jueves, 3 de marzo de 2016

VITORIA: 40 ANIVERSARIO DE UNA MATANZA QUE DESMIENTE LO DE LA "PACÍFICA TRANSICIÓN"


Aclaro, por si esta vez en de limitarse a amenazar, a alguno le da por denun-
ciar al blog: "eta" -sin puntos intercalados- en euskera es la conjunción "y",
y la leyenda de la ilustración dice "memoria, verdad y justicia". Que hay mu-
cho justiciero sin cultura por ahí y no solo apuntan a los titiriteros.

Andamos muy mal de memoria en este país si seguimos repitiendo la cantinela de que la supuesta "Transición a la Democracia" (en realidad, la 2ª Restauración, a mayor gloria de una dinastía -la borbónica- que ha vendido a España en demasiadas ocasiones) fue modélica. Solo lo fue en el sentido de salvaguardar el poder e intereses de una oligarquía financiera que sigue tirando de unos hilos que tienen todo "atado y bien atado", y que solo cedió a las apariencias para cobrarse una indecente impunidad que, desde el artículo 56.3 de una Constitución autocontradictoria hasta el engendro jurídico de la "doctrina Botín" está ahí, para descrédito de las instituciones y vergüenza de una ciudadanía que cede sus derechos con la mansedumbre del rebaño.

Hoy, 3 de marzo, día en que prosigue el juicio a una Borbón acusada de gravísimos delitos, jucio contaminado por la inexistencia de acusador real -el fiscal Horrach parece más empeñado en la defensa de la infanta Cristiana que sus propios abogados-, deberíamos volver la vista atrás para recordar cómo la represión policial se cobró la vida de cinco trabajadores que ejercían de forma pacífica su derecho a la huelga. Sucedió en Vitoria, y como tantos episodios turbios de la "Santa Transición", un velo de impunidad ha protegido a los responsables directos, canonizados en el santoral oficial de unos "mass media" prostituídos.



El miércoles de ceniza de 1976, cerca de 5000 trabajadores se reunían en asamblea en la parroquia de San Francisco Javier del barrio de Zaramaga, con la ciudad paralizada por una huelga general que los poderosos no iban a consentir: los congregados fueron desalojados con gases lacrimógenos, y, al huir de la asfixia, cayó sobre ellos una lluvia de más de un millar de balas, que, además de las víctimas mortales, hirieron a más de cien personas.

Aquella masacre fue el preludio de una oleada de asesinatos que venían a recordar a los ilusionados con un cambio político en manos de quiénes estaban el poder y las armas: tal como recuerda Iñaki Egaña, aparte de los fallecidos al irrumpir la policía en aquella concentración pacífica, Romualdo Barroso (19 años), Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar (17 años), José Castillo y Bienvenido Pereda, el 8 de marzo en Basauri y en una manifestación de protesta por los sucesos de Vitoria, la policía mataba a Vicente Antón Ferrero, de 18 años; el día 5, en Tarragona y en una manifestación tras la masacre de la capital alavesa moría, tras caer -o ser arrojado de un tejado- cuando le perseguía la policía, el obrero Juan Gabriel Rodrigo Knafo, de 19 años; y finalmente el 14 de marzo, en una protesta por las muertes de Vitoria frente a la Embajada española de Roma, la policía italiana disparó fuego real contra los congregados matando a un viandante, Mario Marotta e hiriendo gravemente a otros dos.


¿Qué consecuencias tuvo aquella masacre? El encarcelamiento en Carabanchel de los dirigentes obreros Imanol Olaberria, Jesús Fernández Navas, Juanjo Sebastián y Emilio Alonso. A los verdugos la carnicería les salió gratis. Si bien la Interpol pidió la detención y extradición del capitán Jesús Quintana, que dirigió la actuación policial, hoy disfruta de su jubilación en Granada. Por cierto, el director de Seguridad del Gobierno español era Víctor Castro Sanmartín, el presidente del gobierno Arias Navarro (a quien sucedería poco después Adolfo Suárez), y el ministro de interior Manuel Fraga. Caiga la vergüenza eterna sobre sus nombres.

(posesodegerasa)

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