miércoles, 6 de diciembre de 2023

EL SIONISMO, ESA IDEOLOGÍA MÁGICA (2ª PARTE)



A principios del XX, la mayor parte de la élite judía se decantaba por el asimilacionismo. Estaban alejados de la idea de crear un estado propio, aunque no veían con malos ojos que las masas judías empobrecidas y desesperadas emigraran de Europa a Medio Oriente, creyendo que de esa forma, la ola antisemita en Europa se aliviaría. Adicionalmente, esto ayudaría a que parte de la población judía se alejara de las corrientes revolucionarias que se movían por Europa (y a las que los judías aportaron mucho con personajes como Marx o Rosa Luxemburgo, por poner dos ejemplos). Sin embargo, a partir de la ligazón con el imperialismo inglés, crecerá el apoyo a los planes sionistas por parte de esta burguesía.

Basándose en el principio de la soberanía nacional, según el cuál la nación es la única base legítima para el Estado, y la idea de los estados nación en que la nación debe coincidir con las fronteras del estado, el sionismo necesita justificar la existencia del “pueblo judío”. Para ello, como cualquier otro nacionalismo, requiere de un relato autojustificador. Y como siempre pasa en estos casos, cuando se construye el susodicho relato se seleccionan los mitos que más convienen. En este caso, los más importantes son:

El mito de la tierra prometida.


Una supuesta diáspora sucedida en el siglo I d.C. como represalia por parte de Roma por las sublevaciones protagonizadas por los judíos, tras la cuál se cambia el nombre a la región dónde se ubicaban el Reino de Israel y el de Judá por Palestina.

La idea de la “tierra prometida” no tiene referencia histórica concreta. El filósofo francés Roger Garaudy dice, irónicamente, al pelo de este asunto: “No estamos en condiciones de afirmar que en tal o cual momento histórico Dios se presentó ante un personaje histórico llamado Abraham y que le confirió los documentos de la posesión de Canáan. Desde el punto de vista jurídico, no poseemos ningún acto de donación firmado por dios; y poseemos además buenas razones para pensar que la escena de Gn12-1-8 y 13,14-18, por ejemplo, no es el reflejo de un hecho histórico”. Y de hecho, en una de sus obras, Garaudy cita las declaraciones del Rabino Elmer Berger, quien fuera presidente de la “Liga Por el Judaísmo”, según el cuál es inadmisible pretender que la implantación del Estado de Israel es la realización de una profecía bíblica y por tanto que las acciones llevadas a cabo por los israelíes para lograr ese objetivo han sido ratificadas por Dios. No obstante, así lo defienden muchos sionistas hoy en día.

El segundo de estos mitos, el de la diáspora, pretende explicar cómo los judíos han acabado diseminados por el mundo, y porqué no quedaban apenas judíos en Palestina, y justificar con ello su retorno y la creación del Estado de Israel en Palestina. Como ya hemos señalado, se supone que Roma, a consecuencia de las rebeliones del siglo I d.N.E, los expulsó de su territorio. Yo no tengo constancia de ningún exilio forzado por Roma, ni de ningún historiador que defienda semejante tesis. Roma era esclavista, sin duda, y tras una revuelta en la región seguro que capturó muchos judíos para vender como esclavos al rededor del Mediterráneo. Pero esto representaría una parte pequeña de la población, no hay constancia del desplazamiento forzoso de toda la población. Incluso algunos historiadores israelíes, muy críticos con el sionismo, han negado este éxodo. Quizá el más destacable en éste punto es Shlomo Sand.

Según Shlomo Sand, a pesar del consenso entre los historiadores de la inexistencia de este exilio forzoso, existen aún intelectuales del sionismo que permanecen convencidos en esta idea, y esta es la mayor justificación para reclamar los derechos históricos sobre Palestina, como quedó establecido en la declaración de independencia de Israel. De hecho, los primeros dirigentes sionistas, como David Ben-Gurion, quien fuera también primer ministro Israelí por el partido Laboralista entre 1955 y 1963; Yitzhak Ben-Zvi, historiador sionista y presidente israelí entre 1952 y 1963; o Israel Belkin, quien fuera educador e historiador y pionero de la primera gran Aliyah, a finales del siglo XIX; eran más que conscientes de que no había existido ningún exilio judío en el siglo I de nuestra era. Creían que los “fellahs” o campesinos que encontraron al inicio de la colonización eran los descendientes del antiguo pueblo judío, convertidos al islam a partir del siglo VII, por su conveniencia, y consideraban que ambas poblaciones debían volver a reunirse. Pese a todo, David Ben-Gurion pasó a expresar una posición completamente distinta en la redacción de la Declaración de Independencia del Estado de Israel sin explicar jamás ese cambio.

La realidad es que la región, como tantas otras, como la propia península Ibérica, ha sufrido cantidad de conquistas. Los diferentes pueblos que la han dominado han ido dejando su huella, también genética: egipcios, persas, bizantinos… Todos ellos se mezclaron con la población local y, por tanto, los palestinos actuales proceden de una variedad de orígenes. No obstante, es más que probable que estos tengan un origen más cercano a los antiguos hebreos que la mayoría de los judíos que llegaron en las diferentes Aliyah. Por otro lado, y ante la falta de argumentos históricos, se intentó justificar la existencia de pueblo judío israelí, y la fundación del Estado de Israel, por medio de la genética, incluso aunque los sionistas originales nunca se refirieron a una raza. En los años cincuenta en Israel, y en Estados Unidos, se investigaba sobre las huellas dactilares judías, y en los setenta, se buscaba un marcador genético común para todos los judíos. La verdad es que ningún estudio basado en muestras anónimas de ADN ha logrado identificar ningún marcador genético específicamente judío.


