jueves, 7 de diciembre de 2023

1890-1948: LA COLONIZACIÓN DE PALESTINA (1ª PARTE)



Como habíamos comentado anteriormente, hay dos elementos fundamentales para comprender la enorme injusticia perpetrada contra Palestina durante el siglo XX, y que aún hoy se sostiene. Uno es el sionismo, del que ya hemos hablado de forma bastante extendida, y el otro es la Declaración Balfour. Siendo sinceros, la Declaración Balfour es un hecho concreto, casi diríamos episódico, pero es el que dota de cierta legitimidad a los sionistas para llevar a cabo la implantación del Hogar Nacional Judío. Y cuando digo “dotar de cierta legitimidad” me vengo a referir a que no hay por dónde coger la legitimidad, pero de cara a la galería, se agarraron a esta Declaración como a un clavo ardiendo. Como ya hemos analizado el sionismo en profundidad, ahora nos vamos a centrar en ese período que va desde finales del XIX hasta 1948, año de fundación del Estado de Israel. A partir de 1948, en fin, todo es ya de sobras conocido, y aunque no lo sea, sólo es necesario saber que la inercia de lo que se hizo la primera mitad del XX sigue, y la bola se va haciendo cada vez más grande.

La Colonización de Palestina

Decíamos que el segundo gran elemento para comprender todo este proceso de colonización es la Declaración Balfour, que es una declaración emitida por el Gobierno Británico en 1917. Pero sería tramposo considerar que Balfour fue el pistoletazo de salida de dicha colonización, cuando, a decir verdad, el proceso ya se había iniciado. Por ello, antes de entrar en la importancia que tuvieron las palabras de dicha declaración, creo que es menester echar un vistazo a lo que ya estaba sucediendo desde finales del siglo XIX, algo que ya apuntamos en la primera parte de este relato, cuando hablábamos del sionismo, que es la idea de Palestina como un país vacío.

Esta idea adquiere una importancia mucho mayor cuando se atiende a su significado enmarcándolo en el contexto adecuado: finales del XIX, principios del XX, época de gloria del imperialismo. Para los sionistas, Palestina era descrita como un territorio con vastas regiones inexploradas en manos de señores feudales ausentes, infestadas de malaria y con tiendas de beduinos dispersas, a la par que núcleos heterogéneos de musulmanes, cristianos, griegos ortodoxos y alguna otra minoría. Incluso, eran conscientes de la existencia de familias campesinas judías que nunca habían, según su punto de vista, abandonado Palestina (simplemente, no se habían convertido al Islam), con dos aldeas tradicionales en Galilea. Resulta contradictorio que considerasen Palestina un territorio deshabitado y, a su vez, sostuvieran que vivía gente allí. Pero, ¿no es lo mismo que decían los americanos acerca de la conquista del oeste? ¿no es lo mismo que decían los argentinos cuando hablaban de la conquista del desierto? Por poner dos ejemplos de la segunda mitad del XIX.

Cuando los sionistas decían que era una tierra deshabitada no estaban negando la existencia de los árabes, que, por otro lado, era tan evidente como imposible desmentir. Negaban la existencia de habitantes europeos. Dicha idea, la de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, enmascara el supremacismo, y las intenciones originales de los sionistas para con la conquista de Palestina. Se autopercibían como los civilizadores que alejarían la barbarie árabe del medio oriente.

Se trataba de un discurso idéntico al de cualquier potencia imperialista según el cual su superioridad les autorizaba, a los colonizadores, a ocupar esas tierras desconociendo a los nativos. Algo que se ha acertado en llamar “jingoísmo”, un concepto acuñado en… exacto, Gran Bretaña. Buena cuenta de ello daba un artículo publicado el 20 de julio de 1899 en el New York Times expresando claramente la intención colonizadora de los sionistas. En él explican el propósito de restablecer Judea como un Estado Independiente, sugiriendo la compra de tierras en Macabea, Palestina, donde establecerían una colonia judía. La frialdad con la que se trata la posible colonización es un fiel reflejo del carácter colonialista que los líderes sionistas otorgaban a su movimiento, en un momento en el que la colonización no estaba mal vista.

