pasada por el filtro de una estética de video-clip que podrá fascinar a Baz Luhrman, Nicolas Winding Refn o Darren Lynn Bousman, pongo por caso, pero que al público palomitero que acude habitualmente al cine a ver ruidosos comics animados solo puede suponerle un "shock" inmediato. De hecho, fue curioso constatar que un cierto número de espectadores abandonaba la sala a mitad de la proyección.

El esqueleto argumental de este "Megalópolis" no puede ser más sencillo: en una Nueva Roma en decadencia, trasunto de una Nueva York cuyos símbolos nos son mostrados explícitamente, desde la estatua de la libertad hasta las caídas Torres Gemelas, y desde Times Square a un Central Park nevado, un genio visionario que apuesta por un material construtivo -y reconstructivo, lo que experimentará en propia carne- novedoso, el Megalón, que supera al cemento y al acero, diseña una ciudad ambiciosa y futurista que lucha por materializar frente a la reticencia conservadora de poderes políticos que encabeza su principal oponente, el alcalde de la ciudad.



Sobre esta trama básica el director acumula una cantidad de aditamentos que acaba por dinamitar lo que se espera de una narración convencional: la hija del alcalde se enamora del ensimismado arquitecto, éste no ha superado la muerte de su esposa y se entrega a todo tipo de sustancias para sobrellevar su desdicha, se suceden las fiestas, a medio camino entre el circo romano y la bacanal, los tumultos callejeros y las intrigas áulicas, hay momentos que incurren de lleno en el más aboluto ridículo mientras se recita a Shakespeare, Ralph Waldo Emerson o Rousseau, o aparecen imágenes descoyuntadas, como una estatua de la Justicia que se deja caer, aparentemente desmoralizada, o el satélite de la U.R.S.S. que se precipita sobre la ciudad creando un vistoso Apocalipsis que no tiene ningún peso posterior en la trama. Políticos en ascenso se comportan como estrellas del pop pasadas de vueltas. "Groupies" narcisistas dan rienda suelta a sus caprichos. El arquitecto resulta tener el don de parar el tiempo a voluntad. Todo parece un despropósito absoluto, pero que funciona visualmente a través de una puesta en escena fascinante, cuidada hasta el menor detalle y que nos golpea con un número inusitado de imágenes llamadas a permanecer en la memoria.

Mi impresión que todo este delirio visual, del que es difícil señalar algún precedente, obedece a la decisión más o menos consciente de su autor de despedirse con un film "maldito", un fracaso comercial que algún día podrá ser reivindicado desde una sensibilidad muy distinta a la actual ("Debemos hacer películas que puedan inspirar a nuestros nietos", declaraba el cineasta en una entrevista reciente). Coppola, sencillamente, ha hecho una película para el público del futuro, confiando en que será comprendida y admirada dentro de algunas décadas -tal vez muchas-, sumándola así a filmes de culto como "La parada de los monstruos", "El hombre de mimbre" o "Blade Runner", absolutamente incomprendidas en su momento y hoy consideradas clásicos. "Megalópolis" sería algo así como el equivalente fílmico el extravagante "Finnegan´s Wake" de James Joyce, un "ahí queda eso, que no váis a poder ignorar", y que es mucho más fácil admirar o execrar que entender.

La crítica, unánime en llevarse las manos a la cabeza
El marketing con el que se lanzó inicialmente este desacomplejado film abunda en esa idea: una sucesión de críticas negativas -apócrifas en su totalidad- de películas de Coppola que en su momento habrían sido rechazadas por los supuestos entendidos y que luego han sido puestas en un pedestal, empezando por su magistral "El Padrino" (1972) que suele encabezar los rankings de "mejor película de la historia", presentando así a su autor como un "genio adelantado a su tiempo", algo que no le caracteriza precisamente como modesto. Pero si en el cine de gansters nadie le hace sombra (si acaso Scorsese o Abel Ferrara pueden tutearle en dicha categoría), el hecho es que, con parecida ambición a la de esta "Megalópolis" y una base literaria infinitamente más sólida -adaptaba una celebrada novela de Don DeLillo- David Cronenberg plasmó en "Cosmópolis" (2012) una urbe futurista similar, en un relato que, en cuanto a retrato de un orden social en decadencia, le gana de calle al italoamericano.

Coppola parece manifestar una extraña inclinación al descalabro económico, algo patente cuando, tras hipotecar su mansión para poder acabar de rodar "Apocalypse Now" (1979, le salió bien), dobló la apuesta filmando una "Corazonada" ("One from the heart", 1981) de irrecuperable presupuesto (le salió mal porque aquello solo podía salir mal), un musical crepuscular que le llevó a la bancarrota. Lo que no obsta para que en los ochenta siguiera rodando obras maestras, desmintiendo aquello que escribió F. Scott Fitzgerald de que "no hay segundo acto en las vidas americanas". Como la práctica totalidad de sus compañeros de generación -Scorsese, Cimino, de Palma, Altman, ...- superó algún sonado fracaso y continuó en el negocio, así que, parafraseando a aquel humorista desubicado que salía en los papeles de Bárcenas, podemos decir -aunque no explicar con mucha lógica- que "cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio cinematográfico".


Pisar -y pasar- por encima del tiempo, metáfora visual de una de las ob-
sesiones que plasma el delirio visual-conceptual pergeñado por un ci-
neasta que se ha ganado a pulso ser considerado un artista, aunque
también un derrochador, un egomaníaco y una bestia negra para los
críticos, a los que obliga a ganarse su sueldo de forma inmisericorde.
 