Hay que decir que la idea del “retorno” a la “tierra prometida” no era nueva. Toda vez que los judíos se encontraban en situaciones apremiantes, cobraba fuerza. Por ejemplo, tras las expulsiones sufridas en la Europa del siglo XIII, o tras las crisis económicas del XVI en Polonia. Y en el XIX, volverá a surgir, solo que esta vez, Herz y los fundadores del movimiento sionista la utilizarán y encarrilarán, presentándola como una meta “patriótica” para el pueblo judío. Significaría terminar una hazaña histórica que pondría fin a la diáspora iniciada tras la caída de Jerusalén dos mil años atrás y que, según los sionistas, era el origen de todas las desgracias que padecía el pueblo judío. No es el único pueblo que se ha justificado en la voluntad divina para alcanzar unas metas políticas, y no hay que irse muy atrás, los propios Estados Unidos justificaron su expansionismo en base al “Destino Manifiesto”. ¡Qué fácil es justificar cualquier cosa cuando tienes la sartén por el mango!

Durante dos mil años, sin embargo, los judíos, a pesar de que a veces cobraba fuerza la idea, no habían intentado regresar a su tierra. ¿Cuál era el motivo? Existía la creencia de que debían permanecer en la diáspora hasta la llegada del mesías. Y esta idea es la que todavía esgrimen muchos judíos, algunos ortodoxos, que viven repartidos por el mundo y que son antisionistas. Es decir, están en contra del Estado de Israel. Son famosas las imágenes de estos judíos manifestándose en Estados Unidos, Inglaterra y otros países a favor de Palestina.

Es destacable, también, que los sionistas no se plantearon Palestina como única opción. Valoraron otros lugares. De hecho, Herzl se plantea, en su libro, ¿Palestina o Argentina? Pero señala uno de los motivos por los que Palestina es la mejor opción, y no es, realmente, la película que se han montado con la Tierra Prometida y la diáspora. Tiene mucho más que ver con geopolítica y con el imperialismo. Para Herzl, los judíos allí serían una pieza clave para Europa, formando parte integrante del baluarte contra Asia. La idea sería constituir la vanguardia de la cultura contra la barbarie (el vocabulario, se entiende, es el que utiliza Herzl). Como un estado neutral, Israel mantendría relaciones con toda Europa, quien, a su vez, tendría que garantizar su existencia. Y no se equivocaba, es la razón por la que nadie se ha cuestionado que un país asiático participe en Eurovisión, y es que Europa, ve Israel, como un pie suyo en Oriente Medio.

Consciente de que el movimiento sionista en sus inicios no era seguido por muchos judíos, buscó la colaboración del Imperio Otomano, a quien ofreció a cambio “sanear sus finanzas” y de Alemania. Pero ambos gobiernos se negaron. Tiempo más tarde, ya sin Herz, los sionistas alcanzarían un acuerdo con alguien que sí vería en esa teoría del baluarte y la vanguardia judía en Palestina una posibilidad. Y hablamos, nada más y nada menos, que del Imperio Británico. Se alcanzó un acuerdo que se manifiesta en la Declaración Balfour de 1917, de la que hablaremos con más insistencia cuando hablemos de la colonización de Palestina. El sionismo se vinculaba por primera vez a la política de una potencia imperialista. Honestamente, en la Edad Contemporánea, creo que si tiras del hilo de cualquier conflicto encontrarás, casi seguro, a un anglosajón al final.

Finalizada la Primera Guerra Mundial, Inglaterra pasó a controlar Palestina bajo un mandato establecido por la Sociedad de las Naciones (que, al igual que la OTAN, estaba bajo el estricto control de las potencia vencedoras). Para controlar la región, el imperialismo británico formalizó éste acuerdo con el sionismo que le permitiría "estabilizar" medio oriente utilizando el sionismo como punta de lanza para enfrentarse a la resistencia árabe. Los sionistas, por su parte, avanzarán en su objetivo de instaurar un estado propio en Palestina, bajo la consigna lanzada por Zangwill, uno de los primeros líderes del movimiento, de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Este lema desvela, un fuerte carácter colonialista en la ideología sionista. Para más inri, la política británica para la región era absolutamente contradictoria: prometiendo la independencia a los árabes a cambio de que luchasen contra los turcos mientras prometía un estado propio a los judíos a cambio de que luchasen contra los árabes. Pero todo esto lo veremos con más detalle cuando hablemos de la Colonización de Palestina.

Lo que sí voy a ir adelantando es que el caso de Israel es un proceso de colonización de poblamiento, idéntico al ejercido por los anglosajones en Norte América. Y lo es en base a unos conceptos que, cada vez más, pierden su esencia: el estado nación y el nacionalismo étnicocultural. Se puede ser nación de todas las formas posibles, porque, al final, es una cuestión identitaria. La justificación que da el sionismo para instalarse en Palestina no se sustenta históricamente. Y lo que realmente es Israel es puro y duro imperialismo de la vieja escuela.

(Fuente: https://www.meneame.net/)

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