lunes, 13 de junio de 2022
LA INOCULACIÓN DEL MIEDO
Esparcir el miedo al futuro es una antiquísima estrategia empleada por sátrapas de toda laya, al objeto de atar la mente de las personas, para que no piensen, no vayan a salirse del redil de "seguridad" y caigan en el error de pensar por sí mismas. Se crea así una sociedad adocenada, auto engañada, incapaz de aventurar un futuro diferente a la negrura del que nos inoculan. Quienes así actúan saben que el miedo genera pesimismo, porque el cerebro -que prima siempre salvar la vida- prioriza la información relacionada con el peligro. De ahí que las noticias negativas tengan un mayor predicamento, porque nos informan de peligros siempre "inminentes" que, psicológicamente, nos asustan.
Hoy, en la sociedad de la información, el miedo se propaga mediante el control mediático del mensaje difundido de manera masiva en las redes sociales, que bebe del mismo objetivo: asustar al ciudadano, azuzar su pesimismo descreído, para que el statu quo de creciente desigualdad no cambie. De ahí que hoy sea una proeza tener una actitud optimista, que se vincula a la inconsciencia del deseo y la ilusión; frente al pesimismo investido, sin argumentos, de una capacidad analítica que deriva en la visión conformista de que solo se pueden parchear los problemas sociales, al aceptar que nada cambia sustancialmente. Idea maniquea, pues el optimista no solo ve la parte positiva, sino también la negativa, lo que le incita a actuar y buscar alternativas al mal que se vaticina; mientras el pesimista se contenta quedándose en la autocomplacencia en la que vive, en el "siempre vamos a peor" que "tranquliza", pues no se espera nada, ya que nada mejora sin producir un efecto negativo.
Miedo que se difunde -porque impacta más en la mente del receptor- esparciendo el pesimismo en el mensaje mediático, con formas discusivas y textuales sutiles alejadas de la realidad objetiva como: enfatizar el dato negativo sobre el positivo que, siempre, se contrapone a otro momento pretérito dónde era mejor; difundir los discursos disruptivos y falsos sin aclarar su fundamento; calificar de manera hiperbólica la información para magnificar su impacto, más allá del hecho verificado; vaticinar, sin argumentar, el efecto negativo de la información que se cuenta; apoyar los datos negativos en expertos de dudoso crédito; en la polución de datos que enmarañan la mente o, la más evidente: relegar a un segundo plano los hechos positivos, para primar las predicciones negativas sobre el futuro. Todo con el objetivo de expandir un discurso que docilita las mentes y fomenta la emocionalidad irreflexiva, frente al argumento razonado.
Vicente Mateos Sainz de Medrano
(Visto en Diario 16)
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