Bajo esta premisa, comenzaron a llegar inmigrantes judíos a finales del siglo XIX, aproximadamente unos 50.000 (a un territorio habitado por unas 500.000 personas). Una clara muestra de éste sentimiento de superioridad nos la dan las declaraciones de uno de los padres del sionismo, concretamente, de Ahad Ha-ham (padre del sionismo cultural), quien, precisamente, auspició los conflictos actuales y protestaba por la actitud de los colonos con respecto a los árabes. Ahad Ha-ham advirtió, en la década de 1890, que no se debía en ninguna circunstancia provocar la ira de la población autóctona, pero, sin embargo, protestaba porque los judíos que llegaban a Palestina actuaban con despotismo contra los árabes:

“Y, sin embargo, ¿qué hacen nuestros hermanos de Palestina? ¡Exactamente lo contrario! De siervos que eran en las tierras de la diáspora súbitamente se encuentran con una libertad sin restricciones y esa transformación ha despertado en ellos una inclinación al despotismo. Tratan a los árabes con hostilidad y crueldad, les despojan de sus derechos, les ofenden sin motivo e incluso se jactan de estos actos, y nadie entre nosotros se opone a esa inclinación despreciable y peligrosa …”

Así mismo, al respecto del boicot contra la mano de obra árabe declarado por los trabajadores judíos, expresó:

“Aparte del peligro político, no puedo soportar la idea de que nuestros hermanos sean capaces de comportarse de esa forma hacia seres humanos de otro origen, e involuntariamente me asalta la siguiente preocupación: si es así ahora, ¿cuál será nuestra relación con los demás si verdaderamente logramos al final de los tiempos el poder en Eretz Israel? Y si esto es el “Mesías”, no quiero presenciar su advenimiento”.

A mi parecer, el origen real del conflicto se encuentra, precisamente, aquí. Los sionistas habían llegado para quedarse, y, aparentemente, no tenían ningún tipo de intención de compartir el territorio. Sin embargo, en esos momentos las posibilidades de éxito eran, aún, escasas.

Hay que tener en cuenta que, durante 1300 años, es decir, desde el fin del dominio bizantino hasta 1917, año del inicio del mandato británico, la región fue dominada por árabes o turcos musulmanes, conviviendo con otras minorías, incluyendo unos pocos judíos. Si bien es cierto que a veces se daban choques, parece que la convivencia entre dichas minorías y los musulmanes, por lo general, había sido relativamente pacífica. En el XIX, los Otomanos autorizan pequeños asentamientos para judíos inmigrantes que provienen de países de Europa, sobre todo oriental, dónde la discriminación aumentaba. De manera que, a la entrada del siglo XX, encontramos una población judía de alrededor del 10%. Son esos 50.000 judíos que comentábamos anteriormente. Todo el resto, cerca de 450.000 habitantes, son árabes palestinos, 90% de ellos musulmanes, y una décima parte aproximadamente cristiana.


La declaración Balfour

Pero en 1917 la Primera Guerra Mundial empieza a ir regular tirando a muy mal para los Otomanos. Los británicos empiezan a colaborar con dirigentes árabes a quienes prometen la independencia a cambio de luchar contra los turcos. En 1915 se había alcanzado un acuerdo entre el Jerife de La Meca, llamado Husayn Ibn Alí, en representación, lógicamente, de los árabes y Sir Henry McMahon, alto comisionado británico en Egipto. Los árabes exigían el reconocimiento de la independencia de todos los territorios árabes bajo dominio otomano, incluyendo Palestina que, McMahon, intentó excluir mediante la clásica técnica de las formulaciones ambiguas. Pero el Jerife se olió la tostada y rechazó dichas formulaciones. La controversia de este acuerdo continuó hasta 1939, cuando el gobierno británico, después de haber hecho un daño irreversible al territorio, admitió que en 1917 no tenía libertad para disponer de Palestina a su gusto. De hecho, en 1916, habían firmado un acuerdo secreto con Francia, conocido como Sykes-Picot, por el que repartían las zonas de influencia y que excluía la independencia de Palestina para convertirla en una “administración internacional”.

