lunes, 29 de enero de 2024

¿POR QUÉ LOS INOCULADOS SON MÁS PROPENSOS A PADECER CÁNCER?



La pregunta planteada parecer capciosa, pero es la que ha surgido en las mesas de los diferentes médicos que estos días nos estamos juntando. Se trata de que cada cual exponga su enfoque y, del debate, saquemos ideas que puedan dar respuestas a lo que nos preguntan los pacientes.

Desde el punto de vista de la medicina clásica, la irrupción de las vacunas hace doscientos años nos ha enseñado que cualquiera de ellas pretendía una modificación del sistema inmunológico, un supuesto «aprendizaje» que hasta entonces el ser humano lo incorporaba por el propio contacto natural con los gérmenes, dando lugar a lo que se denominaba inmunidad adquirida de manera natural, por contagio. A veces, de esa interacción se seguía la muerte del paciente, pero la mayor parte de las veces el sistema inmunológico aprendía a solventar la infección de manera positiva: el afectado sobrevivía y su sistema inmunológico se fortalecía frente a nuevas llegadas del germen, quedaba inmunizado.

La llegada de las vacunas desde Jenner, pretendía «enseñar» al sistema inmunológico a solucionar el problema infeccioso antes de que tuviese lugar el conflicto. Se presentaban como una medida protectora. Y ese ha sido el paradigma que ha llegado hasta nuestros días. De ahí la máxima que ha rodado por los titulares de la prensa hasta la saciedad: «Porque las vacunas protegen», «Porque la vacuna inmuniza». El devenir de los hechos nos ha mostrado de manera obstinada que no, que esto no siempre es así. Y es más, acaso está siendo contraproducente. Se cumplirán cuatro años desde el inicio del mayor dislate de la sanidad mundial: la propuesta de inyectar sustancias que presuntamente protegían frente a una infección con una tasa de letalidad del 2 por mil (entiéndase: de cada 1000 infectados morían dos y sobrevivían, supuestamente inmunizados, 998). De entrada, la propuesta de una «medicina para todos» es algo que siempre chirriaba en los oídos de los médicos, porque nunca ha existido una medicina necesaria o imprescindible para todo el mundo. Nunca. No obstante, hasta conspicuos catedráticos aseguraban que era esencial que todo el mundo se inyectase sustancias para «proteger», para protegerse ellos mismos y a los demás «por solidaridad». Las sucesivas olas que se han seguido desde entonces hasta ahora han mostrado que de protección nada de nada, antes bien, hace poco en España y con un porcentaje de población inyectada de más del 80% teníamos el peor «pico» de afectación con un tal ómicron. Y ya entonces la gente empezaba a cuestionarse ¿de qué me está protegiendo esta medida si cada vez estoy peor?

A lo largo del año pasado se reportó un incremento de tumores, de cánceres de desarrollo rápido y en edades infrecuentes. Asimismo, los boxes de los hospitales de día han visto cómo afluían cada vez más pacientes en los que la quimioterapia dejaba de funcionarles. Y pacientes más jóvenes, y niños … Ahora son los colegas que atienden en hospitales de día los que se alarman ante este incremento de tumores. Los hospitales propiamente no se alarman, porque la quimioterapia no deja de ser fuente de ingresos, pero los que conservan un mínimo de prurito profesional se preguntan a qué se debe este incremento de pacientes con tumores, a qué es debido la pérdida de eficacia de los tratamientos quimioterápicos que se aplicaban.

De forma pareja, en las urgencias de los hospitales y en los centros de atención primaria, se ven desbordados estos días por enfermedades infecto-contagiosas del aparato respiratorio, nada de especial teniendo en cuenta la estacionalidad. Pero algo tienen de especial: son recalcitrantes, no responden como habitualmente solían responder a los tratamientos antibióticos que les proporcionábamos. Duran y duran, recaen, no se terminan de curar… Algunos hablan de resistencias de los gérmenes a los antibióticos y otros dicen que lo que falla es la cooperación del sistema inmunológico.

Administrar medicación innecesaria no deja de ser cuando menos cuestionable desde el punto de vista ético. Y una enfermedad con una letalidad del 2 por mil no hace necesaria la administración indiscriminada de un producto supuestamente preventivo. Y si se lleva a cabo esa inyección debe hacerse en un contexto de ensayo clínico controlado, con consentimiento informado de los participantes y con información adecuada, algo sobre lo que debemos recapacitar si se hizo o no. Al cabo de dos años del inicio de este experimento social, la realidad se muestra para juicio del mundo.

De nuevo se repite la historia. China, el país en el que supuestamente se originó la pandemia COVID, dicen que vuelve a estar afectada masivamente por esta infección. Con la población mayoritariamente vacunada uno se pregunta ¿previenen o han prevenido de algo estos pinchazos? De modo análogo cabe hacerse esa pregunta en nuestro entorno, pues las autoridades sanitarias, al hilo de las «recomendaciones europeas» (parece que aquí no hay «criterio ni capacidad científica suficiente», que siempre parece más educado que decir «huevos») sigue eso de «cuando las barbas de tu vecino veas pelar…» advirtiéndonos de que la población española, pese a estar archipinchada, corre un grave peligro que hace que haya que tomar medidas restrictivas… Vamos, de nuevo la herramienta del miedo irracional y absurdo para evitar hablar de ciencia por si nos da el yuyu, ese que los más viejos recordamos cuando veíamos Tarzán de los monos.

Sí, sin duda las vacunas modifican el sistema inmunológico. Quizás algunas lo hayan hecho a lo largo de la historia de manera positiva para los individuos y el conjunto de la especie. Pero a la vista del devenir no cabe ya ninguna duda de que esto que hemos vivido en estos últimos años ha modificado el sistema inmunológico de manera deletérea, perjudicial, nociva. Los médicos no se atreven a llevar la contraria a la oficialidad olvidando que de cada uno de ellos es la verdadera autoridad sanitaria. Y que digan públicamente lo que dicen en las sobremesas, que el sistema inmunológico de los seres humanos está tocado, muy tocado, a raíz de unas inyecciones que ya en 2020 eran innecesarias (lo vimos desde el punto de vista epidemiológico), en 2021 se mostraron ineficaces al ir reduciendo su supuesta protección, y 2022 ha mostrado que son inseguras por la cantidad de efectos secundarios que se están reportando. La sobremortalidad ya documentada se incrementó en el 2023. Las mal llamadas vacunas de COVID cumplen los objetivos de quienes se lucran con ellas. Despierte y vacúnese frente al miedo, que es la verdadera pandemia.

Luis M. Benito
(Visto en https://ntvespana.com/)

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