sábado, 3 de julio de 2021

VACUNACIÓN: EL ASESINO SILENCIOSO



Ida Honorof y Eleanor McBean son las autoras del libro «Vaccination, the silent killer: a clear and present danger» (Vacunación, el asesino silencioso: un peligro claro y presente), publicado en 1977. Eleanor McBean fue testigo en 1918 de lo que se llamó «la gripe española». Éste es un fragmento del libro:


«Muy pocas personas son conscientes de que la peor epidemia que ha golpeado a América, la Gripe Española de 1918, fue el efecto de una campaña de vacunación masiva a nivel nacional. Los médicos dijeron a la gente que la enfermedad estaba causada por gérmenes. Los virus no se conocían en ese momento, si no, se les habría echado la culpa. Los gérmenes, bacterias y virus, junto con los bacilos y algunos otros organismos invisibles, son los chivos espiatorios a los que los médicos les gusta culpar por las cosas que no entienden. Si el médico hace un diagnóstico y tratamiento erróneo y mata al paciente, siempre puede culpar a los gérmenes y decir que el paciente no recibió un diagnóstico temprano y no acudió a él a tiempo.

Si revisamos la historia hasta el período de la gripe de 1918, veremos que atacó repentinamente justo después del final de la Primera Guerra Mundial, cuando nuestros soldados regresaban a casa desde el extranjero. Ésa fue la primera guerra en la que se impusieron a todos los soldados todas las vacunas conocidas. Esta mezcla de medicamentos venenosos y proteína pútrida de la que estaban compuestas las vacunas causó una enfermedad y muertes tan extendidas entre los soldados que era común decir que morían más hombres nuestros por inyecciones médicas que por disparos enemigos. Miles de personas quedaron inválidas en sus casas o en hospitales militares, como náufragos sin esperanza, antes de ver un día de batalla. La tasa de mortalidad y enfermedad entre los soldados vacunados era cuatro veces mayor que entre los civiles no vacunados. Pero esto no detuvo a los promotores de la vacuna. La vacuna siempre ha sido un gran negocio, y por eso se continuó con tenacidad.


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Fue una guerra más corta de lo que los fabricantes de vacunas habían planeado (sólo un año para nosotros) así que los promotores de la vacuna tenían un montón de vacunas sin usar y estropeadas que querían vender con un buen beneficio. Así que hicieron lo que suelen hacer, convocaron una reunión a puerta cerrada y planearon todo el sórdido programa: una campaña de vacunación a nivel mundial utilizando todas sus vacunas y diciendo a la gente que los soldados volvían a casa con muchas enfermedades terribles contraídas en países extranjeros y que era el deber patriótico de todo hombre, mujer y niño "protegerse" corriendo a los centros de vacunación y poniéndose todas las vacunas.

La mayoría de la gente cree en sus médicos y funcionarios del gobierno, y hacen lo que dicen. El resultado fue que casi toda la población se sometió a las inyecciones sin dudarlo, y fue sólo cuestión de tiempo que la gente comenzó a caer muerta en agonía, mientras que muchos otros se derrumbaron con una enfermedad de tal virulencia que nadie había visto nada parecido antes. Tenían todas las características de las enfermedades contra las que habían sido vacunados: la fiebre alta, escalofríos, dolor, calambres, diarrea, etc. del tifus; la congestión pulmonar de la neumonía y de garganta de la difteria; los vómitos, el dolor de cabeza, la debilidad y la miseria de la hepatitis –debido a las inyecciones de la fiebre de la selva– y la plaga de llagas en la piel por las inyecciones de la viruela, además de la parálisis por todas las inyecciones, etcétera.

