viernes, 5 de agosto de 2022
CAMBIO CLIMÁTICO, LA RESPONSABILIDAD DE SABER
El 28 de Noviembre de 2109 la Unión Europea decretó la "emergencia climática y medioambiental" con casi dos tercios de los votos. Ya el 17 de Septiembre el parlamento español aprobó declarar la "emergencia climática" en España con todos los votos a favor menos los de Vox. Es algo que va a tener importantes repercusiones económicas y podría cambiar la vida de muchos cientos de millones de personas. Requiere coraje sostener que, independientemente de lo acertado o no de las medidas políticas que se tomen, nos hallamos ante el mayor error científico en varias generaciones. El cambio climático es real, pero la emergencia climática es a día de hoy imaginaria porque no hay suficiente evidencia que la apoye.
Desde los inicios de este blog llevo publicando numerosos artículos que desmontan la farsa del llamado “cambio climático”, con el propósito de dejar claro que no estamos ante ninguna clase de ciencia rigurosa sino ante una burda maniobra globalista de carácter social y económico. Y quizá, después de tantos años, alguien se podría preguntar qué hace un historiador enfrascado en una cruzada contra la “ciencia empírica” del clima. ¿Qué validez puede tener lo que diga un licenciado en ciencias sociales –un intruso– frente al peso del llamado “consenso científico” de miles de expertos de máximo nivel? ¿O qué valor puede tener lo que un ciudadano común pueda opinar? ¿Tenemos derecho a informarnos imparcialmente y a discrepar aun sin ser especialistas? Déjenme que les haga una serie de breves reflexiones al respecto a partir de mi experiencia personal.
Estamos en un mundo muy complejo, con una tremenda cantidad de conocimientos científicos y tecnológicos. Hoy en día impera la ley de la especialización, pues hay tantos campos del saber y la técnica que se precisan especialistas para todo, con el resultado de que esos expertos saben mucho de algo concreto y muy poco de lo demás. Así es como funcionan las cosas, con disciplinas tan compartimentadas que hasta los propios científicos padecen de fuertes lagunas en áreas próximas e interrelacionadas pero que se escapan de las fronteras de su “celda de conocimiento”. El caso es que, con esta filosofía, se da por hecho que el ciudadano medio, incluso el que tiene estudios superiores, no puede comprender las materias científicas más intrincadas y por ello debe fiarse (acto de fe) de lo que dicen los profesionales patrocinados –evidentemente– por las autoridades políticas.
En este contexto, hasta el año 2011 aproximadamente, yo creí a pies juntillas en las verdades escritas a fuego por la ONU y los gobiernos sobre el llamado cambio climático y el calentamiento global antropogénico. Recuerdo bien haber leído algunos artículos, visto documentales e incluso leído con atención el libro del inefable Al Gore y su verdad incómoda. Con todo, podría decir que prácticamente el 90% de mi conocimiento sobre el asunto provenía de la avalancha masiva de los medios de comunicación. Sin embargo, mi capacidad crítica en este tema era mínima, ya que precisamente la física, la química y la biología no formaban parte de mi formación humanística, lo que me obligaba a creer en lo que afirmaban los especialistas sin poder ejercer una cierta libertad de conocimiento. Afortunadamente, por aquel entonces ya había puesto en entredicho muchas de las verdades y dogmas que circulaban desde hacía décadas o siglos en el campo de la historia y la arqueología y empecé a relativizar el poder sagrado de la ciencia oficial.
Como consecuencia de estas dudas, y por una serie de encuentros y descubrimientos personales, fui a parar a una situación de shock cuando oí por primera vez –con argumentaciones científicas– que el virus VIH no existía (para ser exactos, que nadie había logrado aislarlo) y que la enfermedad SIDA era una farsa. De ahí salté a otros campos de la ciencia “dura” e inevitablemente topé con el asunto del cambio climático, que también se alejaba de mi ámbito de conocimiento. Así pues, viendo el tufillo a propaganda, alarmismo e imposición de toda la información oficial, me metí a fondo en el tema y empecé a buscar la información alternativa disponible en Internet (y ya veremos por cuánto tiempo, tal y como van las cosas).
