lunes, 6 de noviembre de 2023
LO QUE LA MASACRE DE PALESTINA DICE DE NUESTRAS DEMOCRACIAS
“Creo que Israel tiene ese derecho”, ha dicho el líder de los laboristas británicos Keir Starmer en referencia al corte de suministros básicos a Gaza. Mientras, el contador acumula más de 8.300 muertos, casi 3.500 de los cuales son menores. Con la masacre en curso en Palestina no podemos evitar esta sensación de estar llegando a un límite. Si la Unión Europea, la OTAN y Estados Unidos permiten este genocidio, quizás presenciemos cosas mucho peores de aquí en adelante. Los límites de lo tolerable se desplazan hacia el abismo, como hemos visto en el tratamiento a los migrantes y los refugiados que llegan a Europa. ¿Qué tiene que ver todo esto con el destino de nuestras democracias?
Hay invocaciones al apocalipsis cuando se habla de la llegada de las extremas derechas a las instituciones, pero a veces parecen más una herramienta para apuntalar las propias posiciones de poder que un verdadero impulso para defender principios éticos irrenunciables. Hoy, Palestina nos pone frente a un espejo que deforma los rostros de la mayoría de líderes europeos, pero la justificación de los bombardeos de hospitales y el exterminio de niños se extiende más allá de la política profesional. La islamofobia crece en nuestras sociedades, mientras la identidad europea se construye cada vez más en oposición a lo musulmán. Si Occidente se dice cristiano no es para reivindicar una fe, sino para oponerse al islam. En esta elaboración es imprescindible construir a los musulmanes como los otros, como el enemigo, también en Palestina.
Santiago Alba Rico ha explicado la situación de Palestina como la consecuencia de un antisemitismo europeo de siglos. Este contenía dos proyectos para los judíos: uno de exterminio y otro de expulsión. El primero lo sacó adelante con bastante éxito el nazismo. El de expulsión se dio en varias oleadas –entre ellas la de 1492, uno de los hitos fundacionales de la nación española– y culminó en el sionismo. La creación del Estado de Israel implica esta paradoja: los judíos se van por fin de Europa como deseó el antisemitismo y, una vez allí, se convierten en la fortaleza europea contra el islam en Oriente Medio. Así se pactó en la Declaración Balfour de Gran Bretaña, que allanó el camino para la desposesión palestina de 1917. Solamente cuando son finalmente expulsados del continente pasan a ser considerados realmente europeos, dice Alba Rico. Israel se identifica con los valores europeos –de esta manera se venden la ocupación y la guerra–, un Estado protector de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI. “Israel como ocupante ilustrado, como artífice benévolo de la limpieza étnica, como un Estado de apartheid progresista” que sostiene la fantasía de un Estado democrático laico con suficiente capital moral para justificar dentro y fuera del país su ocupación de Palestina, según Ilan Pappé.
El proyecto colonial sigue en marcha en Palestina, donde se ha delegado en Israel el papel de potencia colonial de la zona para hacer a otros pueblos lo que ha hecho siempre Europa con los judíos. La colonización, que fundó las democracias occidentales, todavía permanece en su núcleo. La colonización es deshumanización y cosificación, lleva al colonizador a representar al otro como bestia y a tratarlo como tal. No es extraño, pues, que Netanyahu llame a los palestinos “animales”, ni que se les compare con virus o enfermedades, como hizo el nazismo con los judíos antes del exterminio.
Hoy los musulmanes son los nuevos judíos en Europa. En este contexto de guerra, la explotación de nuevos racismos y formas de violencia crecientes siguen empujando hacia el abismo lo que queda de democracia en el propio territorio europeo. El racismo se nutre de esa deshumanización y de la atribución de menos valor a determinadas vidas que pueden ser así arrasadas. El mismo marco colonial que permite la destrucción de Gaza es el que subyace en las muertes en el Mediterráneo y el tratamiento de aquellos no occidentales que tratan de llegar a Europa. Desde el inicio de la guerra hemos asistido, además, al crecimiento de un sentimiento antipalestino superpuesto tanto a la islamofobia creciente en muchos países europeos, como a la peligrosa retórica de la lucha contra el terrorismo, que ha sido tan útil históricamente para recortar libertades y perseguir disidentes políticos. El gobierno israelí –a través del Mossad– lleva tiempo atacando a movimientos pacíficos de solidaridad con Palestina como el BDS –Boicot, Desinversión y Sanciones–, una campaña de presión para que Israel cumpla las resoluciones de Naciones Unidas. Lo hace incluyéndolos en listas terroristas o enjuiciando a activistas para que abandonen sus acciones de apoyo como ya sucedió en España.