Los médicos estaban desconcertados y afirmaban que no sabían qué causaba la extraña y mortal enfermedad, y que ciertamente no tenían cura. Deberían haber sabido que la causa subyacente eran las vacunas, porque lo mismo les pasó a los soldados después de que se vacunaron en el campamento. Las vacunas contra la fiebre tifoidea causaron una forma peor de la enfermedad, que llamaron paratifoidea. Luego trataron de suprimir los síntomas de ésa con una vacuna más fuerte, lo que causó una enfermedad aún más grave, que mató e incapacitó a muchos hombres. La combinación de todas las vacunas venenosas fermentando juntas en el cuerpo, causó reacciones tan violentas que no pudieron hacer frente a la situación. El desastre se extendió por los campos. Algunos de los hospitales militares estaban llenos sólo de soldados paralizados, y se les llamaba víctimas de guerra, incluso antes de abandonar el suelo americano. Hablé con algunos de los supervivientes de la embestida de la vacuna cuando regresaron a casa después de la guerra, y hablaron de los horrores, no de la guerra y de las batallas, sino de la enfermedad en el campamento.


Los médicos no querían que esta enfermedad masiva de la vacuna apuntara hacia ellos, así que acordaron llamarla "gripe española". España era un lugar lejano y algunos de los soldados habían estado allí, así que la idea de llamarla gripe española parecía ser una buena manera de culpar a alguien más. A los españoles les molestaba que les pusiéramos el nombre del azote mundial. Sabían que la gripe no se originó en su país.

20.000.000 murieron de esa epidemia de gripe en todo el mundo, y parecía ser casi universal o que llegara tan lejos como las vacunas habían llegado. Grecia y algunos otros países que no aceptaron las vacunas fueron los únicos que no estuvieron afectados por la gripe. ¿No prueba eso algo?

En casa (en los EE.UU.) la situación era la misma; los únicos que escaparon de la gripe fueron los que habían rechazado las vacunas. Mi familia y yo fuimos de los pocos que persistieron en rechazar la gran presión de propaganda de ventas, y ninguno de nosotros tenía la gripe, ni siquiera un resfriado, a pesar de que estaba a nuestro alrededor, y en el crudo frío del invierno.

Todos parecían tenerla. Toda la ciudad estaba enferma y muriendo. Los hospitales estaban cerrados porque los médicos y enfermeras estaban enfermos de gripe. Todo estaba cerrado: las escuelas, los negocios, la oficina de correos, todo. Nadie estaba en las calles. Era como un pueblo fantasma. No había médicos para cuidar a los enfermos, así que mis padres iban de casa en casa haciendo lo que podían para ayudar a los afectados de cualquier manera. Pasaron todo el día y parte de la noche, durante semanas, en las habitaciones de los enfermos, y volvieron a casa sólo para comer y dormir. Si los gérmenes o virus, bacterias o cualquier otro pequeño organismo eran la causa de esa enfermedad, tenían muchas ocasiones de aferrarse a mis padres y tumbarlos con la enfermedad que había postrado al mundo. Pero los gérmenes no eran la causa de esa enfermedad, así que no la "atraparon". Desde entonces, he hablado con otras personas que dijeron que escaparon de la gripe de 1918. Les pregunté si se habían vacunado, y en todos los casos dijeron que nunca habían creído en las vacunas y que nunca habían recibido ninguna. El sentido común nos dice que todas esas vacunas tóxicas mezcladas en la gente, no pudieron evitar causar un envenenamiento corporal extremo, y que el envenenamiento de algún tipo u otro suele ser la causa de la enfermedad.

Cada vez que una persona tose o estornuda, la mayoría de la gente se acobarda, pensando que los gérmenes se están propagando por el aire y los van a atacar. Ya no hay necesidad de temer a esos gérmenes, porque no es así como se desarrollan los resfriados. Los gérmenes no pueden vivir separados de las células (huésped) y no pueden hacer daño en ningún caso, incluso si quisieran. No tienen dientes para morder a nadie, ni bolsas de veneno como serpientes, mosquitos o abejas, y no se multiplican -excepto en sustancias descompuestas- por lo que son incapaces de hacer daño. Como se ha dicho antes, su propósito es útil, no destructivo.

La gripe de 1918 fue la enfermedad más devastadora que hemos tenido, y trajo consigo toda la bolsa de trucos médicos para sofocarla, pero esas medicinas añadidas, todas ellas venenosas, sólo intensificaron la situación sobre-envenenada de la gente, así que los tratamientos en realidad mataron más que la gripe».

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