El avinagrado obispo de Roma, gobernante de un estado feudal, rancio y opaco, aprovechó su audiencia de los miércoles para proclamar que rechazar a los "migrantes" es un pecado grave, abogando por la apertura de fronteras de Europa. No hizo distinción alguna entre inmigración legal e ilegal, ni a los deberes morales y legales de quienes son acogidos en occidente, ni a la necesidad de regular el derecho a emigrar en que insistieron sus predecesores.
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Ante lo rotundo del enfoque de Bergoglio hacia el problema, no estaría de más recordarle que el acceso al Vaticano está restringido a quienes cumplan las condiciones unilaterales que su feudo impone. Este bloguero ha visto a guardias armados que actuaban como porteros de discoteca impedir la entrada a la Basílica a turistas cuyo vestuario no era acorde con lo esperado. No juzgo la pertinencia o legitimidad de la medida, sino el hecho de que, a la luz de la proclama fácil, superficial y sin matices del Papa Francisco, la guardia suiza sería culpable de un pecado grave que el Pontífice tiene bajo su ventana, y apreciaría si no estuviera vendiendo los consejos que para sí no tiene.
El Vaticano, rodeado por un muro que son las Murallas Leoninas. Con guardia armada y las unas leyes muy restrictivas para cualquiera que proceda del exterior.
— Iker Jiménez (@navedelmisterio) August 30, 2024
Y casi imposible lograr permiso de residencia. Qué paradoja. pic.twitter.com/5WRwZyPDPO
Un paseo por las puertas del Vaticano cada noche le revelaría también que aquello de lo que acusa a gobiernos soberanos -insensibilidad, invisibilización de los necesitados, indiferencia- lo tiene a las puertas de su palacio. Pero, claro, no es lo mismo predicar que dar trigo.
Santidad, ¿no cree que antes de llenarse la boca hablando de justicia social sería coherente el practicarla?
(posesodegerasa)
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