Tanto el aparato represivo como otras formas más sutiles de represión y de censura se están poniendo en marcha en Europa. Hoy ondear una bandera palestina o entonar un cántico en favor de la libertad de los árabes de la región puede constituir un delito en el Reino Unido, según su ministra de Interior. En Alemania, se han prohibido manifestaciones de apoyo a los palestinos, incluida una de judíos en Berlín, donde una mujer israelí fue detenida por llevar un cartel contra la guerra. Un grupo de artistas y escritores judíos ha escrito una carta para denunciar la atmósfera de racismo y xenofobia que se está viviendo en el país, donde las autoridades se han cebado con las poblaciones inmigrantes y las minorías y donde están “acosando, deteniendo y golpeando a civiles, a menudo con el más mínimo pretexto”. Denuncian que, en Berlín, el distrito de Neukölln, donde viven grandes comunidades turcas y árabes, es ahora un barrio bajo ocupación policial. La policía, que ha detenido a conocidos activistas sirios y palestinos, patrulla las calles buscando señales de solidaridad con Gaza y las escuelas han prohibido las banderas y los pañuelos palestinos. Pero reprimir las protestas contra la guerra no impedirá los actos antisemitas que también están empezando a producirse, y que están realizados en su gran mayoría por miembros de extrema derecha, nos recuerdan los firmantes de la carta. El odio engendra odio. El mundo de la cultura tampoco es ajeno al conflicto y museos y centros culturales de toda Europa están cancelando a artistas palestinos; mientras algunas universidades expulsan a estudiantes y silencian a académicos judíos contra la guerra, como denuncian profesores universitarios británicos.
Pero si Europa quiere reparar su responsabilidad por su antisemitismo histórico, no puede hacerlo apoyando al Estado de Israel para que haga con otros pueblos lo que los europeos hicieron con los judíos. También tiene que reparar a todos los pueblos que ha colonizado y a los que ha maltratado. Para ello, tendría que “tomarse en serio los valores que pomposamente enuncia, defender los derechos humanos y la legalidad internacional, porque de eso depende la supervivencia de Europa”, dice Alba Rico. El periodista israelí Gideon Levy ha dicho que es imposible encarcelar –y matar, expropiar, secuestrar, asediar, someter a limpieza étnica…– a dos millones de personas “sin esperar un precio cruel”, refiriéndose a los recientes crímenes de guerra de Hamás. Otro tanto podemos esperar en Europa por nuestro apoyo a esta masacre. “A nadie le puede sorprender que todos estos pueblos a los que ha abandonado acaben refugiándose en dictaduras siniestras o en organizaciones terroristas o en formas de violencia que se desentienden por completo de cualquier horizonte democrático”, dice Alba Rico.
Esa amenaza se cierne sobre nosotros, tanto como su reverso convertido en odio a los migrantes. Nuestras propias democracias están en juego, porque cuando se deshumaniza una religión, o un pueblo, eso afecta a la cultura y la política de la sociedad en su conjunto. La islamofobia mina nuestra democracia porque hace crecer a las extremas derechas que se impulsan en la creación de chivos expiatorios para los problemas sociales. Las políticas criminales de nuestras fronteras también están apuntaladas con estos discursos del miedo. Por tanto, tenemos que seguir expresando nuestra firme oposición, desobedeciendo a nuestros mandatarios si hace falta, denunciando tanto la masacre en Palestina, como las consecuencias en nuestras sociedades. Y eso incluye el aumento de la islamofobia, pero también los ataques antisemitas que han empezado a producirse. Contra la simplificación que abona el racismo, no se puede culpar colectivamente a los judíos de las acciones del gobierno israelí, o a los musulmanes de las acciones de Hamás. En tiempos de guerra los que más sufren son los civiles inocentes, ya sean los pacifistas laicos israelíes, los rehenes secuestrados por Hamás o los desplazados palestinos o los que se refugiaban en el hospital de al-Ahli, nos recuerda el Institute of Race Relations. El marco de la guerra no puede bloquear el pensamiento, la pluralidad, ni nuestra capacidad de acción. Saldremos a la calle por los palestinos, pero también por nosotros.
Nuria Alabao
(Visto en https://ctxt.es/)
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