lunes, 31 de enero de 2022

LA RELIGIÓN DE LA INOCULACIÓN



Desde su inicio en 1796 la vacuna se basó en un fraude: las conclusiones acerca de la inmunidad adquirida confirmaban una hipótesis que nunca había sido demostrada. Sin embargo, Edward Jenner, su pionero, alentó la creencia de que una persona expuesta a la viruela de la vaca estaba protegida contra la viruela humana. Todos los experimentos realizados para su comprobación fracasaron o presentaron graves daños a los vacunados. Pese a todo, la corporación médica aceptó la vacuna en contra de varios informes que desmentían sus beneficios y la constatación de los fallecidos contagiados artificialmente.

La tergiversación sobre las vacunas se remonta a su mismísimo origen, 225 años después ese imaginario social sigue vigente sostenido por falsedades. La idea errada de que las vacunas disminuyen las enfermedades ha determinado los tratamientos médicos oficiales, por ello, prevalecen los costosos y iatrogénicos procedimientos por encima de medidas higiénicas y naturales. Precisamente, el pecado original antigénico (POA) se acuñó al comprobar que la inmunidad general y duradera solo se daba tras contraer la enfermedad de forma natural y no por medios artificiales. Cuando se acerca el agente infeccioso por segunda vez el cuerpo utiliza el recuerdo de la primera experiencia, que reacciona de manera eficiente por su memoria génica. Muy distintamente ocurre después de la vacunación, pues el cuerpo actúa como fue programado (Humphries y Bystrianyk, 2016, p. 280).

En 1867, con el supuesto de proteger de la viruela, el Gobierno Británico impuso una nueva Ley de vacunación bajo penas de multa a los padres que no presentaran a sus hijos a su inoculación en los tres meses posteriores a su nacimiento. Pese a las altas tasas de vacunación (95%) en la década de 1870 una epidemia golpeó Inglaterra. Los estragos de la enfermedad y a la temible mortalidad comenzó a derribar la fe en la protección de la vacuna. El 23 de mayo del 1885 miles de personas salieron a las calles de Leicester a protestar y exigieron el fin de la imposición de la vacuna. Las gentes se negaron a vacunar a sus hijos y a ellos mismos. La ciudad rebelde consiguió contrarrestar la coacción de las autoridades y los vaticinios médicos. La rebeldía de estos ciudadanos, con su convencimiento de que la vacuna era contraproducente y la enfermedad podría ser superada de otra forma, puso en marcha un magnífico experimento.

Ese mismo año de 1885 en Leicester un gobierno antivacuna sustituyó al gobierno anterior, que incluso había castigado con cárcel a los objetores. En 1887 la cobertura de vacunación ya había descendido al 10% y en 1890 solo el 5% de los nacidos fueron vacunados contra la viruela. El “método Leicester” para afrontar la epidemia se basó en la cuarentena de los pacientes con viruela y la mejora en la higiene de las casas. La enfermedad se controló con casos más leves y a bajo coste, a diferencia de lo que pasó en otros lugares de Inglaterra con altas tasas de vacunación. En el brote de 1893 Leicester gozó de ese éxito que no tuvieron otras ciudades: 30 casos de fallecidos por 10.000 habitantes en Mold o 60 fallecidos en Birmingham, frente a poco más de uno en Leicester. En los siguientes brotes el éxito de la ciudad antivacuna se confirmó con un mayor descenso de la mortalidad.

‘El éxito de Leicester’ se expone en "Desvaneciendo Ilusiones. Las enfermedades, las vacunas y la historia olvidada" (2016). Este libro refuta que el descenso de mortalidad por viruela -y otras enfermedades- se debiera a la introducción de la vacuna. Los autores de esta investigación, Suzanne Humphries y Roman Bystrianyk, desmienten el reinante mito de las vacunas. En los 38 años posteriores al inicio de la inoculación respecto a los 38 anteriores las muertes por viruela habían aumentado casi a la mitad. Los hechos demuestran que la viruela no se erradicó gracias a la vacunación masiva, sino a pesar de ella, y gracias a los métodos replicados de cuarentenas y desinfección. Décadas después ya se podía señalar que una población no vacunada era mucho menos susceptible a contraer la viruela. A pesar de que se supo que la vacuna perjudicaba más que protegía, el fanatismo médico y el Estado insistieron en su aplicación para mantener la historia de su eficacia.

