domingo, 5 de abril de 2020

PIÉNSALO



La OMS en su pagina Flunet informa de que en España se infecta de gripe al año alrededor de un 4% de la población, y sitúa la población en 44,6 millones. O sea alrededor de 1,700.000 españoles infectados anualmente (como sabemos, unos años más y otros menos). De esos infectados, a los que nadie hace "test", el I.N.E. (Instituto Nacional de Estadística) estableció como víctimas directas de la gripe en el año 2018 más o menos a 1100 personas. Y las estimaciones de muertes por la gripe como coadyuvante a las enfermedades prexistentes fueron en total 6.500. Y, dado que las cifras fluctúan de año en año, ha habido inviernos en que el número de fallecidos ha superado el doble de esa cifra. En fecha tan lejana como 1975 "El Pueblo Vasco" titulaba "30 muertos al dia en Bilbao".

La gripe estacional ha sido terriblemente mortífera en muchas ocasiones, y, de hecho, no es el primer año en que hospitales como el 12 de Octubre en Madrid tiene cientos de personas en urgencias con síntomas y sin camas para ingresar, pero la amplificación mediática y la sincronía con la pedagogía del miedo fomentada por la O.M.S. -un instrumento al servicio del negocio farmacéutico- sí son una absoluta novedad.

¿A qué vienen estos datos (que debo a Rafael Tremul, al que desde estas líneas agradezco su sensato análisis)? A evidenciar que más que de un virus con una tasa de mortalidad muy elevada -pero no inédita- nos encontramos con un tratamiento del problema que sí es novedoso, y que en modo alguno podemos considerar casual. Solo a partir del goteo de datos, con cifras actualizadas diariamente de infectados y fallecidos, se ha podido inducir a la población a un estado de terror que justificase un confinamiento irracional: por contener un contagio en expansión se ha paralizado la economía de países enteros. La recesión que esta medida va a causar conllevará una secuela de males -paro, desesperación, disturbios y saqueos- que será infinitamente peor que lo que estamos vi(vi)endo ahora. Y ya sabemos que los gobernantes dirán luego, cuando la quiebra del orden social sea evidente, que era algo que nadie podía prever, y el habitual bla, bla, bla. Que colará con el telespectador medio (mediatizado y demediado en su inoperante racionalidad), solo que los avisos que ahora mismo están haciendo voces harto cualificadas solo servirán para censurar y acallar esas voces. O nuestros políticos son infinitamente más estúpidos de lo que sospechamos o están acatando órdenes que les exigen dar curso a la purga a la que asistimos. ¿Qué órdenes serían esas y a qué interés obedecen?


Lo que está ocurriendo con esta pedagogía del miedo y la magnificación de una epidemia -recuerde el lector que la O.M.S. modificó la definición de "pandemia" hace once años, y que bajo sus estándares previos el Covid 19 no podría ser considerado como tal- es que la Élite ha ordenado una "limpieza" de población improductiva, visto que la inducción a la eutanasia no ha sido recibida con el entusiasmo previsto. Hay que reducir costes sociales, prescindir de los que el "filántropo" Rockefeller llamó en su día "tragones inútiles", aliviar al Sistema de quienes lo sostuvieron con su esfuerzo, su trabajo y sus impuestos, pero ya no lo hacen. Y la profusión de directrices en este sentido es abrumadora:







No se trata tanto de que estemos ante una enfermedad particularmente agresiva (y que, como han señalado médicos italianos, no es el Coronavirus que salió de Wuhan) como de que estamos asistiendo -en un estado de "shock" inducido que nos impide reaccionar- a un criminal proceso de eugenesia que aliviará al Estado de la carga económica que son los mayores y los enfermos. Las mismas personas que en nuestro país vieron su niñez truncada por una cruel guerra civil, que vivieron con miedo a una dictadura inacabable, que trabajaron para levantar un país arrasado y cumplieron con su parte de contribuciones, impuestos y aportaciones a una Seguridad Social que debería arropar su vejez, pero que ahora se desentiende de ellos, confinándolos en residencias que a veces parecen más campos de exterminio que otra cosa, casi la última parada antes del cementerio, dado que en ellas la tasa de mortalidad del virus es monstruosamente alta.

Solo que lo que desde la perspectiva macroeconómica supone un alivio a la sobrecarga del sistema no son cifras ni datos. Son personas. Nuestros padres y nuestros abuelos. Los que nos enseñaron a convivir y hoy mueren en soledad. Las víctimas relegadas del "Sálvese quien pueda".


Releía ayer una entrevista publicada hace ocho años con el gran Kiko Veneno, una voz indomesticable ya acogida en el pasado por este blog, y que con su lucidez desengañada establecía el diagnóstico de lo que hoy es evidente:

"La gente que potencialmente pueden ser la nueva clase revolucionaria, ¿quiénes son? Claramente: los viejos, los jubilados. ¿Por qué? Ya no se quiere ni que se pongan malos, no los dejan fumar, no consumen ni aportan a la sociedad de consumo porque pasan de los aparatos, pasan de los móviles, pasan de cualquier publicidad. Lo que quieren es jugar al dominó, llevar a sus nietos al parque y tomarse un botellín con su yerno. Eso es lo que quieren. Son el 30 % de la sociedad y no participan en la espiral del consumo. Por tanto, ahora mismo son abandonados, quieren cargarselos a todos, prácticamente. Pero bueno, están ahí a la expectativa. ¿Qué es lo que ha pasado? Hay una fragmentación entre los jóvenes, ese 70 % que está todo el día “mirando al suelo” como decía Camarón, pero que están mirando el aparatito con el que se creen que están conectados a algo aunque están conectados a su propio ombligo, y el 30% de los viejos están aislados. Potencialmente son una nueva clase revolucionaria a destruir por el sistema. El sistema quiere cargarselos".

El músico vio con profética nitidez la motivación de esta "solución final" que se está aplicando a nuestros mayores, y ante la cual no deberíamos guardar silencio. Por decencia, por ética, por compasión ... incluso aunque sea en interés propio, ya que esta eugenesia nada disimulada está poniendo ante nuestros ojos cómo se nos tratará también a nosotros cuando nos convirtamos en improductivos en un futuro no tan lejano. Rechazar en voz bien alta este genocidio es un imperativo moral. Deberíamos gritar que nuestros mayores no son una carga. Que no nos sobran. Que lo que se está haciendo con ellos, en nombre de la economía o de la regulación social, no lo hacen en nuestro nombre. Que no queremos sobrevivir a esta crisis convertidos en depredadores criminales, sintiendo que el lastre que hemos arrojado al vacío es nuestra propia humanidad.

Estamos asistiendo a una monstruosa limpieza por razones de edad, un gerontocidio planificado por el Sistema y aceptado resignadamente por quienes deben estar pensando en el fondo que "mejor ellos que nosotros". Pero somos como un árbol que deja morir sus raíces pensando que así se salvará. No hay futuro para quien condena su pasado.

Piénsalo.

(posesodegerasa)

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