Desde que se anunció la edición de "The Endless River", un album con material inédito de uno de los grupos fundamentales de la era rock, mi nivel de ansiedad -como el de muchos seguidores de la banda- se disparó a niveles pavlovianos. El pasado dia 10, al publicarse el disco, al fin pude medir mis deseos con la realidad. ¿Ha merecido la pena la espera? Después de dos semanas de atentas audiciones, contesto a ello, aunque no con brevedad.
Una espera, por cierto, bien larga, pues han transcurrido 20 años desde "The division bell", un album agridulce, tal vez sobreproducido, pero en el que todavía latía ese "algo" que hace que cada escucha de Pink Floyd constituya un viaje sonoro impredecible, siempre pleno de sensaciones. Según se iban difundiendo por la Red datos novedosos acerca de lo que se avecinaba, las expectativas iban atemperandose: se trataría de un disco instrumental, hecho de descartes de lo que se grabó en 1993-1994 durante las sesiones de su último album, y el protagonismo correría a cargo de los teclados del desaparecido Richard Wright, un músico discreto ensombrecido por el talento de un Roger Waters (bajista y letrista) con las ideas siempre en ebullición -y que durante su última etapa en el grupo consideró este un mero vehículo para su expresión personal-, y del guitarrista David Gilmour, sin duda el más reconocido instumentista del cuarteto (colaborador ocasional, como músico de sesión, de gente como Paul McCartney, Bob Dylan, Alan Parsons, Paul Young, The Orb. etc.)
Richard Wright (1943 - 2008), teclista de la banda Pink Floyd. |
Hubo una etapa del grupo, la situada entre 1968 y 1979, en que los egos de Waters y Gilmour pudieron equilibrarse, con el resultado de que el grueso de la producción de Pink Floyd en aquellos años construyó la leyenda que hoy todos recordamos: la superación de la dolorosa marcha del líder inicial, un visonario Syd Barret al que el ácido malogró sumiéndole en una paranoia crónica, los lisérgicos e impredecibles experimentos sonoros que arrastraban al oyente a un espacio interior desestructurado de una dolorosa belleza, experimentos que incluyeron la grabación de un album con orquesta clásica en 1970 (el deslumbrante "Atom Heart Mother") o colaboraciones en ballets y bandas sonoras-, el increíble éxito de su "Dark side of the Moon" (1972) -que permaneció nada menos que 736 semanas en la lista Billboard de los más vendidos, siendo el segundo disco de mayores ventas de la historia-, que los catapultó a la condición de superbanda y a llenar estadios, y la progresiva sofisticación de su sonido, respecto al que siempre mantuvieron la más alta exigencia: huyeron siempre del "play back" que era casi norma en los 70, no perdiendo jamás un ápice de su autenticidad.
El grupo, ante la imagen de su album mas exitoso: "The dark side of the moon" |
La irrepetible tetralogía que forman los cuatro albumes se enmarcaba, como puede deducirse, en lo que se dio en llamar "album conceptual", un experimento por el cual todas las canciones formaban una secuencia lineal en torno a una idea, o, como "The Wall", a una historia.
Tras "The Wall" el grupo como tal se rompe, constituyendo las tensiones entre Waters y el resto del grupo tema para otra entrada. Lo singular es que el disco como tal es un éxito rotundo, aunque no tanto la gira que lo presenta (y tras la que Waters llegó a expulsar a Rick Wright, erigiéndose en una especie de voluntad única de la banda). Para la mayoría del público el album quedará asociado no tanto a unos conciertos escasos en número, sino al sorprendente y casi experimental film de Alan Parker que, en 1982, pondrá en imágenes la torturada introspección realizada por el bajista.