En nuestros días se mundializa lo que ya se había realizado durante el siglo XX a menor escala. Otra vez la ciencia negando su esencia, y en su nombre se impone una dogmática. Contrariamente a la creencia general la implementación masiva de las vacunas para sarampión y tos ferina llegó tras la práctica erradicación de las enfermedades. Cuando la tasa de mortalidad por sarampión se acercaba a cero se introdujo la primera vacuna en 1963, en 1967 un estudio reveló que esa vacuna de virus muerto podía causar neumonía y encelopatía; otra investigación de finales de siglo señaló que la vacuna de virus vivo -SPR- provocaba lesiones celebrares y desencadenaba autismo. La enfermedad repuntó y, como sucede hoy, los medios de comunicación culparon a los no vacunados que, curiosamente, no sumaban más que el 1%.

Cada vez más son los estudios que esclarecen los efectos perniciosos de la ciencia-negocio de la vacuna. Por ejemplo, varias evidencias desmantelan el relato oficial sobre sarampión, el POA y su tendencia inmunosupresora o inmunorreactiva. 1) Los niños que se criaban en pecho, al menos los tres primeros meses, tenían el 30% menos de probabilidad de contraer sarampión frente a los que nunca habían mamado. La leche materna servía al bebé para resistir a la enfermedad, pero 2) perdió su gran potencial inmunoprotector cuando se comenzó a vacunar a las madres. Los bebés de madres vacunadas eran más propensos a contraer la enfermedad. 3) Un estudio realizado en Sudáfrica demostró que la mortalidad se reducía hasta en el 80% cuando se administraba vitamina A, el riesgo general de muerte iba asociado a la malnutrición. Y 4) la insistencia de que merecía correr el riesgo de la vacuna para reducir la morbilidad provocó panencefalitis (PEES) (p. 338).

La vacuna contra la tos ferina también fue una estafa, su implementación supuso graves trastornos neuronales y muertes que se concentraban en los siete días posteriores a la inoculación, cuando, generalmente, los niños sin vacunar se recuperaban fácilmente y generaban inmunidad duradera. El 80% del descenso total de la mortalidad por tos ferina se produjo antes de que se dispusiera de ninguna vacuna o fármaco antimicrobiano. Con otras tantas enfermedades sucedió algo semejante… “la mortalidad por tuberculosis, la difteria, la escarlatina, la tos ferina, el sarampión, la fiebre tifoidea, la fiebre puerperal y la gastroenteritis infantil disminuyó antes de la introducción de la inmunización [por vacuna] y/o los antibióticos” (200 p.).

La razón epidemiológica lleva a deducir eso: la enfermedad tiende a disminuir si se siguen métodos profilácticos de sentido común. Todas las plagas o epidemias aminoran con la limpieza de las ciudades, sus aguas, la introducción de alcantarillados, la buena alimentación, remedios naturales y la medicina tradicional. Cuando se agudiza la enfermedad sucede frecuentemente por injerencia humana, como se estudia en los casos de difteria y polio. A la introducción de la vacuna (o antitoxina) contra la difteria le siguió un pico de mortalidad. La propagación de la enfermedad de la polio coincide exactamente el uso de DDT, un pesticida de alta toxicidad que envenenaba y producía parálisis. Esto se supo desde finales del siglo XIX pero no se prohibió el DDT hasta que se aceptó la vacuna contra la polio, se dijo que la vacuna era la gran salvadora. En contra de los que se hizo pensar, el fenómeno de la inoculación supuso un gran perjuicio por la cantidad de parálisis y afecciones tras la administración de la dosis.

Este último episodio global es una nueva ofensiva de la industria fármaco-iatrogénica avalada por la plutocracia y las instituciones supra y estatales -OMS y demás ministerios de sanidad del planeta, con China liderando-. Con el incremento de su poder en el siglo XIX los estados fijaron la biopolítica en su agenda de control social. Desde entonces existe el deseo de implementar la vacuna por un entramado de intereses de las élites y las farmacéuticas en consonancia con objetivos eugenésicos, hoy también por el control genético. Con la vacuna COV-19 estamos más cerca de esos perversos objetivos.

