Pregunta: ¿cómo se distingue a un usuario del lenguaje inclusivo de un disléxico? Va en serio. |
La civilización occidental se ha transformado en algo verdaderamente repugnante. Está desbarrando en todos los sentidos, convirtiéndose en una civilización arrogante y psicópata.
Asistimos en riguroso directo a la destrucción de la sociedad tal y como la conocemos y a nadie parece importarle. Cosas como el “lenguaje inclusivo”, para dar cabida a la “ideología de género”, o el fomento de llamar “delito de odio” a todo aquello que vaya en contra del pensamiento único se está imponiendo a pasos agigantados.
La gente piensa que decir “niñes” (para dirigirse a una persona que no se siente ni niño ni niña), “portavoza”, “médica” o “periodisto” no tiene la menor importancia y hasta se lo toma a broma. Sin embargo, este nuevo lenguaje es de vital importancia para cambiar la sociedad de arriba abajo.
Disonancia cognitiva, nivel máximo |
Las formas lingüísticas tradicionales de comunicación que tenemos en la actualidad son suficientemente efectivas para denominar cualquier cosa por muy novedosa y extravagante que sea. Sin embargo, el nuevo “lenguaje inclusivo” puede provocar tensiones entre aquellos que lo adopten y aquellos que no lo quieran adoptar. Aunque pensándolo bien, ¿no será que lo que se pretende es precisamente eso, confundir y dividir a la gente? Lo digo, porque ya se está poniendo la etiqueta de “fascista” a todo aquel que ha osado criticar esta nueva ocurrencia.
El “lenguaje inclusivo” es un tema controvertido que ha generado, y sigue generando, debates en muchas partes del mundo.
Los defensores del “lenguaje inclusivo” argumentan que este tipo de lenguaje promueve la igualdad de género y reconoce la existencia de identidades de género diversos. Según ellos, utilizar un lenguaje que incluya a todas las personas, independientemente de su género, puede contribuir a una sociedad más igualitaria. Por segunda vez, permítanme que también lo dude.
Aclaremos de una vez el fraude de los tropecientos géneros.
Por más que se empeñen los ingenieros sociales, creadores de la “ideología de género”, sólo existen dos géneros: masculino y femenino, hombre y mujer o varón y hembra, como cada uno prefiera. Cuando uno nace varón, absolutamente todas las células de su cuerpo son masculinas, y lo mismo ocurre cuando se nace hembra que todas las células son femeninas. Y esto seguirá siendo así hasta el día de nuestra muerte, por muchos penes que nos implantemos o muchas vaginoplastias que nos hagamos.
Ahora bien. Otra cosa son las inclinaciones sexuales o la apetencia de cada uno a “disfrazarse” como le venga en gana. Pero la realidad es -como diría José Mota- “que sepas que ser eres”. ¿El qué? Un hombre o una mujer. No hay más. Así que, definitivamente, les niñes, los “no binarios” y los 33 géneros reconocidos por la “comunidad científica” (oficialista, naturalmente) sencillamente no existen. Así de rotundo. Serán otra cosa, pero nunca un género.
Es sabido, porque así lo dicen ellos mismos, que la élite está obsesionada con la sobrepoblación del planeta. Durante las últimas décadas del siglo XX, se han utilizado procedimientos coercitivos -como la esterilización, política de un solo hijo, aborto, etc- para intentar reducir la población sin ningún éxito. Sin embargo, es a partir del memorándum Kissinger-McNamara, de 1968, cuando se produjo un cambio radical en la política de control poblacional de Naciones Unidas. Fue entonces cuando se adopto una nueva estrategia, que consiste en convencer a las mujeres para que sean ellas mismas las que rechacen “libremente” la maternidad. Y para eso, entre otras cosas, se concibió la “ideología de género”.
Desde entonces, organizaciones no gubernamentales como el Consejo de Relaciones Exteriores, el Club Bilderberg, el Club de Roma, el FEM y algunas más, han implementando en el mundo la “ideología de género” convirtiéndola en el gran anticonceptivo mundial, por cierto, con mucho éxito. A modo de ejemplo, decir que en España la Tasa de Natalidad en el año 1960 fue de 21,7 y en 2022 de 6,9. La diferencia es sustancial, ¿verdad?
El patético argumento de que ahora los jóvenes no cuentan con una renta suficiente para plantearse tener hijos es tan absurdo como las políticas para incentivar la natalidad, que no han sido capaces ni siquiera de alcanzar la tasa de reposición. No hay más que remitirse al hecho incuestionable de que los hogares más pobres tienen un promedio de hijos superior al de los hogares más ricos, por no hablar de la grandísima diferencia de la natalidad entre países ricos y países pobres. Por lo tanto, no es cuestión de renta, sino de ideología.
El control hipnótico que las nuevas tecnologías, la televisión y los medios de comunicación han adquirido sobre nuestra mente han hecho de nosotros una panda de estúpidos conformistas, maleables y dóciles a voluntad. De ahí que La “ideología de género” y el “lenguaje inclusivo” hayan calado tan rápidamente entre los más jóvenes.
La cajera saturniana: jardín en que se mete, zasca que se lleva. |
Irene Montero es licenciada en Psicología y el único trabajo que se le conoce es el de cajera en la cadena de electrónica y electrodomésticos Saturn. Por lo tanto, no parece ser la persona más preparada para acometer una tarea como esta.
No seamos ingenuos. En España, como en el resto del mundo, estas directrices están dadas por los de siempre. Irene Montero no es más que otro títere comunista designado para poner en marcha toda esta agenda distópica, cuyo único objetivo es reducir al máximo y en el menor tiempo posible la población mundial. Por lo tanto, no te quepa la menor duda que la “ideología de género” así como el “lenguaje inclusivo” no son más que dos herramientas diseñadas por la ingeniería social para llevar a buen puerto su plan, y nada tienen que ver con la igualdad que, por cierto, nunca les ha importado un carajo.
(Visto en https://pepeluengo.blogspot.com/)
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