En cualquier caso, los sionistas buscaron el amparo del Gobierno Británico destacando las ya comentadas ventajas estratégicas de obtener un nuevo aliado en la región. Los británicos reaccionaron favorablemente. Quizá el descarado antisionismo británico pretendía matar dos pájaros de un tiro: quitarse de encima a los judíos del Reino Unido y, a la vez, obtener un aliado que le proporcionara un apoyo ventajoso en el territorio. Arthur Balfour, quien había sido Primer Ministro Británico de 1902 a 1905, era un supremacista reconocido. En un debate en la Casa de los Comunes en 1906 acerca de los nativos negros de Sur África, en el que la mayoría de los parlamentarios estaban de acuerdo en que privar a los negros de sus derechos era algo inhumano, Lord Balfour dijo:

“Debemos enfrentar los hechos: los hombres no nacen iguales, las razas blanca y negra no nacen con las mismas capacidades: nacen con diferentes capacidades que la educación y la voluntad no pueden cambiar.”

El racismo de Balfour no se limitaba a los negros africanos. Era antisemita. Precisamente, a finales del XIX, las diferentes sacudidas de pogromos contra los judíos en Europa del este provocaron oleadas de migración judía a Reino Unido y a Estados Unidos. Esto incrementó las reacciones antiinmigración de la ciudadanía británica entre quienes Balfour despertó gran simpatía. Y es que en 1905, siendo aún Primer Ministro, Balfour aprobó la Ley de Extranjería, que impuso restricciones a la inmigración por primera vez y hacía especial foco en los judíos.


Parece chocante pensar que alguien tan profundamente antisemita pueda apoyar el sionismo. Pero recordemos que el sionismo es una ideología profundamente racial y colonialista, y que, en gran medida, espera llevar a todos los judíos desperdigados por el mundo a Palestina. En cualquier caso, Lord Balfour (3), Secretario de Relaciones Exteriores en 1917, dirigió una carta a la Organización Sionista Mundial el 2 de noviembre de 1917 que pasó a la posteridad como “Declaración Balfour”, y en sus 67 palabras (en la versión inglesa), afirmaba lo siguiente:

“El gobierno de Su Majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará cuanto esté en su poder para facilitar el logro de ese objetivo, quedando claramente entendido que no se tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles o religiosos de las comunidades no judías de Palestinas, o los derechos o la condición política de que gocen los judíos en cualquier otro país.”

Muchas comunidades judías se opusieron. Por un lado, percibían un conflicto de lealtad con los países en los que vivían, o incluso consideraron esto como una invitación a la expulsión de judíos cuya ciudadanía era la británica a otro territorio. Es el caso de Sir Edward Montagu, único judío miembro del gabinete británico, que protestó y denunció enérgicamente estas declaraciones en las que, sin duda, veía un atisbo claro de antisemitismo.

Como era de esperar, esto no sentó muy bien en el mundo árabe. Para aplacar las protestas árabes, una declaración anglo-francesa emitida el 7 de noviembre de 1918 reiteró las promesas de total independencia para estos. Aseguraba el establecimiento de gobiernos y administraciones nacionales derivando de la autoridad y libre elección de las poblaciones autóctonas. No obstante, la historia ha demostrado que realmente se daba, y se da, poca importancia a los deseos de la población autóctona: su tierra había sido prometida a otro pueblo por un gobierno extranjero sin soberanía alguna sobre el territorio. Para muchos autores, la Declaración Balfour era una declaración de intenciones sin efecto jurídico. Para mí, también, pues ¿qué autoridad tenía Gran Bretaña sobre Palestina? La única autoridad emanaba de las fuerzas de ocupación que desplegó en el territorio como parte de sus campañas contra el territorio del Imperio Otomano, y, por ende, era una autoridad propia de una potencia colonial.

(Fuente: https://www.meneame.net/)

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