Volviendo al presente, resulta tentador comparar el riesgo asumido por Coppola al financiar de su bolsillo esta empresa con el análogo efectuado por Kevin Costner para poner en pie su mucho más convencional tetralogía sobre el lejano Oeste en "Horizonte", cuya primera parte merecía mejor recepción que la que ha tenido, poniendo en peligro su continuidad, puesto que las partes 3 y 4 aún no se han grabado y parece difícil que puedan rodarse algún día, dado el fiasco económico, que no artístico, que ha supuesto este ambicioso fresco histórico. La rentabilidad es una condición "sine qua non" para la industria del cine, y que un Hollywood que funciona como una máquina de producir dividendos se plantee lo que en Italia consensuaron el Estado y varias productoras, que apostaron por financiar los últimos filmes de Fellini en aras de posibilitar la plasmación de su genio en el celuloide, con la clara conciencia de que no darían beneficios, es algo impensable. Confiemos en que Costner sepa bailar con lobos de colmillo mucho más retorcido que el inocente "Calcetines" que hacía compañía al teniente Dunbar en su film más galardonado y no se cancele una obra prodigiosa llamada a ser considerada más pronto que tarde un clásico.


Para acabar de epatar al espectador, Coppola ha subtitulado su
película como "una fábula", supongo que porque "Batiburrillo
retrofuturista que oscila entre la utopía y la distopía, pero don-
de el bien triunfa, parece" sonaría a cachondeo, pese a lo per-
tinente de tal etiquetado en una película que, como Julio
Iglesias, es su propia parodia
Respecto a la excentricidad envuelta en papel celofán que nos ofrece Coppola, poco más hay que decir, dado que su visionado es una experiencia sensorial que desafía unas cuantas convenciones cinematográficas. Y que, si acaso, confirma que Adam Driver parece estarse convirtiendo en el protagonista ideal para esos proyectos largamente postergados de directores aparentemente provocadores, pero en realidad entregados al ensimismamiento (pienso en su papel protagónico en "El hombre que mató a Don Quijote" de Terry Gilliam), tal vez porque su expresión habitual de estar intentando recordar si apagó el gas al salir de casa al final resulta adecuada a muchas situaciones dispares. Jon Voigh logra dar cierto porte al personaje de un magnate al que le han tocado los momentos más bochornosos del guión, Lawrence Fishburne hace de Lawrence Fishburne, papel que, por razones obvias, borda, Shia laBeouf está tan histrión y asesinable como de costumbre, y son dos personajes femeninos, encarnados respectivamente por Nathalie Emmanuel y una hipnótica Aubrey Plaza, los que más dignidad aportan al capítulo interpretativo. El resto del reparto (Giancarlo Esposito, Talia Shire, Jason Schwartzman, Dustin Hoffman, ...) cumple con lo que se espera de su acreditada profesionalidad.

Y si el desafío que plantea esta obra desmesurada y caótica es exigente con el espectador, no envidio al crítico profesional su tarea de analizarla, una tarea imposible a partir de un único visionado, y una empresa ímproba por vérselas y habérselas con el regalo de una vaca sagrada -dicho sea esto sin sombra de gordofobia- a un utópico, abierto y desprejuiciado espectador del futuro. Los patinazos en que están incurriendo tantos que la evalúan sin haberla entendido mínimamente confirman la cínica sentencia según la cual un crítico es aquel que no se entera de nada ante el surgimiento de una obra de arte y que, pasado el tiempo, se dedica a explicarnos que aquello que ignoró en su momento fue algo importantísimo y trascendental. Y que, añado yo, hasta que le llega la epifanía se refugia en autojustificaciones tan bochornosas como la que exhibió con total impudor uno de los habituales contertulios del programa de la 2 "Qué grande es el cine", al calificar al 2001 de Kubrick de "obra incomprensible" y quedarse tan ancho. Dicho sea esto último también sin sombra de gordofobia.


Auguri, maestro. Si antes de esto ya no tenía nada que demostrar, el epílogo que 
está poniendo a su carrera le acredita como el genio cachondo que todo cinéfi-
lo querría tener como tío, pero sin ser tener que ser, por ello, Nicolas Cage



De entrada, la pereza mental que supone adscribir "Megalópolis" al género de la ciencia-ficción es de una simpleza sonrojante, pues como otras películas singulares e inclasificables -pienso en la infravalorada y maravillosa "La fuente de la vida", o en algunas marcianadas de Gilliam- no hay en ella anticipación científica alguna, sino exploración de una realidad alternativa en un libérrimo juego ucrónico -por Dios, que el satélite que cae ¡es de la U.R.S.S.!- que desafía toda clasificación.

Hay todavía una última excentricidad a la que prestar atención, y es el hecho de que Coppola pretendía, mediante el uso de un software desarrollado "ad hoc", que a mitad de película el público pudiera plantearle preguntas al personaje interpretado por Adam Driver y que éste las contestara en base a una serie de respuestas pregrabadas adecuadas a las cuestiones más previsibles que pudieran serle planteadas. La idea se puso en práctica durante la proyección de la cinta en Cannes sorprendiendo al público asistente, pero, como era de temer, no será llevada a las proyecciones regulares. Yo, al menos, no he podido preguntar a Kylo Ren si no le parece que planificar adrede un fracaso en taquilla no tiene algo de perverso.

(posesodegerasa)

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