Como todos los días de los últimos 20 años, Nakuro se levantó a 6 de la mañana, y fue al baño de su pequeño departamento en Tokio.
Mientras se lavaba mecánicamente los dientes, se miró en el espejo. Y ahí estalló en pedazos la rutina. En el espejo se veía el baño, la ducha, los azulejos, el que no se veia era él.
Lo tocó, intentó acomodarlo, pero estaba fijo en la pared. No había explicación. Un sudor frío le recorrió el cuerpo.
Su esposa fue a ver que pasaba, su marido jamás había llegado tarde a su trabajo en el conglomerado industrial Mitsubishi. Jamás faltó, y muy raramente se tomaba unos días de vacaciones.
- No estoy, no estoy, le dijo, ¿no ves? Tu apareces en el espejo, todo aparece, yo no.
- ¿Que tontería es esta, Nakuro? Ahí estás. Vas a llegar tarde al trabajo.
Pero Nakuro no podía dejar de temblar, y se derrumbó en el piso.
Por primera vez en su vida faltaria al trabajo.
Los médicos estaban desconcertados. Nakuro no presentaba antecedentes de problemas psiquiátricos. No bebía. Una sola vez en su vida probó el alcohol, a los 15 años de edad.
El 9 de agosto de 1945 le alcanzaron un vasito con sake, fuerte licor fermentado de arroz, y lo vació de un trago.
Poco antes, el gobierno de Japón, viendo que no podía detener a la marina norteamericana en su avance sobre Japón, había tomado la decisión de usar a los ya superados cazas Mitsubishi Zero para lanzarlos, cargados de explosivos, en ataque suicidas sobre los barcos enemigos.
Al principio funcionó, y muchos barcos se fueron a pique. Pero pronto las defensas mejoraron, y la mayoría de los kamikazes eran derribados antes de llegar.
Además Japón no tenía los medios que tenía Estados Unidos para formar cientos de miles de pilotos. Pronto se quedó sin kamikazes.
La solución fue crear un pequeño avión cohete, básicamente un torpedo volador tripulado, lanzarlo desde un bombardero cerca de los barcos, y que volara directo a estrellarse.
Al final, formaron destacamentos de chicos de 15 años, que intentarían hacerlo con mínima formación. Su símbolo era la flor de cerezo, por su corta vida.
Nakuro esperaba al costado de la pista, su momento había llegado. Iba a dar su vida por su emperador y su patria.
Hubo un problema en el encendido de los motores del bombardero, el combustible era malo, era difícil disimular que todo se caía en pedazos.
Corría el rumor que algo terrible había pasado en Hiroshima. Debía ser cierto porque, porque pese a estar a 500 km, el aire contenía un humo muy espeso.
En ese momento una extraña luz iluminó el cielo. Uno de los oficiales señaló un nuevo sol que se elevaba del horizonte y dijo: viene de la dirección de Nagazaki.
Mientras los trabajos para enceder los motores seguían, la noticia llegó al gobierno japonés, que llevaba semanas dividido entre una facción que quería continuar la guerra hasta el amargo final, y otra que, violando el Bushido, el código guerrero, quería aceptar la rendición y salvar el país. La segunda bomba atómica y la notificación que la URSS les declaraba la guerra, obligó al gobierno a pedirle al emperador Hirohito el desempate.
Los motores finalmente habían prendido cuando el oficial en jefe apareció corriendo haciendo el gesto de apagarlos. Todo terminó, dijo, luego se encerró en su habitación y realizó el Harakiri, el suicidio ritual con su espada.
Nakuro volvió a vivir con sus padres, sin encontrarle sentido a su vida. Vió a MacArthur asumir victorioso el poder. De Tokio apenas quedaba en pie el 20%.
Pero las cosas ya no fueron tan mal. Permitieron a Hirohito quedarse. MacArthur apenas se instaló en la oficina de gobierno pidió una hoja de papel, le trajeron lo único que encontraron, una horrible hoja amarilla. Allí bosquejó los cuatro principios de la nueva Constitución, y se las pasó a los abogados del ejército para que la redactasen.
Funcionó sorprendentemente bien. El país se recuperó y reconstruyó.
