En lo que sigue intentaré mostrarle por qué Israel es, hoy, el Estado-nación más peligroso para el mundo como consecuencia, "grosso modo", de dos factores:
1.- Del contenido de parte de su credo religioso, que es constitutivamente identitario, y base de su teleología y autoestima colectivas; pero inaplicable por obsoleto e inviable hoy.
2.- De las funestas geopolíticas del Reino Unido y de U.S.A. (junto a otras catástrofes menores) que lo han involucrado y alimentado su poder bélico y comunicacional. También buscaré plantear,
3, qué hacer para la humanidad frente a ese su mayor peligro actual de supervivencia libre.
Sabiendo quien apoya a los verdugos del pueblo palestino es fácil saber de qué lado están la decencia y la verdad |
Pensándolo mejor, quizás pueda cubrir moderadamente bien los puntos 1 y 3, con algunos apuntes puntuales imprescindibles sobre el punto 2.
1. CREDO RELIGIOSO IDENTITARIO, TELOS Y AUTOESTIMA CONSTITUTIVOS.
1.A – La importancia de creerse pueblo ‘elegido’ por ‘su Dios’
A lo largo y ancho de los libros sagrados más antiguos del judaísmo y del cristianismo, repetidamente se dice que el pueblo de Israel, hebreo, judío, es el elegido por un dios monoteísta, pionero dios único de los temibles monoteísmos religiosos humanos (evolucionado desde dioses principales en politeísmos cananeos anteriores). Elige a Noé y a su familia para salvar a la creación del diluvio en el arca, castigo por el pecado de impiedad, y repite su elección a Abrán (luego Abraham), Isaac, Jacob, Moisés, José, Josué y a otros con menor énfasis explícito en eso (i.e. David). Esa creencia es compartida con el cristianismo, que, más bien, sin embargo, lo considerará como el pueblo, más que ‘elegido’ escatológicamente, elegido para ser el pueblo original del Mesías Cristo Jesús.
Lo más importante para nuestro tema focal es cómo su creencia de elegido divino potenciará siempre todas sus demandas. Porque el creerse elegido, no solo tiene una lectura psicológica conocida, como modo de compensar subjetivamente una inferioridad objetiva sufrida, como mecanismo de defensa (de los listados por Anna Freud); Max Weber, inspirándose en la afirmación de Nietzsche de que la moral es el equipamiento básico de los más débiles, muestra que los pueblos que se creen ‘elegidos’ son, justamente, aquellos que son más perjudicados y que han sufrido más servidumbres; de ese modo, se ‘sueñan’ superiores pese a su inferioridad material manifiesta actual.
Es muy claro, aun leyendo sus libros sagrados, que el pueblo elegido fue muy pocos años independiente y regionalmente dominante; no sé si llegarán a 100 los años de ello a lo largo de los 3.000 años de historia documentada. No parece haber respondido a su supuesta elección su vida histórica, ni mucho menos haber accedido a ocupar y dominar la ‘tierra prometida’, frustración que sin duda estamos sufriendo hoy. Así como también padecemos la venganza que manifiestan con su conducta por esas frustraciones de sus esperanzas identitarias y por la diáspora, y por las discriminaciones y humillaciones que sin duda sufrieron. Pero quienes los independizaron y armaron no parece que hayan vislumbrado los peligros que encerraban, el aprendiz de brujo posible; no leyeron ni la Torá ni los precursores del sionismo ahora radicalizado: Hess, Pinkster, Rulf, Herzl. Yo sí leí todo eso. Y la dimensión religiosa de su identidad la han ocultado muy comprensiblemente, dado el carácter secular del mundo actual que las habría calificado de obsoletas patrañas. Pero a Netanyahu se le escapó hace unos días algo terrible de lo que hablaremos más abajo, pero que revela la profundidad histórica y religiosa del conflicto, mucho más que contra Hamás, los árabes islámicos y el Medio Oriente: es su identidad histórica creída lo que está en juego, y no se ha estudiado el conflicto desde ese ángulo imprescindible.
