El primer y fundamental motivo por el que las mascarillas son inútiles en el caso de la COVID-19 es que no se ha probado que exista esa nueva enfermedad ni que la cause un supuesto coronavirus que jamás se ha aislado ni se podrá aislar del mismo modo que no se han aislado ninguno de los llamados “coronavirus humanos”.
Este solo motivo hace que todas las recomendaciones sobre uso de mascarillas carezcan de justificación, y con más motivo aún todas las medidas obligatorias y represivas, muy en particular las que embozan a niños y adolescentes en una agresión global sin precedentes contra nuestros hijos y nietos que plantea un reto moral a nuestras sociedades.
La documentación científico-médica que demuestra que las mascarillas no sirven y por el contrario son enormemente peligrosas es apabullante. Se han documentado hipoxia, disminución de moléculas de energía ATP, degradación de la glucosa que reduce la energía celular, caída del PH intracelular y formación de ácido láctico con debilitamiento y atenuación de los sentidos, mareos, pérdida de consciencia, reducción de hasta un 20% de oxigenación de la sangres, deterioro del sistema inmune, generación de cataclismo y estrés celular, y daños neurológicos que pueden ser graves, incluyendo la muerte.
En estas circunstancias, se hace evidente que las mascarillas son un elemento fundamental del montaje perpetrado con esta falsa pandemia. Y puesto que no hay razones científico-médicas para recomendarlas, está claro que los motivos son muy otros:
MIEDO
Las mascarillas hacen visible el miedo, escenifican el miedo, permiten visualizarlo allá donde vayas, lo trasmiten en el trato diario, lo convierten en una imagen clara y nítida que envía un mensaje inmediato a todo el que contempla una figura humana irreconocible, un rostro oculto que se acerca y te mira mientras estás ingresado en un hospital y te pregunta si se trata de alguien que te teme y se protege o de alguien que quiere protegerte porque tiene miedo de transmitirte algo maligno … el miedo es irracional y las mascarillas lo perpetúan y multiplican de modo irracional, emocional, descontrolado. Y el hecho de que se haya generalizado añade un elemento extra de espanto e inquietud: caminar por calles pobladas de espectros, de figuras deshumanizadas que no sabes si conoces o no, si siguen siendo tus vecinos de ayer o no, si pertenecen al escenario de una pesadilla o si son el mundo real transformado por quienes se han arrogado el poder absoluto sobre lo que ellos decretan que es un peligro mortal.
AUTORIDAD
Las mascarillas son una señal, una marca, un símbolo de autoridad. Dejan bien claro quien manda y quien obedece. Materializa la obediencia incluso para aquellos que han buscado un certificado médico que los exima porque también se han sometido a la autoridad médica que tiene la potestad de liberarte de la máscara pero imponiéndote igualmente su autoridad en virtud de artículo tal de la correspondiente orden estatal o autonómica que te concede ese privilegio debido a tu incapacidad, enfermedad o debilidad del tipo que sea, pero entendida siempre como una condición que ellos deciden.
DOGMA DE LA INFECCIÓN
El mero hecho de llevar la mascarilla y ver como otros la llevan ya contribuye a interiorizar la idea de miedo a la infección, miedo al contagio, miedo al contacto, posibilidad de que el mal se extienda, y refuerza por tanto uno de los dogmas fundamentales de la medicina moderna industrial: el de la falsa teoría microbiana de Louis Pasteur, Robert Koch y otros, que a su vez sirve de sostén al enorme negocio de las vacunas en general y de la vacuna contra esta falsa pandemia en particular.
INCOMUNICACIÓN, SEGREGACIÓN Y DESHUMANIZACIÓN
Ya se están haciendo estudios sociológicos sobre la falsa pandemia y sus consecuencias. Parece evidente que las mascarillas contribuyen a incomunicar o dificultar enormemente la comunicación por razones obvias, así como a segregar, apartar, discriminar negativamente como apestados a quienes no las llevamos, contribuyendo en definitiva a dar un paso más en la deshumanización que ya de por sí venía lastrando esta sociedad que nos ha tocado vivir.
Y en el caso de niños y adolescentes -incluyendo los menores de 6 años a los que sus padres ponen la mascarilla creyendo que así los protegen- voy a ser muy escueto y directo para no regodearnos en algo que está meridianamente claro:
La Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal (BOE 24 de noviembre de 1995) establece en su artículo 174.1: “Comete tortura la autoridad o funcionario público que, abusando de su cargo […] por cualquier razón basada en algún tipo de discriminación, sometiere [a cualquier persona] a condiciones o procedimientos que por su naturaleza duración u otras circunstancias le supongan sufrimientos físicos o mentales, la supresión o disminución de sus facultades de conocimiento, discernimiento o decisión o que, de cualquier otro modo atenten contra su integridad moral”.
Y en su artículo 173: “El que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando su integridad moral será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años. Con la misma pena serán castigados los que, en el ámbito de cualquier relación laboral o funcionarial y prevaliéndose de su relación de superioridad, realicen contra otro de forma reiterada actos hostiles o humillantes que sin llegar a constituir trato degradante supongan grave acoso contra la víctima".
Nancy Covidiota, para que se vayan acostumbrando desde la infancia |
Jesús García Blanca
(Visto en http://saludypoder.blogspot.com/)
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