Nakuro entró a trabajar en Mitsubishi. Puso ahí todo el sacrificio, la sumisión, la obediencia y el olvido de si mismo que antes había puesto en el emperador y el ejército. Se casó con quienes designaron sus padres. Cumplió con su familia.
Hasta que una mañana su mente dijo basta, y lo borró del espejo. Ya no era un individuo.
Nakuro se recuperó en unos meses, y volvió a su trabajo. No sin antes preguntarse quien soy y qué quiero.
Este caso, ocurrido en 1962, es muy estudiado por los analistas de Psi Ops, la rama militar y política que se ocupa de las operaciones de guerra psicológica.
Japón, siendo una pequeña isla sin recursos, tenía su propia agenda, diseñada por su elite: Dominar toda Asia, someter a China, despojar a Holanda, el Reino Unido y Francia de sus colonias, incluyendo Australia y la India.
Pudo haberla cumplido, de no ser por la locura de su gobierno de dispersarse en inmensos objetivos al mismo tiempo, y atacar directamente a Estados Unidos.
Pero eso no interesaba a la elite globalista, les interesaba saber cómo hicieron para crear millones de Nakuros.
Enviaron sociólogos y psiquiatras militares a Japón. Tomaron nota de todo. La "etica" del sacrificio, el antiindividualismo.
Pero también cosas mas sutiles, desde la medieval e inútil costumbre de llevar un bozal o pañuelo en la cara para no "contagiar" un resfrío (se observó entre un 30 o 40% de transeúntes usándo bozal, cuando un resfrío dificilmente afecta a mas de un 5% de la población a la vez) hasta el aniñamiento sexual tan visible en el anime y otras formas culturales.
Lo del bozal les interesó particularmente. Los psiquiatras militares también vieron que la cultura árabe musulmana tiene tendencia al autosacrificio. Pero por otro lado dictaminaron que, como pueblo, nos les interesaba para el estudio, pues tienden a ser mucho mas caóticos y politicamente imprevisibles que los japoneses.
Salvo por las mujeres de esa cultura, que pueden sacrificarse igual que los hombres, pero son mucho mas sumisas, previsibles y obedientes. En especial en lugares donde llevan cubierto el rostro.
Así que en 2020, cuando se lanzó la Plandemia, el experimento social mas amplio y totalitario de la historia de la humanidad, junto con el encierro se ordenó a la población embozalarse.
Esto no cumplía ninguna razón médica, solo un completo ignorante puede creer que un trapo en la cara proteje de enfermarse. Al fin y al cabo los japoneses se engripan tanto como los argentinos o los portugueses. De hecho un poco más.
La cara es la identidad de una persona, más que el nombre, que generalmente es compartido con alguien de la familia.
Dejaron a toda la humanidad sin cara.
El resultado fue espectacular, la gente fue mucho mas sumisa, miedosa, obediente y manipulable.
Por eso más temprano que tarde volverán a imponer los bozales. Pero de nuevo plantaremos cara, y esta vez seremos más.
Como la vez pasada nos insultarán un poco, habrá algún sano intercambio de golpes, nos harán unos denuncias que quedarán en la nada.
Pero siempre, ante el espejo, no veremos un vacío, nos veremos a nosotros mismos.
Horacio Rivara
La solución fue crear un pequeño avión cohete, básicamente un torpedo volador tripulado, lanzarlo desde un bombardero cerca de los barcos, y que volara directo a estrellarse.
Al final, formaron destacamentos de chicos de 15 años, que intentarían hacerlo con mínima formación. Su símbolo era la flor de cerezo, por su corta vida.
Nakuro esperaba al costado de la pista, su momento había llegado. Iba a dar su vida por su emperador y su patria.
Hubo un problema en el encendido de los motores del bombardero, el combustible era malo, era difícil disimular que todo se caía en pedazos.
Corría el rumor que algo terrible había pasado en Hiroshima. Debía ser cierto porque, porque pese a estar a 500 km, el aire contenía un humo muy espeso.
En ese momento una extraña luz iluminó el cielo. Uno de los oficiales señaló un nuevo sol que se elevaba del horizonte y dijo: viene de la dirección de Nagazaki.
Mientras los trabajos para enceder los motores seguían, la noticia llegó al gobierno japonés, que llevaba semanas dividido entre una facción que quería continuar la guerra hasta el amargo final, y otra que, violando el Bushido, el código guerrero, quería aceptar la rendición y salvar el país. La segunda bomba atómica y la notificación que la URSS les declaraba la guerra, obligó al gobierno a pedirle al emperador Hirohito el desempate.