Cabe agregar que, en el mundo antiguo, la buenaventura bélica y material de los pueblos se atribuía, más que a méritos técnicos propios, a la fortaleza de sus divinidades protectoras y a su virtud religioso-moral divinamente premiada. Entonces, no solo no hay prueba documental objetiva alguna de la elección divina del pueblo, sospechosa creencia subjetiva y colectiva como vimos, sino que la vida histórica de ese pueblo no parece confirmar su elección divina, por lo menos hasta 1948, cuando toman ‘viento en las velas’ y vuelven a acariciar elecciones y promesas nunca logradas antes. La única mención importante del favor que Yavé habría hecho a su pueblo permitiéndoles acceder a algo que de por sí era improbable de obtener está en Deuteronomio, 7, donde constan triunfos puntuales o prometidos frente a adversarios más fuertes y numerosos. Esto, en las extraordinarias observaciones de Weber sobre las religiones, se centra en el pasaje que hay desde el judaísmo al cristianismo, en el cual se subraya más la salvación de los más débiles pero fieles (i.e. Sermón del Monte) y, ya no solo la elección para su propia salvación, como en el arca, sino la elección para la salvación de otros y de todos; para Weber es un paso adelante en la historia de las religiones salvíficas: de la salvación propia a la de otros y todos, y la preferencia por los más débiles en ella: con el cristianismo el sueño compensatorio se pasa explícitamente al más allá, ya que se hace difícil cumplirlo en el más acá (ojalá los israelíes, sionistas radicales, fiaran su salvación al más allá).
Voegelin extiende más la genialidad de Weber indicando que este salvacionismo ultramundano cristiano (cielo-infierno), que sucede al milenarista intramundano judío (tierra prometida) bien puede haber sido continuado con la ‘inmanentización de la salvación ultramundana’, secularizada, en la forma de ideologías como el marxismo (salvación futura de otros por los desprivilegiados hoy, proletarios) o quizás en el feminismo (salvación de los varones por las víctimas de su propio paternalismo), ambas reediciones de la moraleja del cuento infantil, tan adulto, del patito feo.
Entonces, los israelitas/hebreos/judíos, ahora israelíes, que se soñaron intramundanamente premiados con la ‘elección’ y la tierra prometida, nunca pasaron ese difícil premio al más allá ultramundano, como los cristianos; por eso toman su vuelta de la diáspora y el Estado de Israel como indicadores de que las verdades postergadas de la elección divina y de la promesa de la tierra palestina llegan al fin. Y es por eso que deben buscarlas y defenderlas con el cuchillo entre los dientes, como en la historia antigua.
No sabían bien lo que hacían los ingleses mentirosos cuando transformaban el Mandato de la Sociedad de las Naciones en tierra de los elegidos, ni luego los U.S.A. cuando armaron a los elegidos para ocupar ¡al fin! la tierra prometida. Los elegidos, a quienes no se les habían concretado ni la elección divina ni la tierra prometida durante su vida de 30 siglos en el Medio Oriente hasta las diásporas, y que mucho menos aún se habían sentido elegidos durante la diáspora posterior de 20 siglos más, ahora renacen de las cenizas sus creencias ancestrales en la elección y la promesa territorial.
No pueden olvidarse estas creencias constitutivas de su identidad, su teleología y su autoestima al calibrar nuevas incidencias históricas como el ataque de Hamás, y, en general, toda la evolución geopolítica de la región, una de las más importantes el descubrimiento de enormes yacimientos de gas natural exactamente en aguas de Gaza, que serán de quienes vaya a ser ‘dueños’ de Gaza.
Vayamos a otra creencia religiosa constitutiva del actual Israel que se enraíza en un pasado de al menos 30 siglos de escrito, y que le da una densidad y dramatismo especiales que no se deben olvidar para entender a fondo lo que pasa hoy: la promesa de la tierra a los elegidos a cargo del Yavé monoteísta.