David Gilmour (guitarra) y Nick Mason (batería) a dia de hoy |
La tercera encarnación de Pink Floyd es la responsable tanto de "The division bell" (1994) como de este "Endless River" al que por fin llegamos. Un disco de sonido impecable, extraordinariamente limpio -producción del ex-Roxy Music Phil Manzanera- al que la crítica y los fans más exigentes no han dejado de poner innumerables "peros" decididamente matizables.
En primer lugar está el carácter de "puzzle" de la música. El productor hubo de enfrentarse a cintas y cintas que contenían 20 horas de registros que había que seleccionar, pulir, hilvanar y, oscasionalmente, regrabar. Justo es decir que su labor al respecto resulta sobresaliente. El resultado final es absolutamente inobjetable. Un dato que ayudará a entender esta unidad final es el hecho que ya durante la grabación de "The Divison bell" el grupo proyectó la edición de una larga pieza de música instrumental que se editaría bajo el título de "The big sliff". No es aventurado afirmar que, con dos décadas de retraso, "The endless river" es la materialización de ese proyecto.
Luego tenemos el aspecto musical, algo respecto a lo cual solo podíamos esperar excelsitud. ¿La hay en el disco? Hay que afirmar que por momentos sí, lo cual no es poco. Nos encontramos con un disco claramente "ambient", un acompañamiento sonoro a modo de los "soundscapes" facturados por Fripp y Eno en los ochenta y que, si escucháramos de música de fondo en cualquier entorno relajado, nos llevaría sin duda a aplicarnos a su atenta escucha, preguntando "¿qué es lo que está sonando?". Además, el album "The division bell", durante cuyas sesiones de grabación se registró este album, contenía un tema instrumental, "Marooned", que muchos consideramos que es justamente lo más brillante del disco (así lo reconoció el único "Grammy" que ha obtenido el grupo, otorgado en 1995 en la categoría de "Mejor interpretación rock instrumental"), y que de alguna manera anticipa el sonido en el que nos sumerge "The endless river".
¿Hace honor este album "new age" a la trayectoria del grupo? Nuevamente, la respuesta no puede ser rotundamente afirmativa, sino que requiere matices. Hay momentos absolutamente "floydianos", como esa entrada de una guitarra cristalina en "What´s we do" que recuerda inequívocamente al "Shine on you crazy diamond" de "Wish you were here"; sonoridades de "The wall" en "Sum" y otras demostraciones de que "el que tuvo, retuvo", sin caer en la tentación de la autocita más que en el obsesivo ritmo de batería de "Skins", sospechosamente parecido al del intermedio de "A saucerful of secrets" (1968). Otros momentos del album se decantan por un elegante clasicismo, como en el jazzistico "On noodle street", el solemne órgano eclesiástico de "Autumn 68" o el orquestal "Allons Y". Todo ello le hace parecer más un disco en solitario de Richard Wright que una obra mayor del grupo, aunque, claro, el nombre "Pink Floyd" garantiza unas ventas millonarias que ningún integrante ha igualado en solitario.
En definitiva, esto es lo que hay, y no es ninguna bagatela, sino un disco coherente, perfectamente disfrutable y que tal vez constituya lo último que podamos escuchar de unos gigantes cuyo tiempo pasó. En espera de que la discográfica EMI empiece a desempolvar sus archivos, sorprendiéndonos con alguna rareza inédita -en algún cajón debe estar la canción "Peace be with you" con la que en su momento Gilmour, Wright y Mason quisieron apaciguar al airado Waters- o con grabaciones de sus conciertos, el legado del grupo se cierra aquí. Todos hubiéramos querido un broche de oro aún más brillante, pero como ocurre con "El Padrino 3" de Coppola -mi favorita de la trilogía- competir contra precedentes que el consenso unánime ha proclamado como clásicos es tarea imposible.
Cierro esta reseña con el video del único tema cantado del album, una composición nueva titulada "Louder than words", y que, dada la inseguridad de Gilmour con los textos -que nos ha privado de más canciones en este disco- tiene letra de su mujer, Polly Samson.
(posesodegerasa)
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