Estudios actuales sobre la epidemia Covid-19 apuntan a la alteración del sistema inmunitario producto de las vacunas. Según las hipótesis de María José Martínez Albarracín, que comparte con numerosos científicos, los picos de mortalidad de la primavera de 2020 se correlacionan a un síndrome de ADE o enfermedad producida por la vacuna antigripal 2019. Entonces se introdujo un nuevo cultivo celular que reaccionó con el cruce de la proteína espiga de coronavirus (inoculado). La alta mortalidad también se relaciona al miedo y a los protocolos negligentes e inhumanos cuando se sedó y aisló a ancianos. Las cifras de posteriores coinciden con las muertes por gripe en años pasados, pero para redondear el relato se crearon olas con la farsa de las pruebas (PCRs), más pruebas igual a más positivos. Se desacreditaron terapias alternativas con eficacia comprobada y se desdeñó la ética médica. La población ya estaba pastoreada consecuentemente y con toda su esperanza en la vacuna.

Los medios, bien comprados, han predicado a sus fieles con el mensaje salvífico, y junto con las instituciones, han lanzado una cruzada para la inoculación mundial. Solo Telegram y algunos medios minoritarios escaparon al gran sermón y consenso del nuevo totalitarismo. Con el clima social de miedo y desconfianza la vacuna se reveló a los creyentes como la gracia divina. La gran promesa de la inmunidad iba a ser entregada por nuestro mesiánico sistema sanitario; todo orquestado para la comunión de las mayorías con el espíritu santo de la inoculación. La población se aferró al sistema de creencias del oficialismo y comulgó religiosamente con la pauta técnica beatificada. El deseo de verdad aplastado por un paradigma poshumano donde se cede el pensamiento y la voluntad; ¿para qué preocuparnos por nuestra salud y comprender la enfermedad si ya lo hacía un funcionario por nosotros? ¿Para qué creer en la inmunidad de cada individuo si recibimos la comunión con la bendecida vacuna?

Y se ofrendó la hostia eugenésica. Hileras de fieles para someterse a un experimento… Este mes se cumple un año de su introducción y las profecías de la terapia génica se han falsado: su eficacia, su protección, su capacidad de inmunizar, de no contagiar… Peor aún, con ella se han diseminado cepas, las muertes totales se han incrementado en el 90% de los países y los efectos adversos aumentan. Se ha descubierto lotes de vacunas marcados por una toxicidad variable, lo cual evidencia la clara deliberación experimental. Alguno de sus componentes solo se autoriza para investigación, no para el uso en humanos, como el lípido catiónico que forma microtrombos y causa miocarditis y pericarditis (miles de casos reportados en VAERS). Muchos más efectos adversos detectados: 1) coagulación de la sangre poco después de la vacunación (ataques cardíacos, accidente cerebrovascular y trombosis venosa); 2) daño grave a la fertilidad femenina; 3) psicosis y enfermedades neurodegenerativas; 4) autoinmunidad y 5) toxicidad acumulativa.

¿Quién se traga la tercera dosis? La vacuna ya solo se sostiene por ignorancia, por censura, por coacción, por ortodoxia oficial y totalitaria. En definitiva, la vacuna solo se sostiene amén a la fe. Esa misma fe que han ido perdiendo miles de personas: padres preocupados con las consecuencias de inoculación a sus hijos y miles de disidentes a las medidas coactivas, criminales y iatrogénicas. Centenares de ciudades en todo el mundo han salido a la calle a protestar, por fin en el Estado español: Bilbao, Sevilla, Tenerife, Las Palmas, Barcelona, Cádiz, Gijón, Valencia, etc. Ciudades rebeldes que apostatan levantándose contra el despotismo. Como Liecester, son ciudades que saben que su éxito depende de su oposición, de su herejía. Ya no se tolera el fraude, el movimiento antivacuna (y ante medidas cov-19) se alza frente al gran montaje, frente a los responsables y sus estructuras de poder, porque cada vez más son conscientes: la vacuna no se creó por salud y se mantuvo por pérfidos intereses. La vacuna no es necesaria, la vacuna debilita, pone en riesgo nuestra vitalidad, provoca decenas de trastornos y patologías. La vacuna enferma, la vacuna mata.

¡Herejes a las vacunas, alzaos!

(Visto en https://amoryfalcata.com/)

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