martes, 1 de febrero de 2022
UNA MILAGROSA HISTORIA DE SUPERVIVENCIA
Hace cuarenta años, un avión militar y otro civil colisionaron en el aire, y una joven de 20 años sobrevivió al accidente, aterrizando y esperando a los rescatadores en lo más profundo de la taiga rusa.
Hace cuarenta años, la tranquilidad del cielo del Extremo Oriente, cerca de la ciudad de Zavitinsk (a 800 kilómetros al noroeste de Vladivostok), se vio arruinada por la colisión de dos aviones. Sucedió el 24 de agosto de 1981: un avión portamisiles Tu-16K colisionó con un avión de pasajeros An-24RV, que iba desde Komsomolsk-on-Amur (910 kilómetros al noreste de Vladivostok) a Blagovéshchensk (860 kilómetros al noroeste de Vladivostok). El avión militar, por su parte, estaba haciendo un reconocimiento meteorológico de inteligencia.
La colisión fue el resultado de varios factores desafortunados. Cada uno de ellos carecía totalmente de importancia por sí mismo, pero su suma resultó ser fatal. El Tu-16K era uno de los numerosos aviones militares que tenían que atravesar este territorio aquel día. Sus pilotos estaban mal informados sobre otros aviones de los que tenían que cuidarse en el cielo. Por eso dijeron a los controladores aéreos que ya habían ganado la siguiente altitud de vuelo, pero que, en realidad, pensaban hacerlo un poco más tarde. Los comandantes de los vuelos militares no utilizaban entonces detectores de radio, de lo contrario habrían localizado el An-24RV. Además, las fuerzas civiles y militares no coincidían en sus acciones.
A las 15:21, los aviones colisionaron a una altura de 5.200 metros. El An-24 perdió su parte superior y las alas, cortando con su hélice el fuselaje del Tu-16K cerca de la cubierta de vuelo. Los aviones se deshicieron y se estrellaron en la taiga. Murieron 37 personas: los seis integrantes de la tripulación militar, cinco miembros de la tripulación del An-24RV y 26 pasajeros (incluido un niño). Sin embargo, el número total de personas que viajaban en los aviones era de 38: Larisa Savítskaia, una estudiante de magisterio de 20 años, logró sobrevivir milagrosamente al accidente.
Larisa Savítskaia regresaba de un viaje de bodas con su marido Vladímir. Habían visitando a sus familiares en Komsomolsk-on-Amur. Blagovéshchensk, por su parte, era la ciudad donde vivía y estudiaba la pareja de estudiantes. Larisa recordaría bien a todos los pasajeros y el momento en que entraron en el avión, pero más tarde comentó: “Estaba tan cansada que ni siquiera recuerdo cómo despegamos”. El avión estaba medio vacío y la azafata ofreció a la pareja asientos en la parte delantera, pero decidieron ir a la parte trasera del avión para sentir menos turbulencias. Esta fue una de las decisiones que salvó la vida de Larisa: “Cuando el avión se partió, los asientos en los que nos sentamos primero se rompieron y salieron volando con otro trozo de avión, nadie habría sobrevivido allí”.
Se despertó al sentir un fuerte golpe. La temperatura de 25°C en la cabina había cambiado repentinamente a -30°C, cuando la parte superior del avión se desprendió. Larisa lo sintió como una quemadura. Oyó gritos y silbidos de aire a su alrededor. Vladímir murió instantáneamente en el momento del impacto y a Larisa le pareció que su vida también había terminado, ya que ni siquiera podía gritar de pena o dolor.
En un momento dado, salió despedida hacia el pasillo. Allí, de repente, recordó una película italiana, Milagro en el infierno verde, que había visto en el cine con Vladímir un año antes. El film cuenta la historia de Julianne Koepcke, que sobrevivió a un accidente de avión en la selva peruana. Larisa recuerda: “Sólo un pensamiento ocupaba mi mente: cómo morir sin sufrir. Me agarré a las almohadillas de los brazos y traté de empujar mis brazos y piernas hacia atrás desde el suelo y el asiento con todas mis fuerzas”. Julianne había hecho lo mismo en la película. Por suerte, el trozo de cola del An-24RV con la silla de Larisa se deslizaba lentamente y sin giros bruscos. Ella recuerda que no podía ver lo que estaba pasando: “Las nubes se desplazaban volaban a través de la ventanilla, luego la sólida niebla las cubría y el aullido del viento era ensordecedor. El avión no se incendió. De repente, hubo una explosión verde al otro lado del cristal. ¡La taiga! Me puse en tensión y me recompuse”. Entonces, Larisa volvió a tener suerte: tras ocho minutos de caída libre, el fragmento de su avión aterrizó en un rodal de abedules flexibles que hizo que el aterrizaje fuera mucho más suave que si se cayera en el suelo o en los abetos. Lo primero que oyó Larisa al volver en sí fue el estruendo de los mosquitos del bosque a su alrededor.