Los motores finalmente habían prendido cuando el oficial en jefe apareció corriendo haciendo el gesto de apagarlos. Todo terminó, dijo, luego se encerró en su habitación y realizó el Harakiri, el suicidio ritual con su espada.
Nakuro volvió a vivir con sus padres, sin encontrarle sentido a su vida. Vió a MacArthur asumir victorioso el poder. De Tokio apenas quedaba en pie el 20%.
Pero las cosas ya no fueron tan mal. Permitieron a Hirohito quedarse. MacArthur apenas se instaló en la oficina de gobierno pidió una hoja de papel, le trajeron lo único que encontraron, una horrible hoja amarilla. Allí bosquejó los cuatro principios de la nueva Constitución, y se las pasó a los abogados del ejército para que la redactasen.
Funcionó sorprendentemente bien. El país se recuperó y reconstruyó.
Nakuro entró a trabajar en Mitsubishi. Puso ahí todo el sacrificio, la sumisión, la obediencia y el olvido de si mismo que antes había puesto en el emperador y el ejército. Se casó con quienes designaron sus padres. Cumplió con su familia.
Hasta que una mañana su mente dijo basta, y lo borró del espejo. Ya no era un individuo.
Nakuro se recuperó en unos meses, y volvió a su trabajo. No sin antes preguntarse quien soy y qué quiero.
Este caso, ocurrido en 1962, es muy estudiado por los analistas de Psi Ops, la rama militar y política que se ocupa de las operaciones de guerra psicológica.
Japón, siendo una pequeña isla sin recursos, tenía su propia agenda, diseñada por su elite: Dominar toda Asia, someter a China, despojar a Holanda, el Reino Unido y Francia de sus colonias, incluyendo Australia y la India.
Pudo haberla cumplido, de no ser por la locura de su gobierno de dispersarse en inmensos objetivos al mismo tiempo, y atacar directamente a Estados Unidos.
Pero eso no interesaba a la elite globalista, les interesaba saber cómo hicieron para crear millones de Nakuros.
Enviaron sociólogos y psiquiatras militares a Japón. Tomaron nota de todo. La "etica" del sacrificio, el antiindividualismo.
Pero también cosas mas sutiles, desde la medieval e inútil costumbre de llevar un bozal o pañuelo en la cara para no "contagiar" un resfrío (se observó entre un 30 o 40% de transeúntes usándo bozal, cuando un resfrío dificilmente afecta a mas de un 5% de la población a la vez) hasta el aniñamiento sexual tan visible en el anime y otras formas culturales.
Lo del bozal les interesó particularmente. Los psiquiatras militares también vieron que la cultura árabe musulmana tiene tendencia al autosacrificio. Pero por otro lado dictaminaron que, como pueblo, nos les interesaba para el estudio, pues tienden a ser mucho mas caóticos y politicamente imprevisibles que los japoneses.
Salvo por las mujeres de esa cultura, que pueden sacrificarse igual que los hombres, pero son mucho mas sumisas, previsibles y obedientes. En especial en lugares donde llevan cubierto el rostro.
Así que en 2020, cuando se lanzó la Plandemia, el experimento social mas amplio y totalitario de la historia de la humanidad, junto con el encierro se ordenó a la población embozalarse.
Esto no cumplía ninguna razón médica, solo un completo ignorante puede creer que un trapo en la cara proteje de enfermarse. Al fin y al cabo los japoneses se engripan tanto como los argentinos o los portugueses. De hecho un poco más.
La cara es la identidad de una persona, más que el nombre, que generalmente es compartido con alguien de la familia.
Dejaron a toda la humanidad sin cara.
El resultado fue espectacular, la gente fue mucho mas sumisa, miedosa, obediente y manipulable.
Por eso más temprano que tarde volverán a imponer los bozales. Pero de nuevo plantaremos cara, y esta vez seremos más.
Como la vez pasada nos insultarán un poco, habrá algún sano intercambio de golpes, nos harán unos denuncias que quedarán en la nada.
Pero siempre, ante el espejo, no veremos un vacío, nos veremos a nosotros mismos.
Horacio Rivara
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