1.B – La crucialidad de la utopía intramundana de la ‘tierra prometida’ y sus modus operandi: el ‘anatema’ sagrado milenario sería, hoy, criminal de guerra, lesa humanidad y genocidio
Una breve geohistoria de 32 siglos de ‘tierra prometida’, del 1200 a.C. hasta hoy, es fundamental para entender el profundo significado que pueden encerrar detalles que pudieran parecer baladíes. Al respecto, los siguientes puntos pueden ayudar a articular lo más significativo para el tema.
1.B.1. Ni los israelitas, ni los hebreos, ni los judíos, ni los reinos unificados fugazmente de Israel y de Judea bajo David y Salomón, ni el Israel actual, poseyeron nunca, por invasión y/u ocupación, la totalidad de la tierra prometida a los elegidos de Yavé, desde Noé hasta hoy. No pueden, pues, reclamar de ninguna forma titularidad histórica sobre esos territorios, salvo su creencia en la promesa de Yavé a sus elegidos, creencias que tienen todo el derecho a sostener, pero a la vez creencias que no pueden imponer frente a ningún otro que no las crea y sí crea las suyas diferentes. El derecho de Israel a los territorios aproximadamente abarcativos de los que detallan los libros sagrados son como si, salvando distancias, yo le reclamara a un vecino su apartamento porque mi abuela me lo concedió en su lecho de muerte.
La humanidad debe respetar las creencias de cualquiera, más aún cuando encierran mecanismos identitarios y compensatorios como los vistos. Pero de ahí a que pretendan fundar un orden internacional material y objetivo sobre la base de esas subjetividades espirituales sin prueba objetiva media una gran distancia que hay que mantener por el bien de todos. Los territorios supuestamente ‘prometidos’ puede bien ser de quienes siempre, en su mataverso, los quisieron; pero de ahí a que ‘deban’ serlo media una gran distancia, que, a lo más, debería reducirse consensualmente, y no a golpes normativos y militares.
1.B.2. Tampoco fueron ni son, esos pueblos cuando fueron ocupantes, ‘originarios’ de esos territorios que pretenden. Aunque en aquellos tiempos remotos no existía un derecho internacional que atribuyese jurisdicciones soberanas por precedencia de ocupación, en la época de constitución de Estados-nación (fines del siglo XVIII, siglo XX) la prioridad ocupacional fue un criterio para la adopción de una institucionalidad territorial soberana, junto a otros criterios (i.e. lengua, etnia, religión, etc.). Ni siquiera pueden sostener el título de ‘indígenas’, ya que no son tampoco pueblos subordinados residentes que subsisten bajo superordinados también residentes, pero más recientes.
1.B.3. Los textos sagrados indican en muchos lugares el territorio prometido, así como el efectivamente ocupado al regreso del cautiverio en Egipto (cada vez más dudoso en su historicidad, más entendible simbólicamente como una mística épica identitaria ficcional por los antropoarqueólogos).
Quizás el lugar que contiene el mejor detalle del territorio cananeo prometido, invadido y ocupado, de pueblos diversos reunidos como ‘cananeos’, es el Libro de Josué, que no solo narra la historia de la ocupación sino los subterritorios asignados a las tribus componentes; hay más en el Libro del Éxodo y en el Deuteronomio, y otras coincidencias concordantes.
Varios pueblos permisivos, ocupados y destruidos son mencionados, con la importante salvedad de que la actual franja de Gaza casi nunca fue de ninguno de los pueblos que hoy terminan en el Estado de Israel o son invocados como antecesores; fue cananea, hicsa, egipcia, filistea, persa, macedonia, romana, otomana, británica … El Mandato británico la incluía, como parte de ‘Palestina’, como se llamó también bajo los otomanos y desde los romanos, en épocas en que los judíos eran, nominativamente, palestinos por así llamarse el territorio en que vivían. Paradójicamente, nominativamente, Israel fue más tiempo parte de Palestina, que Palestina de Israel, formal y administrativamente. Quede constancia de que, según los mismos textos sagrados, la actual Gaza fue de muchos ocupantes y casi nunca israelí; la actual Cisjordania originalmente cananea, luego de muchos; y Jerusalén jebusea, antes de varios otros.
Rafael Bayce
(Visto en https://extramurosrevista.com/)
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