La conmoción no le permitió comprender qué heridas tenía realmente. Sentía múltiples lesiones en la columna vertebral (afortunadamente, aún podía moverse), costillas, brazo y pierna rotos, conmoción cerebral y dientes destrozados, así como un dolor sordo y generalizado en todo el cuerpo. Larisa sufrió diferentes alucinaciones: “Abrí los ojos: el cielo sobre mi cabeza, estoy en el sillón y Volodia está delante de mí. Está sentado en el suelo del compartimento derecho no destruido, apoyando la espalda en la pared. Parecía que me está mirando. Pero tenía los ojos cerrados. Como si se estuviera despidiendo. Creo que, si él tenía el deseo de morir, sólo quería que yo sobreviviera”.
A pesar de todas sus heridas, Larisa consiguió caminar. Por la noche, empezó a llover y encontró un trozo ligero del fuselaje para refugiarse bajo él. Pasó mucho frío y utilizó las fundas de los asientos para calentarse. La primera noche, oyó gruñidos en algún lugar del bosque. Podría haber sido un oso, pero Larisa estaba demasiado sorprendida para pensar en aquello. Sobrevivió dos días, bebiendo agua de los charcos cercanos. Como había perdido la mayor parte de sus dientes, ni siquiera podía comer bayas. Recuerda: “Oí helicópteros y les envié señales: Encontré una funda de asiento roja y empecé a agitarla. Me vieron con esta funda, pero pensaron que era la cocinera de unos geólogos, divirtiéndose. Había un campamento en algún lugar cercano”. Al tercer día, recordó que Vladímir tenía cerillas y cigarrillos en un bolsillo de su chaqueta.
El grupo de búsqueda encontró a Larisa sentada en un asiento, fumando. “Cuando los rescatadores me vieron, no pudieron pronunciar casi ni palabra. Les entiendo, tres días recuperando trozos de cuerpos de los árboles, y de repente veían a una persona viva”, recuerda. Nadie creía que alguien pudiera sobrevivir a un accidente así (de hecho, esta es la razón por la que Larisa fue encontrada tan tarde). “No me parecía nada que recorriese la tierra. Estaba toda de color ciruela con un brillo plateado (la pintura del fuselaje resultó ser extrañamente pegajosa, mi madre estuvo sacándola durante un mes). Y mi pelo se convirtió en un gran trozo de lana de vidrio a causa del viento”. Después de que llegaran los rescatadores, Larisa ya no pudo caminar. Explicó: “Al ver a la gente, me quedé sin fuerzas”. Los rescatadores tuvieron que cortar algunos abedules para que un helicóptero pudiera aterrizar y llevar a la única superviviente a Zavitinsk. “Más tarde, en Zavitinsk, me enteré de que habían incluso cavado una tumba para mí. Fue cavada teniendo en cuenta el registro de pasajeros”.
El tratamiento de Larisa fue muy difícil, pero, con todo, su cuerpo logró recuperarse de sus terribles heridas. Estuvo a punto de conseguir un estatus de discapacidad, debido a la suma de sus heridas, pero la comisión responsable decidió que no eran lo suficientemente graves. Además, Larisa recibió una indemnización realmente pequeña: sólo 75 rublos (unos 117 dólares según el tipo de cambio de 1980), mientras que el salario medio mensual en la URSS era de unos 178 rublos (unos 278 dólares). Larisa Savítskaia ostenta un Récord Guinness como la persona que ha recibido el menor pago de la historia tras un accidente aéreo.
Mientras tanto, la colisión del avión se convirtió en un secreto inmediato. Los periódicos soviéticos no escribieron nada sobre la catástrofe. En cuanto a los resultados de la investigación oficial, las autoridades declararon culpables de la colisión a los pilotos y a los controladores aéreos. Larisa Savítskaia no recibió estos resultados hasta la década de 1990. Y el primer informe no apareció hasta 1985 en el periódicoSovetski Sport (“Deporte Soviético”). Larisa Savítskaia comentaría: “Parece que realmente querían escribir sobre ello, pero estaba prohibido mencionar el accidente. Así que crearon que yo, como una especie de Ícaro, volé en un avión hecho a mano y caí desde los cinco kilómetros de altura, pero sobreviví, porque un soviético puede superar cualquier cosa”.
Más tarde, Larisa se trasladó de Blagovéshchensk a Moscú. Para ella era demasiado duro vivir en la ciudad donde todo le recordaba a Vladímir. En la capital, se interesó por la psicofisiología. Incluso 40 años después del accidente, admite que se acuerda de todo y los recuerdos le siguen haciendo sufrir. Al mismo tiempo, cree que “los misiles nunca caen dos veces en el mismo sitio”, por lo que no tiene miedo a volar. En 2020, Larisa Savítskaia participó en el rodaje de la película Odna (“Sola”) del director Dmitri Suvorov. Fue asesora de los guionistas y los actores para asegurarse de que la película fuera auténtica.
Larisa Savítskaia dice: “Todavía vive dentro de mí la idea de que es posible aprender a sobrevivir en esas situaciones”.
Yulia Afanasienko
(Visto en https://es.rbth.com/)
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