El caso es que descubrí que existían muchos científicos “negacionistas” o simplemente “críticos” que se oponían a las tesis oficiales. Y no eran 10 ni 20 ni 50 chalados, sino miles de expertos de reconocido prestigio y experiencia (incluyendo algún Premio Nobel) en este campo. A partir de ese punto leí sus artículos –no los he contado, pero deben de estar ya cercanos a los 100– y algunos libros, y empecé a desmontar en mi mente toda la paranoia alarmista, al considerar que no había allí ninguna ciencia real, sino simples juegos de manos, presentados como sesudas proyecciones matemáticas. Póngase ahora el nombre que se quiera: mentira, manipulación, tergiversación, engaño…
Las consignas más simples e impactantes calan entre los activistas climáticos … abordar con rigor la cuestión científica ya es otra cosa. Naturalmente, para poder comprender los entresijos de la controversia tuve que arremangarme y familiarizarme con bastantes términos y conceptos que me eran más o menos extraños (mi escasa formación química del bachillerato ya quedaba muy lejos). Por desgracia, aquí no es posible la simplificación ni la comodidad: hay que informarse bien, contrastar datos y argumentos, y luego extraer conclusiones. Lógicamente, hay muchos materiales técnicos de difícil comprensión, pero buscando bien se puede llegar a documentos más accesibles para cualquier persona con cultura media. Y ese es el único camino para construir una opinión propia y fundamentada: el esfuerzo personal por querer saber lo que hay detrás de las proclamas oficiales. Todo lo demás es dejarse llevar por el adoctrinamiento de los medios y los poderes establecidos, no querer oír nada “que moleste” o tener miedo a salirse del rebaño.
Como estamos viendo, la maniobra climática está cada vez más acelerada, con sus declaraciones de emergencia y sus imposiciones políticas. Así pues, los ciudadanos de todos los países ya están viendo cómo se están aplicando a marchas forzadas medidas de carácter social y económico que van a impactar fuertemente en sus vidas y que vienen avaladas por la agenda de la política climática mundial, que supuestamente no admite discusión ni oposición. Pero sí que hay discusión, y muy seria; otra cosa es que no salga a la luz. Ya no podemos creer en versiones únicas ni dogmas religiosos disfrazados de estudios científicos. Si la mentira climática persiste es porque su discurso unívoco inunda todos los espacios y mentes a todas horas. Frente a esto, debemos ejercer la responsabilidad de saber, de entender que ya somos mayorcitos para formarnos nuestra propia opinión y de oponernos a las políticas oficiales si estimamos que son contrarias al bien de la Humanidad.
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Para concluir, quisiera destacar un caso algo parecido al mío que descubrí hace no mucho en Internet. Otro lego en la materia, un bloguero procedente del campo de la economía, creyó en el cambio climático provocado por el hombre durante muchos años. No obstante, a fin de comprobar las bases científicas de fondo, se puso a investigar por su cuenta, lo que le llevó a dar con la triste realidad de la manipulación. Si es cierto lo que afirma en su blog –dice haber consultado unos 9.000 artículos sobre el tema– debe ser una de las personas no especialistas mejor informadas del mundo sobre el tema. Me permito aquí recomendar un artículo suyo titulado “La emergencia climática no existe, pero nos la van a cobrar”, pues resulta demasiado largo para reproducirlo aquí (aparte de los gráficos explicativos adjuntos).
En dicho documento el lector hallará una gran profusión de datos y bastantes de los argumentos que ya he sacado a la palestra en estos años, destapando todas las miserias y vergüenzas de los calentólogos. Pero, sobre todo, se presenta un acertado análisis de lo que supone la implantación de la política “verde” en términos económicos y que no tiene nada que ver con la protección del medio ambiente ni con los cambios del clima. En fin, esa es nuestra prerrogativa: que nadie nos dicte el conocimiento, que nadie nos introduzca en la mente programas dañinos sin haber pasado antes por nuestro “antivirus”. Así pues, la responsabilidad de saber exige valentía, paciencia y trabajo, pero es lo que hay.
Xavier Bartlett
(Fuente: https://somniumdei.wordpress.com/)
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